Apátridas, poliédricos, alérgicos a etiquetas y categorías. Así son Leopold Banchini y Daniel Zamarbide, el dúo fundador del estudio Bureau A, que desde hace apenas un año desarrollan su actividad por separado. ROOM Diseño ha conversado con ellos de las múltiples disciplinas que amalgaman en su arquitectura, de sus obras conjuntas y de los terrenos que empiezan a explorar en su andadura en solitario.
La arquitectura es mucho más que construcción. Mucho más que especulación. Es el decorado en el que representamos nuestras vidas, el interfaz de nuestras relaciones sociales, el punto de encuentro con semejantes y diferentes, el catalizador para reflexionar sobre la sociedad. Daniel Zamarbide y Leopold Banchini fundaron Bureau A en 2011, una oficina atípica dentro del cartesiano panorama arquitectónico suizo. Con sus creaciones han abierto multitud de caminos, en direcciones dispares.
Limítrofes con todas las disciplinas
Disfrutando de su posición en un terreno poco frecuentado, ambos arquitectos ignoran deliberadamente todo tipo de fronteras. Las físicas, al trabajar e incluso establecerse temporal o simultáneamente en multitud de países: Suiza, Portugal, Holanda, EEUU, Bahréin, Vietnam, Australia. Pero sobre todo las profesionales, al crear artefactos que encuentran su lugar dentro de un magma en el que se funden arquitectura, activismo político, decoración, instalación artística, escenografía o diseño de objeto. Así, nos explica Zamarbide, cuando colaboraron en 2014 con el programa de residencias artísticas de la fundación Verbier 3d, se les solicitó una escultura; pero ellos acabaron diseñando Antoine, un refugio de montaña con apariencia de roca. Libres de toda atadura programática residencial, se sirven de ella para reflexionar sobre el hecho mismo de habitar. Con una radicalidad impensable en un contexto de promotores inmobiliarios hiperpreocupados por el beneficio, siempre han cuestionado las normas establecidas en la ocupación de espacios. Por eso interpretan de manera muy positiva su formación y experiencia como arquitectos: les aporta una apertura de miras y una metodología rigurosa, que les hace muy eficaces, e incluso rentables para sus clientes.
Una inteligencia sencilla
La arquitectura contemporánea suiza, paradigma del detalle sofisticado y elegante, se encuentra, según Banchini, cada vez más encorsetada por normas y regulaciones que no la dejan respirar. Por ello han ido fijando su mirada en el saber constructivo tradicional: desde los chalets de montaña suizos a los survivalists del desierto americano equipándose para el fin del mundo. Gente capaz de construir con sus propias manos, gracias a una sabiduría que cree mucho en la durabilidad y el sentido común, y que nada quiere oír de normas ISO. Una inteligencia colectiva a la que ellos regalan adjetivos elogiosos: hermosa, sencilla, eficaz, asequible, pertinente. Empleando el DIY (do it yourself, hazlo tú mismo) como herramienta de emancipación, investigan, documentan y practican procesos constructivos alternativos. Por ejemplo, dibujaron y clasificaron con precisión y metodología las barricadas que los kievitas levantaron en la plaza de Maidan en 2014. Reverenciaron los refugios apocalípticos con la estructura hinchable Shelter. Erigieron lógicas y eficientes estructuras habitables que servían como una oficina (GVA Base), un lounge (le chalet d´en bas para el Festival de Jazz de Montreux) o una vivienda (La fabrique, pabellón construido íntegramente con ventanas recuperadas).
Mucho más cercanos a la cultura del DJ que a la del cantautor, su objetivo nunca fue crear, sino ensamblar lo que está a su disposición, como nos comenta Zamarbide. Una declaración de intenciones que muestra, paradójicamente, un profundo conocimiento de las reglas del juego de la arquitectura comercial hoy en día, donde el arquitecto ejecuta un rol de director de orquesta, coordinando soluciones estándar. Pero en su caso, con una actitud que, bebiendo del art brut y el object trouvé, aporta una reflexión crítica, artística y filosófica.
