Trentino es la región más septentrional de Italia y se ha esforzado las últimas décadas por reivindicar su mestizaje cultural a base de instituciones y edificios que no temen ni a las alturas ni a las identidades.
Nada más cruzar la frontera entre el Véneto y el Trentino-Alto Adigio se palpa una diferencia evidente. El hecho de que todo cartel oficial esté escrito en dos idiomas —italiano y alemán— da a entender que la orografía alpina no es lo único que distingue a esta región de sus hermanas del sur. Y es que, geográficamente, el norte de Italia es más tirolés que toscano; de ahí que durante décadas haya vivido al margen de los tópicos que lo cubren todo con un relente viscoso. Esto no es Italia ni tampoco Austria, pero sus casas de entramado de madera con trattorias bajo los soportales han buscado, desde el final de la I Guerra Mundial, ser icono y sinécdoque. Sin embargo, con la llegada del nuevo milenio, toda esta zona se ha ido transformando hasta ir forjando su propia identidad recurriendo, sobre todo, a la arquitectura y el arte.
Bajo esta premisa se llega a Rovereto, una urbe encajada entre picos que superan los 2000 metros de altitud y cuyas calles tienen ínfulas capitalinas pese a su coqueto tamaño —no llega a los 40 000 habitantes—. Desde 2002, cualquier señalización en la ciudad indica la ubicación del MART, el gran museo no solo de Rovereto, sino de toda la región. Esta manera de presumir no se justifica en que el resto de esta localidad sea anodina. De hecho, su centro conserva su trazado medieval sobre el que se levantan, aún, casas de estilo alpino. El verdadero motivo de orgullo radica en que la apertura de esta institución supuso la mudanza de la gran colección pública de arte moderno y contemporáneo del Trentino hasta su territorio. Una decisión que se explica por el hecho de que aquí se ubica la casa y el taller del artista y diseñador futurista Fortunato Depero. La figura y obra de este creador no es un mero recurso museístico y de promoción más. Es, más bien, un homenaje a un personaje que sintetizó en sus obras las influencias de las posvanguardias italianas y de las escenografías centroeuropeas. Toda una declaración de intenciones que se visita y que sirve de prólogo al MART.
Y es que lo que espera al llegar a esta mole es un delirio constructivo firmado por Mario Botta que fascina por su tamaño descomunal —29. 000 m2 de superficie—. Una vez superado este shock de desproporción, lo que más llama la atención es su poderosa cúpula de cristal, con la que se ilumina y se cubre la gran plaza que ejerce de ágora, foro y entrada a las diferentes sedes del complejo. Con este prodigio técnico, el arquitecto tesinés buscaba conectar el pasado con el presente. De hecho, el guiño a lo clásico no puede ser más evidente: la cúpula mide lo mismo que la del Panteón de Roma. En el interior del diámetro de esta enorme circunferencia conviven las obras de la colección permanente con creaciones de Chirico, Morandi o Balla, entre otros, y con las exposiciones temporales dedicadas a corrientes, pintores y escultores más actuales.
Trento tiene dos modos de empleo. Uno: buscar las construcciones que albergaron el famoso concilio en el siglo XVI. Dos: salir de su centro histórico en busca del palacio Delle Albere, la primera sede del MART (1987-2001), que resiste como un precioso ejemplo de arquitectura militar prerrenacentista. Una rareza en las afueras, justo en la ribera del Adigio, que comparte explanada con otras dos joyas. La primera es el cementerio municipal, donde llama poderosamente la atención que esté dividido en dos: un osario monumental con los restos de los caídos del imperio austrohúngaro en la I Guerra Mundial y un sagrario militar de 1930 dedicado a los italianos.
Y la segunda, el edificio con el que el gobierno provincial compensó la mudanza del arte a Rovereto. Se trata del MUSE, un museo de la ciencia que Renzo Piano aprovechó para poner en práctica todo un tratado de urbanismo. Es decir, aplicar a un gran monumento las ideas que ya se estaban empleando en este barrio otrora olvidado entre las vías del tren y la ribera. Es por eso que se empeñó en aprovechar el máximo las horas del sol, las corrientes de aire y la alta pluviometría, con el fin de reutilizar todo lo natural. Las curiosas formas y volúmenes son, precisamente, fruto de este estudio y no de un afán escultural por parte del genovés.
No se podría ni completar ni comprender lo que está sucediendo en Trentino sin subir hasta la mítica estación de Kronplatz. Aquí, en lo más alto, el alpinista local Reinhold Messner ubicó el museo más especial de su organización de centros de interpretación de la montaña. Dedicado al alpinismo más clásico, el edificio diseñado por Zaha Hadid —abierto en 2015— es la auténtica joya de la corona por su fotogenia e integración en la cima. No en vano, la arquitecta anglo-iraquí imaginó su interior como una red de cuevas unidas entre sí que acaban rompiendo en miradores sobre las montañas. Desde aquí se puede mirar cara a cara a las cimas más imponentes de la cordillera, logrando, por un momento, vivir la inmensidad y la emoción que todo alpinista goza al hollar la cumbre.
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