Cada 6 meses, coincidiendo con los desfiles de la chambre Syndicale de la haute couture de París (y las propuestas que a su margen y en su nombre se presentan), surge el debate que pretende dar solución a la inutilidad de tal fashion week si apenas cuentan las ilustres casas de moda que allí se presentan con 300 clientas –si no son menos- en todo el mundo. La respuesta es sencilla: para vender pintalabios, gafas y perfumes; lo que el modisto Lorenzo Caprile denomina irónicamente duty-free.
La alta costura es un ejercicio marketiniano en el que las firmas marcan paquete para generar deseo hacia sus marcas y aumentar las ventas de sus productos de más bajo precio: los cosméticos y complementos. Obviando esta parte comercial, a la haute couture se le presupone una intención artística que genera el rechazo del público más mainstream movido por el desconocimiento de este propósito y que movido por su ignorancia no ve “ponible” el gran groso de las ridículas -por pequeñas, no por espantosas- colecciones.
Yves Saint Laurent no reconocía la moda como disciplina artística, aunque consideraba al creador un artista. Paradójico, como todo en él. Sin miedo a parecer pretenciosos, Viktor&Rolf con su colección Wereable Art de haute couture para este invierno, han demostrado que el Rey Sol de la moda estaba equivocado y lo han demostrado presentando en el Palais de Tokyo una serie de piezas en las que dejan patente –quizás de forma demasiado obvia- que el arte puede convertirse en indumentaria y la indumentaria colgarse de la pared como se presupone de una obra de arte. Mediante vestidos, faldas y abrigos que se convertían en cuadros o al revés, lienzos y marcos que mutaban en prendas de vestir, han defendido su postura.
Estas incalificables piezas (el mundo gira más rápido que la semántica) no quedarán para vestir a las celebrities en la alfombra roja, ni colgarán de las perchas de los vestidores de las escasas clientas que se pueden permitir un traje de alta costura, o de las de la bodega de la firma junto con otros viejos tesoros no vendidos. Las obras han sido compradas por Han Nefkens para formar parte de la colección del Museo Boijmans Van Beuningen de Róterdam. Entonces, ¿la moda es arte?