Paris, Londres y Nueva York son su campo de acción. Guía de artistas y diseñadores, Julien Lombrail y Loïc Le Gaillard han colocado Carpenters Workshop Gallery en primera línea, apostando por la investigación y la producción artesanal de piezas de edición limitada. Lo que ellos llaman esculturas funcionales. Hablamos de objetos sofisticados, audaces y emocionalmente tan atractivos como una obra de arte.
Parisinos y amigos de la infancia, Julien Lombrail y Loïc Le Gaillard comenzaron su aventura en Londres como dos jóvenes empresarios. Aunque con formación comercial, ambos habían crecido en un ambiente cultivado relacionado con las artes: el padre de Le Gaillard era galerista y la madre de Lombrail, escultora. El primer espacio que abrieron fue en el Chelsea londinense en 2006, un antiguo taller de carpintería que convirtieron en galería de arte. Pero pronto el mercado les hizo un guiño y dieron un giro a sus intereses, dedicándose desde cero y de manera activa a la investigación y producción de piezas de diseño en edición limitada que exhiben y venden. Una apuesta intelectual que ya es negocio. Hoy, con tan solo diez años de trayectoria, son una marca afianzada en el elitista panorama del design art, un terreno que dominan y desde el que cobijan a nombres como Atelier Van Lieshout, Wendell Castle, Humberto y Fernando Campana, Robert Stadler, Johanna Grawunder, Rick Owens, Vincent Dubourg, Nacho Carbonell o Maarten Baas.
Crecer significó para Lombrail y Le Gaillard abrir un segundo espacio en Mayfair, dos años más tarde, y ya en 2011, volver a París, sus raíces, donde desplegaron su savoir faire en 600 m2 en pleno corazón del distrito de Le Marais, un lugar, más significativo aún, ocupado anteriormente por la Galerie de France. Pero su gran punto de inflexión fue la sede de Roissy: 8.000 m2 dedicado a la investigación artística en el que convocan a un selecto grupo de artesanos al servicio de sus diseñadores. ¿El objetivo de este espacio renacentista? Rescatar y actualizar la tradición de las artes decorativas francesas. Todo esto sin olvidar su último logro: la apertura de un showroom en Nueva York, en la Quinta Avenida, cerca del MoMA y de Christie’s.
ROOM Diseño.- Carpenters Workshop Gallery ya tiene más de 10 años. ¿Cómo ha cambiado el panorama del art design en este tiempo?
Julien Lombrail.– Ha cambiado completamente porque hace 10 años no había mercado. La mayoría eran anticuarios que querían modernizar su oferta. Había gente que quería coleccionar diseño, pero muy pocas piezas contemporáneas en ediciones limitadas, así que tuvimos que construir un mercado, no solo nosotros, sino todas las galerías. Ahora existen ferias, casas de subastas, coleccionistas y museos de diseño y artes decorativas. Todos hemos crecido.
R.D.- ¿Qué significa trabajar con art design? ¿Qué desafíos conlleva?
J.L.- Tengo la sensación de estar en una isla muy, muy pequeña. Es una comunidad en la que no hay mucha gente que sea capaz de combinar diseño, arte y producción. Y la producción es un reto: puedes hacer una mesa estupenda o un aparador alucinante pero, si los cajones no abren bien, tienes un problema. Si la gente usa estas piezas, debes asegurarte de que funcionan y de que seguirán funcionando incluso después de 10 años. Esto no pasa con una escultura o con un cuadro porque no los tocas. Pero esta dificultad es lo que nos gusta.
R.D.- ¿En qué contribuye vuestra galería al concepto art design?
J.L.- Hacemos la selección de las obras que producimos y tenemos la exclusiva de lo que producimos, aunque a veces no tenemos la exclusiva de los artistas. De modo que lo que puedes ver en las piezas de Carpenters Workshop Gallery es el sabor de nuestra colección. Es nuestro gusto personal. Somos emprendedores, no queremos vender esta silla o aquella, lo que queremos es producir obras que realmente nos gusten, que nos enamoren, con las que nos gustaría vivir.
R.D.- De algún modo estáis compitiendo con el mercado del arte, ¿no?
J.L.- No nos preocupa eso. Lo que nos gusta a Loïc y a mí de un objeto es que provoque esa tensión, ese impacto que tiene una obra de arte. Entendemos que algunos diseñadores tienen una expresión artística, en términos de escultura, y que además de eso el resultado, el objeto, tiene una función. Lo que llamamos esculturas funcionales. Hay una barrera psicológica y no hemos alcanzado el nivel del arte contemporáneo, pero creo que las cosas se están moviendo en la dirección correcta.