Activismo y espacio público
La profunda conciencia cívica de Bureau A se evidencia en sus aportaciones para invertir la lamentable y progresiva tendencia privatizadora del espacio público. Sus fundadores ven con tristeza desaparecer los elementos que permitían urdir el tejido social en la calle. Por esa razón encontramos entre sus proyectos fuentes públicas como Spiroulina, un híbrido entre los tanques de agua verdosa para la producción de este alga, y las fuentes románticas del XVIII; estructuras flotantes, como la que ejecutaron en Recife, Brasil, en reacción a la práctica de pesca de cangrejos por parte de los habitantes de la favela vecina. Una actitud combativa que vemos, también, cuando los han invitado a mostrar su trabajo en museos. Consideran la exposición como un espacio público, por lo que, en vez de mostrar planos y maquetas de sus proyectos, intentan utilizar la arquitectura para hablar sobre otro tema. Así lo hicieron en el marco de los Swiss Art Awards en 2013, con una escultura habitada por ratones, que servía para cuestionar el sistema penitenciario suizo, y sus posibles mejoras. O cuando prefirieron dar voz a los ocupantes del Maidan, en vez de presentar su obra reciente en el Museo Suizo de la Arquitectura de Basilea.
Pero el ejemplo más paradigmático de este interés sería quizás Fountain 2017. Más que un objeto, es un soporte de empoderamiento ciudadano sensible a valores culturales, éticos y morales. Este urinario público se instaló en un parking en Zúrich en 2015, creando un momento urbano y social. Es heredero, entre otros, de los encuentros casuales entre homosexuales que tenían lugar en estos lugares. Porque todo debería ser posible en el espacio público. Además, esta instalación se muestra crítica con la desequilibrada construcción de la Unión (¿económica?) Europea. Provocadoramente se invirtió todo el presupuesto de la acción en unas preciosas placas de mármol portugués, para que la Europa rica pueda orinar sobre ellas.
El evento temporal
Bureau A reniegan del star-system, de la arquitectura grandilocuente y de lo que parece escrito en piedra. Algo que han puesto de manifiesto, más aún si cabe, en sus intervenciones efímeras. Al tratarse de contextos más rápidos, los conceptos fundamentales no desaparecen ni se tergiversan durante la fabricación: no es necesario disociar entre investigación y construcción. Una vez desmontada la arquitectura, lo que permanece no es sino el momento que hemos experimentado en ella. Así, suspendieron paisajes poblados de espejos, cactus alucinógenos y luces de sodio en el Museum für Architektur und Ingenieurkunst NRW. O tematizaron las sucesivas temporadas de la tienda de Asticot, una marca de ropa infantil en Ginebra. En la misma ciudad colaboran anualmente con Antigel, un festival de música con emplazamientos inesperados para sus eventos. Dentro de este marco, diseñaron un misterioso y transparente laberinto con luz, vallas de obra y humo. Y en otra ocasión, utilizaron camiones de basura como elementos constructivos que organizaban el espacio escénico.
Para otro cliente habitual, el Festival de Jazz de Montreux, decoraron en 2013 el strip al borde del Lago Lemán con brillantes neones y proyectaron un bar en acero reflectante con ecos a los diners estadounidenses. La imaginería de los dos proyectos está íntimamente ligada a aspectos de la cultura americana, cuya resonancia nos retrotrae a los inicios de este festival en el chalé de su fundador, Claude Nobs. Como comenta Banchini, este interés utópico por crear un mundo en sí mismo encuentra en la escenografía teatral el caldo de cultivo ideal. Al fin y al cabo, se podría pensar que son simplemente unas maquetas muy grandes. Su fascinación por algo tan denostado por muchos arquitectos como “el decorado” o “lo decorativo” no es casual: los dos son profesores de arquitectura de interiores en Lausanne y Ámsterdam.
Algunos compañeros de profesión les preguntan maliciosamente cuándo van a hacer arquitectura. O si frente a un proyecto de gran envergadura mantendrán el mismo atrevimiento y radicalidad. A tenor de los proyectos que están finalizando en este momento, su obra anterior como dúo parece el trampolín perfecto que ha servido para catapultar dos sólidas carreras en solitario hacia un futuro por definir. Desde BUREAU, su nueva estructura de con base en Lisboa, Zamarbide edita una revista-panfleto de nombre homónimo, con dos ediciones anuales. Al mismo tiempo, participa en concursos de arquitectura, finaliza un par de obras residenciales y otras de arte público; y abre nuevas vías en el campo del mobiliario como objeto artístico, atento a ver con qué puede hacer arquitectura también. Por su parte, Banchini ha realizado en Bruselas un espectacular restaurante de noodles con un techo acuapónico en el que nadan anguilas vivas. Además, está a punto de inaugurar un nuevo espacio para workshops en la cuarta planta del Centro Pompidou en París. Mientras termina la obra de House of Architectural Heritage en Bahréin, prepara el traslado de su oficina a Barcelona esta primavera. Insobornablemente fieles a sí mismos, ambos nos guiarán de la mano por caminos poco transitados. Dejémonos llevar. |