Si paseamos por cualquier museo o simplemente buscamos en Google la palabra “bodegón”, veremos que la comida ha disfrutado de un protagonismo constante en la historia del arte. Granadas, tomates, membrillos… Todos ellos han sido retratados con la misma solemnidad que monarcas y vírgenes. Incluso hoy, dibujar una composición de este tipo sigue siendo un ejercicio habitual en una clase de pintura. Probablemente esto se deba a su cercanía. No es difícil hacerse con un frutero bien surtido de volúmenes y texturas. Mucho más atractivas que jarrones, platos o cubiertos, las frutas, hortalizas y verduras son modelos estoicos: no se quejan ante la tardanza del artista, que se esfuerza por captar esa vida fugaz en una naturaleza muerta.
Mientras los retratos al óleo siguen reservados hoy día a las clases altas, el pueblo llano tiene la fotografía. No obstante, este no ha sido el único progreso tecnológico que nos interesa. Desde que se pintaron aquellos bodegones barrocos hasta ahora, hemos conseguido dominar el medio ambiente con maneras totalmente insospechadas. Antes de seguir leyendo, le invitamos a que se acerque al supermercado y observe la representación del mundo vegetal que se despliega ante sus ojos. Verá que todas las manzanas son exactamente del mismo tamaño. Las berenjenas, lustrosas, casi reflejan nuestra cara en su piel tersa e impoluta cuando vamos a pesarlas. Las zanahorias son una sucesión de conos uniformes; las lechugas, con una homogeneidad dócil, nos tientan con la promesa de ensaladas frescas y crujientes… ¿Pero acaso todo esto no le resulta extraño o inquietante? Pues lo es.
En su proyecto Mutato project, Uli Westphal recoge la tradición del bodegón y la eleva a la categoría de retrato con frutas y verduras como protagonistas. Sin embargo, en este caso, no las que podemos encontrar en cualquier tienda. No. Westphal colecciona imágenes que nunca antes hemos visto. La biología anárquica y caprichosa también crea formas extrañas de las que nos protege la legislación europea. Esta normativa describe cuidadosamente aspectos y tamaños para un consumo “seguro y saludable”. Es decir, hay un canon de belleza vegetal que, más allá del contenido nutricional, hace de estos productos aptos o no aptos. Solo podemos comer peras de un diámetro predeterminado, zanahorias rectas y berenjenas con un ángulo de curvatura concreta. ¿Sorprendido? Pues ese es el criterio que nuestra sociedad aplica a los alimentos.
Westphal define su obra de este modo: “Mis trabajos tratan sobre la manera en que los humanos perciben, representan y modifican el mundo natural. Estoy especialmente interesado en ver cómo las ideologías y sus conceptos erróneos construyen nuestra visión del mundo a través de las industrias alimentarias”.
The Mutato Project nos abre los ojos a otra realidad que la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades desconoce: la de cualquier huerta, donde todo crece tranquilamente ajeno a las exigencias estéticas del mercado. ¿Tiene esto algún sentido? ¿Qué dice de nosotros, como sociedad, que mientras dos tercios del planeta mueren de hambre en Europa tiremos comida fresca y nutritiva simplemente porque es fea? Schopenhauer dijo que “la belleza es una carta de recomendación que nos gana de antemano los corazones”. Gran pensamiento. Sin embargo, quizás lo estemos llevando demasiado lejos cuando lo ponemos en práctica al comprar una escarola.