R.D.- ¿Cómo es la relación entre galerías y museos?
J.L.- Es muy importante. Trabajamos mucho con los museos porque su sección de diseño es casi siempre muy incompleta, especialmente en contemporáneo. Así que intentamos ayudarles a mostrar a un público más amplio lo creativos que pueden ser los diseñadores y artistas.
R.D.- En esta relación con la línea estética, ¿cómo conecta a vuestra galería con las tradiciones de las artes decorativas?
J.L.- Nos encanta estudiar la artesanía tradicional, especialmente el art dèco y el S. XVIII. Revisitamos todo esto e intentamos comprender lo que hacían. Conocer las técnicas antiguas y las modernas, y estudiar cómo pueden combinarse y mejorar la calidad. Nuestro taller impulsa esa visión: los mejores artesanos para desarrollar piezas excepcionales.
Ha pasado mucho tiempo desde que Julien Lombrail comprara en Estados Unidos piezas de Ron Arad sin saber quién era para revenderlas en Francia por el doble de su valor. Y ya no les sucede lo mismo que cuando Arad, Hadid o Marc Newson se negaban a trabajar con ellos porque eran muy jóvenes. Entonces los dos galeristas no se amedrentaron y se dirigieron a escuelas como la Academia de Diseño de Eindhoven donde descubrieron una nueva ola de diseñadores. Hoy Le Gaillard y Lombrail, además de financiar a muchos de los artistas, disponen del mencionado -y envidiado- taller en el que dialogan varias disciplinas artesanales.
R.D.- A la hora de buscar complicidades, ¿quién seduce a quién? ¿Vosotros a los diseñadores o los diseñadores a vosotros?
J.L.- Ellos nos seducen a nosotros, pero somos nosotros los que los impulsamos porque a veces se cohíben o restringen. Tenemos ojo para ver su potencial y los empujamos a que saquen lo mejor de ellos. Incluso si la técnica no existe para hacer el proyecto que quieren, inventamos la manera de que se lleve a cabo. Además, somos muy activos en la búsqueda de nuevos talentos. Vamos a talleres, a escuelas. A veces contactamos con artistas que no son diseñadores, pero que nos gusta lo que hacen y les preguntamos si estarían interesados en trabajar con nosotros para buscar una funcionalidad a sus esculturas. Buscamos piezas que encajen con la historia del arte. No hablamos ni siquiera de la historia del diseño, porque ponemos todo en el mismo saco. El primer arte fue el diseño: cuchillos, herramientas, jarras, coronas para reyes…
R.D.– En relación a los clientes, ¿cómo se les vende art design?
J.L.- Lo primero es el amor. Les tiene que encantar. A veces necesitan algo, vienen a la galería buscando una lámpara de araña o un armario… Algo que necesitan. Entonces les explicamos por qué es tan caro, por qué es tan único y excepcional. Les hablamos del proceso, que puede implicar a decenas de artesanos, y a veces los llevamos al taller para que lo vean y lo entiendan mejor.
R.D.- Tenéis espacios en París, Londres y Nueva York. Es decir, el art desing se expande. ¿Cómo creéis que será el futuro de esa disciplina?
J.L.- Para nosotros será lo mismo que ahora, con el mismo espíritu. Eso sí, en el futuro nos gustaría hacer trabajos más monumentales. Gustave Eiffel hizo la Torre Eiffel hace más de 100 años y quizás encontremos un proyecto así. Porque, si lo piensas, es una escultura transitable: un monumento que sirve como mirador desde el que se ve todo París y desde el que se puede sentir la grandeza de una nación.
R.D.- Aunque no tan monumentales, vosotros ya producís piezas grandes para espacios abiertos, ¿no?
J.L.- Sí. Hay piezas monumentales en jardines, sobre todo los bronces de Wendell Castle que tienen mucho éxito en jardines privados y de los que recibimos cada vez más encargos. Ahora estamos instalando una enorme lámpara enjambre hecha por Random International en un aeropuerto muy famoso, y también un reloj de Maarten Baas en el aeropuerto de Schiphol en Ámsterdam, por el que creo que pasa un millón de personas al día. Así que no tenemos límites. Si tiene sentido, haremos este tipo de proyectos.
R.D.- ¿Os sentís seguros con este crecimiento?
J.L.- Sí. Muy seguros. Cuando empezamos Luïc y yo no teníamos dinero. Han sido 10 años para construir todo desde cero. Y ahora, por primera vez, tenemos la distribución, la galería correcta en los lugares correctos, y las instalaciones de producción en Roissy, al lado de París, con artesanos muy cualificados. Ahora es cuando empezamos.