La pasión y el rigor son los motores con los que el crítico de arquitectura William Curtis desnuda cualquier edificio. La reedición de su libro Le Corbusier, Ideas y Formas ha sido el punto de partida de una charla donde ha hablado para ROOM de identidad y arquitectura. Recientemente ha inaugurado en el Palacio de Carlos V de Granada Abstracción y luz, una gran muestra con sus apuntes de viaje y fotografías.
Este año se reedita Le Corbusier, Ideas y Formas, el más profundo y certero análisis de la obra del arquitecto suizo. Editada por Phaidon, la publicación coincide con el 50 aniversario de su muerte, a causa, probablemente, de un ataque cardiaco mientras se bañaba en la costa azul. Su autor, William JR Curtis, nos acerca al arquitecto más influyente del siglo XX, con el que comparte la fascinación por entender el pasado, y la emoción de reinterpretarlo como algo radicalmente nuevo.
ROOM Diseño.- ¿Cómo aborda la obra de Le Corbusier en su libro?
William Curtis.- En 1971 realicé un estudio experimental sobre uno de sus edificios, el Carpenter Centre for Visual Arts. Me encerré en una pequeña habitación con todo tipo de documentos posibles: cartas, bocetos, contratos, entrevistas con constructores, planos originales. Este procedimiento permitía mirar el proceso de creación completo, a través de múltiples perspectivas simultaneas, con el objetivo de interpretar todos los niveles de significado de una obra concreta. Evitar un pensamiento unidireccional. Encontrar pistas que permitiesen leer entre líneas. Especular sobre su lenguaje y sus temas recurrentes. Fue la fundación de un método de investigación que, aplicado a otros edificios, dio forma a la primera edición del libro.
R.D.- ¿Y qué aporta esta nueva edición?
W.C.- Hace ocho años comenzamos a pensar en realizar una revisión bastante modesta. Mejorar la calidad gráfica, cambiar algunos pies de foto. Pero enseguida entendimos la oportunidad de profundizar en la interpretación de toda su obra con una visión renovada. ¡Había pasado ya un cuarto de siglo! ¿Cuántas veces había paseado desde entonces por la rampa de la Villa Saboya? ¿O me había emocionado con la luz misteriosa del monasterio de la Tourette? Para mí, sus edificios son como viejos amigos; siempre revelando nuevos aspectos de ellos mismos; siempre cambiando, pero de alguna forma siempre los mismos. Incorporando estas experiencias y a la luz de nuevas investigaciones propias y ajenas, revisé todo lo escrito. Además, al final del libro añadí cuatro capítulos que tratan los principios de la arquitectura de Le Corbusier desde un ángulo totalmente innovador.
R.D.- Ha llegado a calificar el edificio de la Asamblea de Chandigarh como su favorito del siglo XX. ¿Qué encontramos en él?
W.C.- Lo que mas me interesa de Le Corbusier es su capacidad de ser un arquitecto profundamente moderno, que utiliza hormigón, que presenta una plástica cubista, pero con un gran conocimiento del pasado. Lo comprende, lo deglute y lo reinterpreta. Como en una metamorfosis contemporánea. Y el mejor ejemplo es el parlamento de Chandigarh, un edificio que cuenta con infinitas capas de comprensión. Es un paisaje político y cósmico, relacionado con el sol y los planetas, que integra aspectos prácticos, políticos, poéticos y simbólicos. Un ejercicio de monumentalidad contemporánea que revelaba nuevas posibilidades de creación arquitectónica.
R.D.- ¿Influye su faceta como fotógrafo a la hora de comprender la obra de Le Corbusier?
W.C.- En un viaje que realicé en auto-stop de Inglaterra a Turquía con 18 años, tomé el hábito de hacer bocetos rápidos de los edificios que veía. No podía permitirme hacer muchas fotos, por su elevado coste en aquella época. Con el tiempo, dibujar y fotografiar se convirtieron en una potente herramienta, no solo representativa, sino para modelar y fijar mis ideas. Como fotógrafo, me interesan las formas abstractas, la luz, las sombras, la relación con el entorno. Una gran muestra de mis apuntes de viaje y mis fotografías se pueden descubrir en la exposición Abstracción y luz, que se inauguró el octubre pasado en el Palacio de Carlos V, junto a la Alhambra.
La lectura que William Curtis hace de la historia de la arquitectura no se pierde en tecnicismos superfluos, sino que disfruta utilizándola como herramienta para entender, diseccionar y describir el mundo en todas sus dimensiones, ya sean políticas, sociales, artísticas o simbólicas. Se recrea buceando entre los múltiples estratos de significado de una obra. No es de extrañar que, para definir las de poco calado, emplee un término en perfecto español: “sin espesor”.
R.D.- Le Corbusier hablaba de la crisis de los años 30, insistiendo en que no era solo económica, sino más íntima: una verdadera crisis de conciencia. ¿Hay un paralelismo con la situación actual?
