Fotos: Luis Díaz
Matadero Madrid. Un gran espacio dedicado a la cultura contemporánea, que alberga en sus diferentes edificios teatro, cine, diseño y arte, y que recientemente y casi de manera casual ha incorporado una zona para la música. Tras el terremoto de Fukushima en 2011 y la cancelación de la Red Bull Music Academy de Tokio, el mismo evento llegó en septiembre de 2011 a Madrid y más precisamente a la nave 15 de Matadero, con 4.700 m2 de superficie diáfana y una estructura protegida. Los arquitectos encargados del proyecto, el estudio madrileño Langarita-Navarro, debían tener en cuenta varios factores: la urgencia (pues disponían solo de varios meses para concebir y elaborar la propuesta), un bajo presupuesto, condicionantes concretos como el aislamiento acústico, y la variedad de volúmenes geométricos donde albergar locales de ensayo, estudios de grabación o zona de conciertos. Lugares diferenciados pero interconectados para propiciar la colaboración y el intercambio de ideas.
La Red Bull Academy de Madrid adoptó las formas de un campamento cultural y creativo incorporando la premura de la preparación a su identidad: casetas de madera contrachapada, sacos terreros a modo de paredes-aislantes, y sobre todo una nula intervención sobre la propia nave para que toda la instalación pudiera desmantelarse sin dejar huella.
Las casetas conviven con cúpulas textiles absorbentes y caminos curvos llenos de plantas, en una microestructura urbana disgregada. Con esa disposición inesperada, el conjunto aglutina sin fricciones diferentes etapas de la creación musical, y estimula el conocimiento y la curiosidad. Algo muy acorde a la arquitectura del proyecto, según Langarita y Navarro: “no nos parece relevante lo que queremos transmitir, sino más bien lo que moviliza en otros la arquitectura que hacemos”. Habrá que preguntárselo a los nuevos usuarios de un espacio que reabrió sus puertas en febrero de 2012, ahora consagrado como la Nave de la Música.