¿Puede el hombre aprender algo de la inteligencia de las flores? ¿Está el ser humano cada vez más alejado de la naturaleza? ¿Se adentra nuestra especie en una era artificial y desafiante? En una época hipertecnológica, de transformaciones e incertidumbre, Carolin Ruggaber, Emily Thompson y Lauren Sellen (Coyote Flowers) intentan responder a estas preguntas desde el arte y las creaciones vivas. Tres mujeres que han hecho del universo floral un complejo territorio de exploración performativa.
La eterna cuestión del arte floral
La inteligencia de las flores. Así tituló el autor belga Maurice Maeterlinck —Premio Nobel de Literatura en 1911— la obra que sería decisiva en su carrera: un ensayo sorprendente, donde la observación científica se transformaba en un canto poético a la naturaleza. En él atestiguó que cada flor poseía un ingenio y una sabiduría equiparables a los del hombre; e incluso consideró que la vida vegetal y la humana podrían ser una misma cosa: una vida bajo la que subyacería una mística que remite a una inteligencia superior.

La cuestión ancestral de nuestra relación con el elemento natural no solo ha preocupado a Maeterlinck. Más de un siglo después, el tema vuelve a golpear con mucha mayor fuerza por la emergencia climática. Las respuestas son numerosas y proceden de diversos ámbitos, aunque cabe destacar cómo la aclamada diseñadora Patricia Urquiola ha retomado la tesis maeterlinckiana. Esta peculiar visión alquímica se puede apreciar en su discurso Stanza abierta. Identidad e hibridación, pronunciado durante su reciente ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.


Con un abanico de referencias que tan pronto pasa de la literatura de Nabokov a la filosofía de Timothy Morton, Urquiola ha afirmado que “tendremos que mirar a la naturaleza, no tanto en términos miméticos o de lenguaje, como en términos de autogeneración, destrucción, réplica y crecimiento”, pero poniendo el foco en lo impuro, lo perecedero o lo transicional. “Abrazar la imperfección se vuelve fundamental, pues son las estructuras imperfectas las que nos ayudan a comprender la evolución e incluso la no tan perceptible condición transitoria de los objetos. Saber que todo no puede ser perfecto ni permanente”, proclama. Algo que se conecta con el hacer humano. Naturalia e artificialia.

Estos debates confirman que como sociedad nos hemos alejado de la naturaleza. Ante la conciencia de que la humanidad se ha adentrado en una nueva época —que muchos califican de incierta e inquietante—, la inteligencia de las plantas puede alumbrar lo que es esencial en nuestra especie. Quizás, en el futuro, a través de una nueva lectura de todos estos temas, no solo seremos capaces de mejorar nuestro vínculo con el entorno y con los demás, sino con nosotros mismos. ¿Qué podemos realmente aprender del ingenio floral?
Una nueva propuesta de arte
Si Patricia Urquiola ha intuido una solución desde el diseño industrial, también otras manifestaciones creativas, como el arte, señalan el camino. Ejemplo de ello es Flora —Festival Internacional de las Flores—, una iniciativa anual que acontece en Córdoba mediante instalaciones, actividades y exposiciones y que, desde una escala desafiante en términos de diálogo, invita a los creadores a participar en imaginarios renovados sobre la vegetación en enclaves históricos.


Precisamente, tres de las figuras internacionales que han participado en la última edición —Carolin Ruggaber, Emily Thompson y Lauren Sellen (Coyote Flowers)— presentan modos de relación interespecie que pueden ser recibidos como una guía de aprendizaje. Hablamos de directoras creativas, botánicas, compositoras de bodegones o artistas inclasificables cuya carrera merece la pena atender. Sus visiones únicas lo convierten todo en apabullantes paisajes que celebran la belleza, exploran la delicada conexión entre el ser humano y su hábitat y arrojan luz sobre algunas de las claves de este retorno de la mirada a la Tierra que, en palabras de Walt Whitman, “puede parecer inerte, pero es madre de todo lo que vive y muere.”
Carolin Ruggaber. Naturaleza urbana

Carolin Ruggaber echó sus raíces en la frondosa Selva Negra alemana; un origen que ha influido profundamente en su trabajo, infundido por un amor honesto a los bosques. Actualmente afincada en Berlín, combina la belleza ambiental de su memoria con el dinamismo y la energía de la ciudad, creando diseños florales que mezclan tanto lo salvaje como lo urbano. Su valor estriba en esa compleja proporción que no muchos logran alcanzar sin caer en resultados artificiales e impostados. Un equilibrio que le ha proporcionado un reconocimiento internacional y colaboraciones de alto nivel con firmas del sector del lujo.


