Ni el Museo de Arte de Sao Paulo (MASP) es un museo más ni su autora, la brasileña Lina Bo Bardi, una de las arquitectas modernas de mayor relevancia, una profesional desprovista de un discurso comprometido acerca de las formas de habitar el espacio. De ahí que de esta confluencia solo pudiera resultar una forma singular de trazar un proyecto expositivo, ya que Bo Bardi siempre defendió que el trabajo del arquitecto debía ir más allá y sus consideraciones acerca de cómo exponer las obras en sus edificios debían tenerse en cuenta.
Ella perseguía la máxima coherencia con el lenguaje (fluidez, transparencia, flexibilidad, apertura, eliminación de jerarquías…) ya presente en el que por aquel entonces era el edificio con una planta libre más larga del mundo. Y es que el MASP, que había surgido para acoger una de las colecciones de arte internacional de mayor alcance de Latinoamérica, se presentaba como una extensión más de la propia ciudad a través de un gran espacio libre para la zona expositiva y un perímetro circunscrito por grandes paños de vidrio.
Para ello, Bo Bardi diseñó los conocidos como “caballetes de cristal”, constituidos por una base de hormigón que soporta un cristal donde se coloca la obra de arte, dando así la impresión de que esta queda suspendida en la sala al tiempo que establece un diálogo con el propio edificio y la ciudad. Este vidrio va fijado a la base con una cuña de madera y componentes metálicos, no hay elementos externos que distorsionen la visión. Así, si contemplamos la sala expositiva desde un nivel superior, las obras parecen flotar en el espacio de manera ordenada.
El hecho de quitar las obras de la pared y colocarlos en estos caballetes tan singulares implica su desacralización y persigue un discurso político, en tanto que democratiza el acceso del público al arte y desafía las narraciones histórico-artísticas canónicas, al convivir obras antiguas con otras más modernas y de orígenes diversos en una instalación común, sin atender a ningún tipo de jerarquía o discurso subyacente. Entre ellas, tan solo encontramos levedad y diálogo, que da paso a nuevas relaciones posibles entre arte medieval, asiático, antiguo…
Asimismo, estos caballetes posibilitan el acceso a la trasera de la obra, pudiendo tener una visión total de la misma. El marco, los materiales empleados, el lienzo… adquieren de pronto relevancia y muestran su diversidad. El museo aprovecha entonces esta parte para presentar la descripción y memoria de la obra, lo que posibilita un encuentro con la obra desprovista de su contexto interpretativo.
Surge así una nueva experiencia museística más plural, democrática y humana que recoge la humanización del espacio que siempre caracterizó a Bo Bardi. Además, se alza como una alternativa latinoamericana a la forma de exponer, observar e interpretar las obras de arte propia de Europa.