Antiguos parques de atracciones, como el japonés Nara Dreamland, casinos olvidados como el de Costanza, en Rumanía, iglesias sin devotos, palacios llenos de polvo… El fotógrafo francés Romain Veillon disecciona cómo la existencia siempre consigue encontrar el resquicio para volver a brotar incluso en los sitios más recónditos, donde el ser humano únicamente dejó una huella en el tiempo.
“La vida se abre camino”, dijo el personaje Ian Malcolm en la saga de Jurassic Park. Si omitimos los dinosaurios, lo que permanece es el medioambiente venciendo cualquier traba que las personas le hayamos interpuesto. Todas las tonalidades del verde se apoderarán de lugares abandonados que antes fueron laboratorios, escaleras, estaciones… La podredumbre es solo la antesala del regreso de la vida.
El mundo sin nosotros de Romain Veillon
Una, además, que no entiende de espacios vacíos ni de infraestructuras artificiales. En su nuevo libro de fotografía urbex, Green Urbex: The Worls Without Us, el fotógrafo francés Romain Veillon repasa en más de 200 instantáneas cómo sería el planeta Tierra si desapareciéramos súbitamente. Eso sí, con una característica especial: esos emplazamientos donde la naturaleza se ha abierto paso ya existen a lo largo y ancho del globo.
Esta obra, que pretende reflejar el proceso gradual a partir del cual un sitio es consumido por la fronda, se divide en tres secciones: la primera se centra en el abandono, en los lugares intactos y los recién dejados al albur y riesgo de los tiempos, “solo algo de polvo cubre las superficies”, dice el autor. En la segunda, se busca el sinónimo de ruina, cuando hace años la humanidad se fue y quedan descomposiciones de colores zaheridos por el óxido, restos capitulares y el vandalismo moderno del moho y la incuria. Y, por último, Veillon aplaude la victoria verde. “En una realidad llena de escombros y plantas es difícil adivinar que allí vivieron los humanos”.
Fotografía urbex llena de vegetación
Cada una de las partes viene acompañada de un texto —aún solo disponible en francés, pero pronto también en inglés— en el que se describe cómo sería el planeta sin gente teniendo en cuenta los estudios más recientes. Una manera de olvidar nuestro paso por el mundo mientras uno puede viajar desde el casino abandonado de Costanza, en Rumanía, hasta Nara Dreamland, un parque de atracciones “que se creó para parecerse a Disneyworld porque el propietario se enamoró del parque original en EEUU, pero no obtuvo la autorización”, cuenta Veillon, o hasta rincones igual de exóticos en su herrumbre como “palacios, iglesias, fábricas, hospitales, ferrocarriles, invernaderos, escuelas…”.
Para Veillon hay algo mágico en cómo Instagram o Facebook han ayudado a esa sensación constante de viaje, a hacer que su fotografía llegue a una mayor comunidad adicta a esos museos de lo desamparado. “Creo que el boom de las redes sociales ha cambiado de veras la forma en la que nos sentimos cerca de los lugares abandonados”, asegura, “y a todo el mundo le encanta perderse en esos sitios, fantasear con cómo pudo haber sido el día a día de los que los habitaron y qué pudo suceder cuando aún estaba llena de vida”.
Recientemente hablábamos de cómo el fotógrafo Per Carlsen había retratado un imponente fin del mundo a través de imágenes de arquitecturas totémicas.
Nacido en diciembre de 1983 en París, este fotógrafo francés es un apasionado de los viajes que comenzó a fotografiar a los 15 años para guardar recuerdos de sus descubrimientos. Conforme ha pasado el tiempo se ha sentido más y más traídos por las áreas desprovistas de seres humanos, donde la luz y la vegetación cobran todo el protagonismo.
La ciudad de Costanza se sitúa al sureste de Rumanía, en la costa del Mar Negro, cerca de la frontera con Bulgaria. Tiene más de 2.000 años de historia.