W.C.- Sí y no. A nivel económico, la que vivimos ahora es mucho menor, al menos en el primer mundo. En África, o por ejemplo en Siria, podemos ver efectos mucho más devastadores, pero yo intento no ser pesimista al respecto. Por otro lado, si que hay una crisis que yo llamaría de valores: qué tiene realmente valor y qué no. En ese sentido es evidente la obsesión actual por la imagen. Es realmente trágico utilizar programas informáticos para realizar imágenes de futuros proyectos, que solo son grandes mentiras. Que serán imposibles de traducir en materiales y construcciones reales. Pero los políticos son sistemáticamente seducidos por estas brillantes imágenes. Algo que vemos, lamentablemente, en muchos de los últimos trabajos de Herzog & de Meuron.
R.D.- Lo que ha denominado alguna vez “la devaluación de la monumentalidad cívica”.
W.C.- Efectivamente. Algo que se puede aplicar perfectamente a España. [risas] El caso más escandaloso es La Ciudad de la Cultura de Galicia, de Peter Eisenman, en Santiago de Compostela. Un proyecto innecesario, aberrante, políticamente estúpido, que destruye un paisaje emblemático. Tan solo por la voluntad faraónica de Fraga. Pero hay más, a la sombra de un mal interpretado “Efecto Bilbao”. Niemeyer en Avilés, Jürgen Mayer en Sevilla con sus setas, o Calatrava en Valencia con sus formas dramáticas, pero vacías conceptualmente. Creer que estas stravaganzas pueden mejorar una economía moribunda carece de cualquier planteamiento racional.
Gran conocedor de la arquitectura hecha en España, sus severas críticas a edificios impertinentes (por su falta de pertinencia) no son menos vehementes que los elogios a las obras que le emocionan. En ellas aprecia la naturalidad, el orden, la funcionalidad, la utilización sensata de los materiales. Cualidades tangibles, pero inundadas de una poética que las hace trascender. Son obras intensas, que declara reveladoras: concibe el principal trabajo del arquitecto como una revelación. Entender las necesidades del cliente, y devolverle algo que este no podía imaginar.
R.D.- A pesar de estos excesos, la situación actual ha permitido realizar proyectos como Matadero en Madrid, impensables en tiempos de burbuja económica. Con menos presupuesto pero quizás más apropiadas. ¿Hay otros ejemplos?
W.C.- Hay fantásticas reconversiones de edificios realizadas en estos términos, como la Escuela de Arquitectura de Granada, de Víctor López Cotelo, o el Palacio de San Telmo, de Guillermo Vázquez Consuegra. Proyectos cuyo valor está más allá de una discusión de presupuesto. Sabían donde había que cambiar algo, y donde dejarlo tal y como estaba. El material principal de la arquitectura es el espacio. Y se puede construir espacio con materiales muy humildes. Como la Casa para un fotógrafo de Carlos Ferrater en el delta del Ebro, que con materiales propios de garajes, consigue una enorme sofisticación espacial. Esta ingenuidad es lo que más admiro de la mejor arquitectura española.
R.D.- ¿Cual sería la arquitectura mas reseñable de los últimos 15 años en España?
W.C.- RCR son los arquitectos más interesantes de su generación. El Museo Soulages, a pocos kilómetros de donde resido actualmente, es una obra extraordinaria. Cuenta con todo lo mejor de la arquitectura española. Rigor geométrico, tratamiento delicado del terreno, la inserción en el tejido urbano, una rica gramática constructiva, una materialidad que entra en vibración con la obra de Soulages. Pero hay muchas Españas, y muy variadas. Obras como el Museo del Agua en Lanjarón, de Juan Domingo Santos, el Museo de Bellas artes de Castellón, de Tuñón y Mansilla, o la Escuela de Artes Escénicas, de GPY, muestran esta multiplicidad de miradas. Pero desgraciadamente no encuentro nada que esté a la altura de las dos obras maestras indiscutibles de la arquitectura contemporánea española, el Gimnasio Maravillas, en Madrid, de Alejandro de la Sota, y la casa Ugalde, de José Antonio Coderch, en Barcelona. [risas] Pero no pasa nada, hay que poner las cosas en perspectiva. Es parte del trabajo de la crítica.
Escuchar hablar de arquitectura a William JR Curtis es fascinante. Las complejidades se hacen evidentes, comprensibles, emocionantes gracias a su discurso poliédrico plagado de referencias históricas, humor y sentido común. Algo así como si sus palabras te permitiesen descifrar esa chispa de la que ya hablaba Le Corbusier: “Empleando piedra, madera, hormigón, se construyen casas, palacios; eso es construcción; pero, en un instante, algo toca mi corazón, me hace bien, me siento feliz y digo: esto es hermoso. Voilà la arquitectura. El arte entra en escena”.