Maestra en la consonancia de la forma y el color, su estética es formalista y medida. Lo ilustran bien sus proyectos con Hermès, cuyas tiendas en Barcelona y Praga muestran a la perfección la consecución de esa delicada armonía de contrapesos literales y visuales: desde las enormes masas florales en espiral de los escaparates —magníficas también en la exposición de UTA Artist Space de Atlanta— a los pequeños bouquets en el interior del establecimiento.

Sus intervenciones fagotizan el espacio y lo colman como un vertido; o se transforman en nubes a punto de precipitarse. Pero también lo detallan y lo matizan, lo amplían y lo completan. Lo vemos en los jardines silvestres que aparecen, como milagros, en la exhibición berlinesa Botanical Utopia. ¿Otro ejemplo? Fusión, su obra para Flora, que se aleja de los mensajes derrotistas anunciados frente al auge de la tecnología. Una apuesta por una convivencia bella y simbiótica por medio de la luz artificial. Sirviéndose de espejos que potencian el efecto lumínico sobre las plantas y su crecimiento, demuestra cómo las innovaciones humanas pueden complementar los procesos vegetales y configurar ese conjunto “tentacular” y replicable en la dirección opuesta.
Coyote Flowers. Menos es más

Desde Canadá hacia el mundo, Coyote Flowers —nombre artístico de Lauren Sellen— afirma la lógica minimal de “menos es más”. Sus propuestas monocromáticas, con una reducida escala de colores y una escasa variedad de flores exquisitas, son su bandera. En su producción hay cierto cálculo, a la par que un universo distinguido que viene cargado de un simbolismo intangible. Piezas etéreas y ligeras, donde la imperfección y la vulnerabilidad se transmutan en el foco que funciona como un espejo para reconocer su huella. No solo en las plantas, sino en el propio ser humano.


La poética de Coyote Flowers desvela la belleza de lo efímero, lo frágil y lo transitorio. El coyote es el animal típico de América del Norte; una especie solitaria y salvaje, pero con una agudeza superior para los sentidos, similar a la de Sellen cuando crea sus instalaciones. Saber mirar más allá de lo aparente y dotar de significado a lo material es lo que hace posible la existencia de sus bodegones cargados de sensibilidad.


Por ejemplo, El ser deshilachado, su intervención en el festival Flora 2024. Una escenografía que parte de lo onírico, inspirada por la pintura surrealista de Salvador Dalí. Al igual que en sus lienzos, la naturaleza muere y se deshace, pero su hermosura se desprende y sobrevive a lo finito. Siluetas orgánicas, vegetaciones que aparecen y desaparecen como en un sueño. Formas que duermen. Seres fantásticos aparentemente inconexos que coexisten en una atmósfera vaciada, ajenos a lo que sucede a su alrededor… ¿O quizás no?
Emily Thompson. Espíritu boscoso

La artista floral norteamericana Emily Thompson se aproxima al diseño vegetal no desde el formalismo, sino desde planteamientos orgánicos de abundancia expansiva. Thompson destila un estilo ornamentado, lejano de los preceptos del minimalismo, con una creación que no se contiene ni se recoge sobre sí misma. En su caso, la naturaleza muerta se torna viva, como en las pinturas del romanticismo donde la vegetación se apropia de los edificios —y de las civilizaciones— recuperando lo que antes era suyo.

Para construir su discurso, Thompson compone bosques que nacen con sorprendente facilidad en el interior de estancias puramente industriales. Lo vemos en el hangar de automóviles que diseñó para la marca Volvo. O en sus ya icónicos desfiles para Jason Wu, quien repite con ella cada año desde 2020. Viendo su porfolio, queda claro que la experiencia memorable es algo imprescindible para una buena runway y que, en ese sentido, las flores juegan un papel fundamental por encarnar valores atemporales como la elegancia o la belleza.

Su labor demuestra su capacidad para potenciar espacios singulares tanto con plantas como con la tierra misma, en un gesto de veracidad con lo orgánico. En Inversiones —que recibió el II Premio FLORA 2024 y el Premio del Público Flora 2024—, tres estructuras se apoderaban de los muros ciegos de la Mezquita de Córdoba y homenajeaban a uno de los árboles más icónicos de Andalucía, el olivo. La idea del renacimiento de las plantas en un hábitat reciente subyace continuamente en sus proyectos: la fuerza de la vida logra siempre sobrevivir e imaginar nuevas postales, a pesar de la inevitable finitud.
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