De emigrante latino a artista de renombre
El artista Iván Navarro nació en plena dictadura de Pinochet hace cuarenta y cinco años. Aspecto que influyó en su carácter y en sus preocupaciones. Rodeado de un ambiente opresor, tuvo la fortuna de crecer envuelto en un entorno creativo: su padre y su hermano han desarrollado sendas carreras en el ámbito del arte y su madre fue profesora de esta materia. Todo ello favoreció su formación, aunque llegara a ella de manera accidental. En realidad, quería estudiar carpintería. Su trayectoria fulminante lo ha situado en el vértice del panorama internacional convirtiéndose en la figura actual más representativa de su país. Para conseguirlo tomó la decisión de abandonar Chile hace 20 años e instalarse en el epicentro del universo artístico: Nueva York.
De su relación con su tierra natal, Navarro suele dejar entrever una sensación agridulce. Es habitual escucharle comentar lo paralizada que se encuentra la actitud crítica de sus compatriotas. Él mismo nos comenta que aún hoy existe una autocensura sobre las creaciones que puedan ser políticas, como si la sombra de Pinochet ya no existiera. Para Navarro se trata de una especie de autoolvido. “Es como una amnesia”, nos dice por Skype desde su estudio neoyorquino.
El pasado de su país forma parte de la médula espinal de su currículum. Algo que aún sigue incomodando en Chile, a pesar del revisionismo que desde la llegada de la democracia se ha vivido con este asunto. Aquí, por el contrario, jamás se ha hecho. “En España la gente no quiere recordar, no quieren buscar a los muertos en las cunetas. No se quiere remover el pasado”, comenta en esa comparativa con la dictadura franquista. “En Chile, todo esto aún duele. Pero a la gente joven es un tema que parece no interesarle. Los artistas jóvenes son claramente apolíticos. Y se nota. Están fascinados solo con la tecnología, la cosa digital”.
Con estas declaraciones comenzamos a entender parte de su discurso, sus intereses y las temáticas que le preocupan. El Chile de la dictadura ha sido tema recurrente. Su traslado a EE.UU. aumentó su sensibilidad hacia la pobreza, las desigualdades sociales o la pena de muerte. 1997 es la fecha en la que Navarro pisó suelo neoyorquino. La ciudad de los rascacielos le deparó unos inicios complejos (pintó muros en galerías, vendió cerveza en inauguraciones o restauró muebles), aun así rápidamente sus obras encontraron el respaldo de la crítica.
Pero, ¿cómo reacciona un público que tiene muy asumidos el uso masivo de armas o la cadena perpetua, ante propuestas de fuerte calado como Pink Electric Chair (2006) o Death Row (Corredor de la muerte) (2006-2009). “Es muy difícil que la gente entienda rápidamente de qué tratan mis piezas. El arte contemporáneo no es fácil. Yo trabajo con luz, el espectador que no tiene idea de mis propuestas las ven como algo bonito. Y ahí se detiene. No entiende que estoy cuestionando la banalización de la pena de muerte”. Al margen del mundo del arte, sus iniciativas han sido muy valoradas desde el campo de la enseñanza. Suele ser invitado a numerosos colegios para que explique los contenidos de sus proyectos y qué relación tienen con Estados Unidos y la dictadura chilena. “Los profesores se dieron cuenta de que hay un potencial comunicador en mis propuestas para que los niños sepan que esos problemas no son necesariamente como se ven en las noticias”.
Arte versus Trump
A Navarro no le gusta el controvertido nuevo presidente de EE.UU. Su condición de emigrante le permite tener una visión muy definida. “No creo que pueda echar a los inmigrantes así tan fácilmente. Esas provocaciones, como hacer el muro, si llegan a ser efectivas, será de aquí a tres años o más”. Para Navarro, se trata de un individuo que viene de los medios, un empresario provocador que crea pánico para abrirse camino. “Aunque no es mi presidente y no voté por él, habrá que esperar para ver qué pasará con todas sus promesas”.
