En un barrio anodino de la ciudad de Saitama, donde edificios convencionales se repiten sin cesar, el estudio de arquitectura N Maeda Atelier ha diseñado una casa con personalidad, capaz de desmarcarse del resto y cuyo leiv motiv es la relación interior-exterior.
Los propietarios son una pareja, dueños de una tienda de animales, y su deseo era integrarla en la vivienda. Por ello, se utilizó la planta baja para el negocio, mientras que el resto se dedicó a la zona habitable. Y es esta otra idea fundamental del proyecto: la dualidad. Frente a lo diáfano de la parte inferior, la de arriba se muestra como un prisma blanco sin apenas aberturas, que marca claramente la diferencia entre la zona pública y la privada de la casa.
El local comercial desdibuja sus límites gracias a una serie de paneles perforados que utilizan sus formas curvas para invitar a entrar, y a la vez para separar distintas zonas donde los perros puedan correr. La esquina del local se rompe para abrirse a la ciudad mediante un gran ventanal, y al anochecer se inunda de luz sirviendo aún más de reclamo. Sorprende que soportes tan livianos puedan sustentar el gran bloque que tienen encima, pero ahí radica gran parte del encanto de la Turus House
Si levantamos la mirada, el volumen superior parece flotar sobre la tienda de mascotas y se cubre con una piel que huye de lo prefabricado por medio capas impermeabilizantes aplicadas manualmente. El arquitecto usa distintos espesores y tonalidades de gris para generar ondulaciones y sombras que recuerdan al cielo nublado de la ciudad. De esta forma la construcción busca mimetizarse con el entorno aunque en cierta medida logra lo contrario. Este tratamiento irregular de la pintura puede recordar el concepto japonés del Wabi-Sabi que busca la perfección en lo imperfecto. La fachada transmite esa sensibilidad y huye de todo acabado convencional, dejando claro que nos encontramos ante un objeto único que invita a detenerse y contemplarlo.
La vivienda en sí se organiza en torno a un patio que articula el resto de habitaciones. Éste, que parece un trozo extraído del volumen del edificio, llena de luz las estancias y a la vez conecta las distintas plantas gracias a dos escaleras de caracol: una a la tienda y otra a las diferentes alturas, dividiendo recorridos e independizando el trabajo de la vida privada. Como reflejo o continuación de la fachada, las paredes interiores tienen el color blanco y la superficie cambiante como referente. Para ello, se utilizaron paneles de madera pintados también a mano en los que se destacó su rugosidad, de forma que cada pieza tuviera su propia personalidad. Puedes imaginar a los dueños de la casa caminando por ella, mientras pasan la mano para notar las texturas. Por otra parte, la calidez que aporta la madera contrasta con la frialdad del resto de los elementos: acero, vidrio y placas cerámicas de color gris oscuro que, sin embargo, crean un ambiente sencillo y sereno.
La frescura de ideas de los arquitectos japoneses nos regala proyectos muy atractivos como los de SANAA, Kengo Kuma o Junga Ishigami. En éste caso, más allá de lo vanguardista y rompedor, es interesante pararse en los detalles, tocarlos y ver cómo se quiere reforzar la importancia del material tratado de forma artesanal: al cambiar la forma de utilizarlo, éste adquiere una nueva personalidad, lo que permite al arquitecto jugar con un nuevo lenguaje y enriquecer el proyecto. Aunque sea a costa de emplear muchas más horas de trabajo y, en el caso de ésta vivienda, emplear a los estudiantes de N Maeda Atelier para pintar a mano cada uno de los tablones que revisten el interior. Todo tiene un precio aunque en casos como la Torus House merece la pena pagarlo.