El glam es lo que tiene: arrebata o empalaga; seduce o espanta. Casi siempre, al final, te engancha. Todo depende de las armas del artista. No es lo mismo arrimarse a los dientes oblicuos de Bowie que balancearse en el bigote de Freddie Mercury o colgarse del peluquín de Elton John. Rufus Wainwright no tiene escrúpulos ni complejos para abordar cada referencia que le interese. Su desparpajo es tal que a veces da la impresión de que quiere hacernos creer que vivimos en un musical.
El séptimo álbum de este héroe barroco y delicado apuntaba a un viraje hacia un pop más sencillo e inmediato. Pero este tono casi se reduce a Out Of The Game (single y primera canción del disco), donde la guitarra del virtuoso Nels Cline (de Wilco) produce un efecto de invitación ligera y amable. El resto del disco sigue la línea dura (y pomposa) de Rufus Wainwright, la misma que define temas excelsos y afecta a canciones más chirriantes. Mención aparte merecen los temas con chisme dentro, como Welcome to the Ball (que se postuló como himno de la Eurocopa: imagínense a Rufus cual hooligan impoluto) o Perfect Man, rechazado por el pet shop boy Neil Tennant por ser demasiado complejo. Otro detalle a tener en cuenta es que en los créditos aparece Ross Cullum, compinche habitual de Clannad, Roxy Music y… Miguel Bosé.
Anécdotas aparte, el disco destaca por la sólida presencia familiar: Candles está dedicada al fallecimiento su madre; Montauk, habla de su hija Viva; y su hermana Martha, y su padre, Loudon Wainwright III, están en los coros; de modo que todo queda en casa. Y por la finísima producción de Mark Ronson, que pasa de Winehouse a Wainwright sin despeinarse y manteniendo el estilazo.
Tal vez lo mejor de Out Of The Time es que define muy bien a su autor: un artista de culto abolengo, nada rancio, aferrado a los setenta y, sin embargo, endemoniadamente moderno. Anacrónico y contemporáneo, Rufus Wainwright fue capaz de hacer aquella sentida versión del Hallelujah de Leonard Cohen, por lo que ya merece todos los respetos. Su trayectoria es la de alguien que se expone a la vida con una euforia injustificable, la de un tipo que se pasea con la valentía del que se sabe arquitecto de sus días. La de un hombre que no conoce más crisis que las del corazón. El diagnóstico es que hay vida, mucha vida, y la obsesión se agradece: al fin y al cabo, lo provocador es amar.
El artista más excesivo del siglo XXI (con permiso de Björk y Sufjan Stevens) prepara su desembarco en España: 7 de diciembre en el Kursaal de San Sebastián y 8 en La Riviera de Madrid para volver a presentarnos su último disco: Out Of The Game.