Desde el mundo del arte hay una fuerte actitud de rechazo. En estas pocas semanas ya hemos visto como los grandes museos (MoMA o Metropolitan, etc.) decidieron colgar de sus paredes a artistas sirios, yemeníes, iraquíes, iraníes, sudaneses, somalíes o libios como modo de repudiar el veto a la entrada de ciudadanos de estos países. A todo esto hay que sumar el beneplácito demostrado por el presidente para acabar con los fondos federales dedicados a las artes y a las humanidades. Aun así, Navarro no ve peligrar el mundo de los museos y las galerías. “Todo funciona con apoyo privado. Tiene mucho que ver con los impuestos y Trump ha prometido que los bajará, algo que nos favorecerá: la gente con dinero gastará más en arte. De modo que indirectamente el negocio saldrá beneficiado”.
Metodología, luz y lucha
La temática de índole social y política impregna todo lo que hace. Y la ejecuta mediante el uso de un elemento tan inmaterial y emotivo como poderoso: la luz. Varios artistas de renombre han trabajado con ella. Entre otros, James Turrell o Dan Flavin. Con este último, Navarro tiene una clara semejanza estética, de la que el chileno se aleja elegantemente cuando hablamos del lado emocional de sus estructuras frente a la esteticidad de Flavin. “Más que su obra, son los artista que a Flavin le interesaban los que realmente me han marcado. Hablo de Brancusi, de Gerrit Rietveld”. Los neones y fluorescentes son solamente el soporte vinculante entre ambos.
En su modus operandi, Navarro investiga las relaciones que un material o una palabra pueden mantener con la luz, qué significados cobran. “Por ejemplo -nos dice-, me pregunto qué pasa si conecto luz y color rojo. De forma inmediata pienso en “emergencia” y empiezo a experimentar con ese tema. No parto de un pensamiento preestablecido sobre qué supone la luz. No es algo espiritual o que tenga que ver con el origen de mi cultura latinoamericana. Cada obra es un experimento del lenguaje”. A partir de ahí, va concretando ideas a través de bocetos. “Tengo un cuaderno en el que dibujo cualquier cosa. Números, líneas, una cama… Lo que sea. Todo empieza en el papel. De ahí salen mis esculturas”.
Diástole lumínica
Iván Navarro sigue en expansión, como el universo. Durante nuestra charla, quedó claro que tiene mucho que decir. Aun cuando mantiene ciertos contenidos y una misma actitud, su curiosidad le ha llevado a realizar acciones con diferentes artistas, así como a adentrarse en otros campos como el vídeo o la música (tiene incluso su propio sello musical, Hueso Records). En esta línea, hay que decir que le gusta coleccionar canciones. Para Navarro es una forma de conocimiento. Y de hecho, ahora está armando una selección de discos de distintas revoluciones ocurridas en el mundo con compositores electroacústicos y canción protesta. Música con la que ha desarrollado diferentes proyectos. “Por ejemplo, poniendo en una sala todos los discos y enfrentando al público con estos documentos históricos mientras observan una obra contextualizada en el mismo espacio”.
Esta expansión creativa lo trajo a España a la pasada edición de ARCO de la mano de Baró Galería. Allí, tuvimos la oportunidad de visualizar algunas de las innumerables contradicciones con las que nos arropamos en las sociedades occidentales y con las que Navarro da forma a sus trabajos. Además, acaba de inaugurar una exposición en la Galerie Daniel Templon de París y en diciembre lo hará en el Guggenheim de Bilbao. Esto nos retrotrae a Homeless Lamp, The juice sucker (2004), pieza fundamental de la colección permanente del Guggenheim, en Manhattan. Con ella, Navarro se presentó como un homeless más, en una clara metáfora de sus primeros intentos por acceder como emigrante al selecto firmamento del arte en la ciudad de los rascacielos. Ese firmamento que ahora, un puñado de años después, le rinde constantes y encendidas pleitesías.