Si cerráramos los ojos e imagináramos un restaurante, el que sea, al menos el 90% coincidiríamos en dos puntos. El primero, la presencia de color y texturas en el comedor, bien sea por maderas, cristales, azulejos, revestimientos o iluminación. Y el segundo, la cocina: esa zona caóticamente ordenada donde se suceden las voces y los aromas entre superficies de acero.
Pues bien, quitemos esa imagen de nuestras retinas y ahora llevemos la cultura japonesa al extremo del interiorismo minimalista. A ese punto en el que lo único que importa son las sensaciones. Y además da igual si hablamos de arquitectura, de gastronomía o de espacios, el restaurante Setsugekka se posiciona dentro del interiorismo emocional. Tal y como mantienen los Shanghai Hip-Pop, arquitectos chinos encargados del proyecto, “lo que quieres transmitir es mucho más significativo que argumentar lo que es”. Y no podemos rechazar esta afirmación.
Un cubo con una entrada que es verticalidad pura nos da paso a un área en el que imperan los colores neutros, la madera y la iluminación azul. El mobiliario está dispuesto como piezas escultóricas privando de cualquier tipo de ornamentación al entorno. La iluminación, íntima y calmada, nos avisa de que aquel es un lugar para aislarse de la realidad atropellada de la vida contemporánea. Y la cocina, abierta y purista, nos confirma lo que los japoneses saben hacer desde hace siglos.
El momento de la comida es un instante único e irrepetible. Un ritual para con nuestro cuerpo donde tenemos (o deberíamos tener) la obligación de mimar cada detalle. La esencia de la gastronomía nipona y, por extensión, de su cultura, es precisión y belleza. Y el restaurante Setsugekka define a la perfección esos conceptos.