En 1966 se estrenó la película de ciencia ficción Fantastic Voyage. Trataba de una nave miniaturizada que entraba en el torrente sanguíneo de un ser humano para salvarle la vida. Quien la haya visto no habrá olvidado la navecilla flotando entre inmensos y amenazantes glóbulos rojos. El filme se convirtió en un clásico porque mostraba lo hasta entonces inimaginable: vivir lo ínfimo a escala grandiosa. La inmersión absoluta.
teamLab, el discreto colectivo artístico de Japón, también se dedica a lo fantástico. Su meta es reducir al espectador –a lo mínimo, lo micro, lo nano— y sumergirlo en espacios tridimensionales infinitos. Este grupo interdisciplinario y ultratecnológico no se limita a envolvernos en nuevos glóbulos gigantescos (Planets, exposición permanente en Toyosu, Tokio). Además, es capaz de mostrarnos un universo hecho de puntos casi imperceptibles y estroboscópicos (también parte de la exposición Planets), o pasearnos por la blanda, y nada virtual, superficie de sus agujeros negros (Soft Black Hole).
Como muchos otros artistas digitales, teamLab aplica su arte a los entornos más inesperados: ciudades, instituciones, eventos gastronómicos y hasta parvularios futuristas. ¿Cómo? Interviniéndolo todo, creando lo que ellos denominan “espacios ultrasubjetivos”, digitalizando por medio de sus “tecnologías no-materiales”. Reproduciendo o recubriendo digitalmente la naturaleza misma sin dañarla (Azalea Valley), o convirtiendo la geología —una caverna, una ladera, un valle— en arte.
Reproduciendo o recubriendo digitalmente la naturaleza misma sin dañarla (Azalea Valley), o convirtiendo la geología —una caverna, una ladera, un valle— en arte.
Como muchos otros artistas digitales, teamLab aplica su arte a los entornos más inesperados: ciudades, instituciones, eventos gastronómicos y hasta parvularios futuristas. ¿Cómo? Interviniéndolo todo, creando lo que ellos denominan “espacios ultrasubjetivos”, digitalizando por medio de sus “tecnologías no-materiales”. Reproduciendo o recubriendo digitalmente la naturaleza misma sin dañarla (Azalea Valley), o convirtiendo la geología —una caverna, una ladera, un valle— en arte.
Incluso han recreado el agua, su fluir y su espuma (A Forest Where Gods Live, hasta el pasado 28 de octubre, Kyushu, Japón), demostrando una vez más la asombrosa capacidad nipona de mezclar lo atávico con la tecnología más avanzada sin el menor atisbo de contradicción. Potenciando la creación y elevándola a la altura de la psicodelia divina, hacen que la biología no quede opacada por la torpeza del hombre, sino ennoblecida.
En los años 20, la Bauhaus insistía en que sus artistas se alejaran del arte y volvieran a infiltrar los oficios. El arte al servicio del hombre, defendían, no lo contrario. Está claro que los vanguardistas electrónicos de teamLab tomaron el relevo y llevaron la premisa alemana al extremo de infiltrar el medioambiente. Si Fantastic Voyage fascinó al espectador de los años 60, exponiéndolo a la magnificencia de la naturaleza por medio de la ciencia ficción, estos artistas japoneses lo están haciendo por medio de su singular invento: la naturaleza-ficción. Un mundo de fantasía, una premonición, que habitaremos en un futuro muy, muy cercano.
Podrás ver una muestra del trabajo de teamLab a partir del 16 de marzo y hasta el 9 de junio, en la Fundación Telefónica.