Richard Rogers, creador de la arquitectura high-tech y ganador del premio Pritzker en 2007, ahondó en un planteamiento arquitectónico radical y complejo, dispuesto a la hibridación y en el que no se olvidaba su herencia italiana. Fallecido el pasado 18 de diciembre, en ROOM Diseño hemos querido hacerle este homenaje a toda su significativa trayectoria.
Posmodernidad vs arquitectura high-tech
A caballo de los años setenta y ochenta del siglo pasado, si uno se asomaba a la escena arquitectónica internacional distinguía a simple vista dos grandes tendencias. Una derivaba de la casi omnipresente influencia académica de Aldo Rossi y buscaba nuevas conexiones entre los legados tipológicos y estilísticos de la tradición histórica y la ciudad posindustrial; a eso se le llamó arquitectura posmoderna.
La otra, en cambio, interpelaba directamente al movimiento moderno en su propio territorio original: las posibilidades expresivas y representativas de las nuevas tecnologías. A eso se le llamó high-tech architecture y sus creadores fueron los dos arquitectos británicos más famosos y exitosos de las décadas siguientes: Norman Foster y Richard Rogers, dos amigos que escalaron las cimas de la Cámara de los Lores y las del Premio Pritzker.
Los primeros pasos de Richard Rogers
Lo primero que es imprescindible recordar acerca de Richard Rogers, fallecido a los 88 años el pasado 18 de diciembre, es que era casi tan italiano como británico. Había nacido en Florencia en 1933, de padre italiano de origen inglés y madre italiana. La familia se trasladó a Gran Bretaña a raíz de la guerra, por lo que Richard tuvo una educación inglesa con su herencia mediterránea siempre a la vista —era sobrino de Ernesto Nathan Rogers, arquitecto fundamental en el contexto milanés de posguerra—; de hecho, era ciudadano de ambos países.
Rogers completó su formación en Yale, donde obtuvo su máster en 1962 y conoció a Foster, que se ha referido a él en la hora de su muerte como “el más viejo y próximo de mis amigos”. Ambos fundaron a su vuelta de Yale el Team-4 con Sue Brumwell y Wendy Cheesman, que enseguida se casarían con Richard y Norman, respectivamente. Este estudio de corta existencia se convirtió en el laboratorio del high-tech. Su primer embrión fue el pabellón The Retreat (1966): parte de la residencia proyectada en el litoral de Cornualles para los padres de Sue, con su poliedro de vidrio sobre la cocina emergiendo entre el paisaje costero.
Su último trabajo, la fábrica y oficinas de la empresa de electrónica Reliance Controls en Swindon (1967), es ya un manifiesto reconocible de la tendencia, con su uso intensivo de prefabricados metálicos y la exhibición expresiva de la estructura a lo largo del ambiente transparente y continuo. A partir de ahí, Foster desarrolló una lectura más mainstream, por así decir, de lo enunciado en Swindon, mientras que Rogers ahondó en un planteamiento más radical, pero también más complejo, más dispuesto a la hibridación, en el que no debe echarse en olvido su herencia italiana.
La casa que diseñó para sus padres en Wimbledon evidenciaba su deuda con los Eames y las Case Study Houses que había visto en Estados Unidos, pero el amarillo brillante de los pórticos metálicos que conforman el espacio apunta un rasgo propio y distintivo: el high-tech podía mirarse también, como su antónimo posmoderno, en el espejo del Pop Art.
Centre Pompidou. La confirmación del high-tech
Esa deriva cuaja de un modo asombroso en el Centro Pompidou, uno de los edificios clave de la arquitectura contemporánea, cuya estela está aún bien viva en la práctica de nuestros días. Rogers se presentó al concurso en 1971 aliado con Renzo Piano y Gianfranco Franchini; tres jóvenes casi desconocidos cuya insólita respuesta al complejo programa —un museo de arte contemporáneo, una gran biblioteca, un centro de creación industrial, una zona pública de nueva generación en medio de un Beaubourg abigarrado y envejecido— convenció a un jurado internacional presidido por Jean Prouvé y que estaba compuesto por Oscar Niemeyer y Philip Johnson.
