Francisco Javier Sáenz de Oíza, arquitecto irracional. La primera respuesta que volcaba sobre el tablero al abordar un problema era la respuesta que había que tomar. Después venía trabajar de manera más consciente sobre los datos, pero sabiendo que esa reacción original sin pensar, no racional, era la definitiva. (No se confunda esto con su persecución de la belleza a través del racionalismo). Esta actitud ante la vida y el trabajo, su manera de hablar, vehemente y rápida y el programa de la exposición “Sáenz de Oíza, artes y oficios” me llevan directo al concurrido camarote de los hermanos Marx. Y me explico.
La exposición que celebra (tarde) los cien años del nacimiento del arquitecto navarro confronta todos estos oficios suyos: el docente, el espiritual, el constructor, el de habitar, el de imaginar, el de vivir; y además están presentes Eduardo Chillida, Pablo Palazuelo, Jorge Oteiza, Antonio López, Carlos Pascual de Lara, Alberto Schommer, Néstor Basterretxea, José Antonio Sistiaga y un omnipresente Juan Huarte, mecenas, cliente, punto de inflexión. Todos aquellos dialogando con sus obras junto a planos, croquis y maquetas de proyectos significativos (cual no lo es) del arquitecto, según reza en la nota de prensa del MDF (Madrid Design Festival 20 dentro del cual se enmarca esta muestra).
Así que en las salas del Museo ICO, camarote, dormitorio mínimo como los que le gustaba proyectar (para dormir y punto), van pasando la beca en EEUU que aprovecha para viajar y conocer el organicismo de Wright y el pragmatismo de Mies; el ingreso en la Escuela de Arquitectura Superior de Madrid como docente; la arquitectura social, mínima e ingeniosa por obligación, queriendo hacer lo que Le Corbusier o Niemeyer en Brasil pero sin presupuesto alguno; Oteiza y la monumental e íntima Basílica de Aránzazu, compartida con Chillida y los pintores Carlos Lara y Lucio Muñoz; Juan Huarte que le encarga primero una galería de exposiciones a mayor gloria de sus inquietudes, luego unas viviendas y una torre de apartamentos, después las polémicas Torres Blancas (viviendas de lujo no-brutalistas, llenas de detalles) antes de pedirle su propia casa, inteligentemente, ya depurada la relación entre ambos; el concurso ganado frente a los mejores del momento para construir el edificio del Banco de Bilbao, racionalista como Mies y Saarinen, con toques organicistas y dinámicos como Wright, icono indiscutido; El Ruedo de la M-30 con sus 346 viviendas de realojo y sus líneas curvas una vez más, cerrado al exterior, abierto hacia dentro, polémico, criticado; la controversia de la arquitectura posmoderna de columnas falsas pero de mensaje verdadero, según palabras suyas, del Palacio de Festivales de Cantabria, discutido por público y crítica; y de nuevo entra Le Corbusier, esta vez con La Tourette y Ronchamp, para sellar una relación que trasciende a la vida con la póstuma, para ambos, Fundación-Museo Jorge Oteiza.
“Y también dos huevos duros.” Posmodernismo e historicismo. Vehemencia y modestia. Se sabía contradictorio y presumía de saber copiar. Un genio, vamos.