Toru Murayama y Ayako Kato –MTKA– forman parte del bloque de arquitectos japoneses más recatados y discretos. De los que trabajan sin mucha estridencia. Dentro del orden, sin rastro alguno de caos; yo diría que son budistas. Su obra está hecha para actuar de manera correcta, para vivir de manera correcta, sin errores ni defectos, adecuado a las circunstancias. Eliminan cualquier elemento que pueda llevar a un sentimiento no satisfactorio; todo lo que lleve a una percepción errónea de la naturaleza, de la existencia misma, queda fuera.
O quizá esta teoría mía —de arquitecturas budistas frente a otras sintoístas con más carácter y festividad— no tenga ninguna base. Puede que sea, sin más, un modo de actuar ordenado que viene de las universidades de Kobe y Osaka donde estudiaron; o una herencia de los estudios en los que estuvieron antes, los de Jun Aoki y Riken Yamamoto; o, simplemente, una querencia por el orden y la sencillez.
El caso es que sus propuestas de viviendas en Japón, galerías de arte y tiendas son ordenadas, geométricas, tranquilas. Hasta el título que ahora comentaré es correcto, no da lugar a error: Techo y Elipse, 天井の楕円 (Tenjō no daen). Según Google: “elipse de techo”, aún más directo y satisfactorio en su descripción del proyecto.
A Murayama + Kato Architecture se le encargó la reforma de una vivienda en Tokio de dos pisos, cuya característica más notable era una cristalera inmensa orientada al sur y una cubierta en pendiente hacia el extremo opuesto. La planta superior resultaba un invernadero que concentraba el aire caliente sobre las cabezas de los propietarios y no había posibilidad de sacarlo, pues las ventanas estaban en la parte baja. Además el sol se colaba hasta la cocina —esto es literal, al fondo de la estancia— por la configuración en pendiente del tejado.
La solución fue mínima y elegante. O discreta y directa. A un metro ochenta del suelo se hace un nuevo techo con un inmenso hueco de forma elíptica. Tan grande, que el añadido es más bien un pasillo perimetral, estrecho e impracticable en su mayor parte. Es en el lado de la fachada de cristal donde se ensancha, y puedes subir por una delicada escalera a sentarte con las piernas colgando sobre el salón, abrir las nuevas ventanas superiores —ya se puede ventilar en verano— o asomarte al patio arbolado, compartido con los vecinos de manzana.
La entrada vertical de sol estival queda rota también y reducida a la mitad: la nueva elipse mínima hace las veces de parasol interior. Apoyada en la estructura de madera previa, sirve como refuerzo a la misma, de modo que desaparecen unas diagonales que afeaban el conjunto en mitad del ventanal. La continuidad del elemento le da armonía a la intervención. Podían haber hecho sin más un altillo al uso, pero el hecho de que recorra todo el espacio añade una entidad nueva “física y metafísicamente”.
La descripción en japonés tiene partes que quedan excluidas en el texto en inglés de la web, mucho más pragmático. Quizá pensando que no seremos tan poéticos. “Se siente como si estuvieras parado en un estanque y mirando hacia el fondo”. Me encantaría esa sensación en mi casa.
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