El Pompidou extremaba, a una escala hasta entonces inédita, el principio high-tech que pedía llevar “lo de dentro afuera”, es decir, que la envolvente hiciera explícito el armazón del inmueble, pero también su articulación funcional. Escaleras, recorridos, conductos de ventilación e instalaciones constituían una fachada que permitía leer la construcción de forma diáfana desde la plaza, convertida en ágora.
La propuesta fue digerida con tanta naturalidad por los jóvenes de la Francia posgaullista y possesentayochista como observada con recelo por la prensa y la Francia biempensante, que se refería al edificio como “la refinería”. Y no andaban del todo descaminados. El empleo desacomplejado del color y la inequívoca identidad icónica de los componentes industriales, pragmáticos y paródicos a un tiempo, entraban de lleno en los códigos pop. Sí, aquello podía ser visto como una refinería salida de un cómic de línea clara.
Richard Rogers aún depararía otra obra maestra de gran influencia. En 1978, un año después de la inauguración del Pompidou por el presidente que le daba nombre, ganó el concurso para la sede del Lloyd’s en la City londinense. Una vez más, los elementos de servicio y comunicación se proyectaban al exterior en torno a un gran atrio que evocaba el Crystal Palace de 1851. El Lloyd’s reformula el rascacielos desde la óptica high-tech, como lo hará su amigo Foster en Hong Kong con otra escala urbana, cada uno a su manera. Aquí también se trata de hacer expresiva la tecnología sin concesiones, aunque no se dio continuidad a la poderosa hibridación pop de París, un tanto embridada en su creación posterior.
La mirada urbana de Richard Rogers
La otra faceta crucial del legado de Richard Rogers está en su compromiso como urbanista, muy ligado a sus fuertes convicciones políticas. Esta tuvo su momento estelar durante el mandato de Tony Blair. Además de difundir sus ideas sobre la expansión de la vivienda social y la recuperación ciudadana del espacio público, tan mediterránea, desde sus libros y sus programas en la BBC tuvo ocasión de llevarlas parcialmente a cabo —de la mano del alcalde laborista Ken Livingstone y del viceprimer ministro de Blair John Prescott— en el desarrollo urbano de la orilla sur del Támesis.
Asimismo, el impacto del high-tech de Richard Rogers se prolonga más allá de su vigencia como etiqueta de estilo —a diferencia del postmodern, que hoy percibimos confinado en su época— gracias a su capacidad de anticipar la agenda ambientalista y sostenible que impera en la arquitectura del siglo XXI.
La producción de Richard Rogers en las últimas décadas, marcada por su distinción con el Pritzker en 2007, resulta más convencional, aunque siempre se distingue por una cierta elegancia. Cabe destacar en este tramo la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, realizada junto a Estudio Lamela, puede que “uno de los últimos aeropuertos que se han construido pensando en el pasajero, en que lo importante es coger un avión y no irse de compras”, ha escrito su colaborador Pedro Morales Falmouth. Sin embargo, todavía queda mucho por escarbar en ese prodigio precipitado de estímulos modernos que es el Pompidou parisino, paradigma inagotable del edificio público en la era de la información.
El pasado año, Richard Rogers se retiró definitivamente de la práctica profesional con un mínimo y delicado epílogo, una exquisita galería en voladizo sobre los viñedos de Château Lacoste, en el sur de Francia, sostenida por una estructura metálica externa de un vivo y jubiloso color naranja. Quizá para recordarnos que siempre fue un italiano en Londres.
En este enlace te contamos todo sobre su última obra en los viñedos de Château Lacoste.
Richard Rogers fue un arquitecto británico nacido en Florencia. Es uno de los máximos representantes del movimiento arquitectónico high-tech. Su dilatada trayectoria profesional fue premiada en 2007, con el reconocido premio Pritzker.
Destacan el Centro Georges Pompidou (1972-78) en París, Edificio Lloyd´s (1979-84) en Londres, Edificios de la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas (2005) en Madrid o el Hotel Hesperia Tower (2006) en Barcelona.