Con más de 250 obras históricas y contemporáneas, la Bourse de Commerce Pinault Collection acoge hasta el 20 de enero de 2025 una exposición consagrada al arte povera. Una corriente artística italiana, destacada en la década de 1960, cuyas piezas están elaboradas mediante técnicas simples mezclando materiales rurales y urbanos, naturales y artificiales.
Un acercamiento al arte povera
El arte povera —o arte pobre— surgió en la Italia de los años 60 y condensó a un grupo de artistas cuyo principal factor común, aparte de la edad y la cultura, era el deseo de afirmarse al margen de los estilos dominantes en la época. Y este deseo no se expresaba en manifiestos, sino en presentaciones colectivas que reunían creaciones diversas y muy provocadoras. En la reciente muestra en la Bourse de Commerce parisina, se ilustra el nacimiento, el desarrollo y la proyección de este movimientoa través de las obras de los 13 principales protagonistas: Giovanni Anselmo, Alighiero Boetti, Pier Paolo Calzolari, Luciano Fabro, Jannis Kounellis, Mario Merz, Marisa Merz, Giulio Paolini, Pino Pascali, Giuseppe Penone, Michelangelo Pistoletto, Emilio Prini y Gilberto Zorio. Curada por la experta Carolyn Christov-Bakargiev, la exhibición se completa con encargos confiados tanto a artistas de este grupo histórico como a otros de generaciones posteriores, inspirados por el pensamiento y la práctica de esta corriente.
A imagen de sus primeras manifestaciones experimentales, la rotonda de la Bourse de Commerce se concibe como un escenario colectivo para esta exposición. En él se observan esa clase de piezas que antaño resultaban completamente inclasificables. No eran ni pop art ni minimalismo, las dos vertientes predominantes de aquella década. Además, la extravagancia y la incongruencia de sus materiales —desde motores de electrodomésticos hasta caucho fundido y cristal— no tenían más precedentes que los del dadaísmo y el movimiento Fluxus.
La rotonda de la Bourse de Commerce Pinault Collection
En esta nueva escenografía central, nos topamos con una ametralladora, una superficie de césped sintético sobre la que descansa un tubo lleno de hielo, un acéfalo de mármol yacente, dos venus blancas desnudas, una lengua de moqueta fucsia desgastada, bombas de alambre de cobre, una figura alargada hecha de bolas de tierra amasada y un larguísimo conducto de neón blanco que brota de balas de paja. Alejados del foco, dos troncos de árbol descortezados se apoyan en la pared, mientras grandes jirones de musgo escarlata cuelgan de un pórtico zigzagueante. A todo ello se suman otras intervenciones, como los seis colchones cubiertos de tuberías refrigerantes (Senza titolo (Materassi)) de Pier Paolo Calzolari, autor conocido por transformar objetos cotidianos en los elementos de compositivos de un cuadro vivo.
Esta serie de obras nos demuestran cómo los integrantes cuestionaron las nociones de valor y propiedad en la disciplina, desconfiando de la intelectualización excesiva y de las teorías abstractas. Y es que el recorrido nos enseña que la energía en todas sus manifestaciones era fundamental en el proceso creativo, pero también la crítica sutil a la industrialización y mecanización en la Italia del momento. Esto se debe a que la mayoría de los artistas primigenios crecieron en regiones situadas a los pies de los Alpes (Liguria, Piamonte, Lombardía, Friuli, Véneto); lugares donde se desarrollaron las centrales hidroeléctricas y donde las fuerzas geológicas y geográficas del paisaje montañoso, unido a su estrecha relación con el mar Mediterráneo, eran particularmente perceptibles.
Esta construcción artística mediante componentes desechables o humildes sirvió para desafiar y romper los valores del sistema comercial imperante. Lo creado debía ser real, vivo y no representativo de una expresión superficial. El hecho de que no pudiese encuadrarse ni en la escultura, la pintura o la arquitectura convertía al arte povera en una especie de “cuarto arte”, como lo definió Emilio Prini, uno de sus principales precursores. O, dicho de otra manera, en una forma de arte en sí mismo.
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