Casa ST propone una reflexión sobre el modo de habitar compartido, estableciendo un tipo arquitectónico que proporciona distintas dinámicas de ocupación y gestión del espacio, fomentando las relaciones, los cuidados y los procesos de negociación del entorno doméstico sin restar autonomía y privacidad a cada uno de sus habitantes.
Un refugio compartido en los valles pasiegos
En el corazón verde de Cantabria, entre praderas onduladas y frondosos bosques, se levanta casa ST, una vivienda familiar proyectada por el estudio de Roberto Lebrero, en colaboración con Cristina Herrero y Borja Gómez. Situada sobre una pronunciada pendiente, con un arroyo marcando su límite natural y vistas lejanas en todas las direcciones, el proyecto convierte el paisaje en su principal aliado.

Diseñada para tres hermanos, y sus respectivas familias, el amplio programa de la vivienda se fragmenta en un conjunto de cinco piezas independientes que dialogan entre sí. Tres de los volúmenes albergan las zonas de noche, una para cada hermano, y funcionan de manera autónoma con respecto al resto. Cuentan con aperturas controladas, optimizando orientación, vistas lejanas e intimidad respecto al resto de la casa. Los dos volúmenes restantes están ocupados por estancias compartidas para estar, comer y cocinar. En contraste, estos espacios se rematan con grandes ventanales que enmarcan el paisaje y proyectan los interiores hacia el exterior. La organización responde así a las distintas escalas de intimidad que la vida familiar exige, a veces refugio individual, a veces escenario compartido. La casa se convierte así en una infraestructura habitable capaz de transformarse con cada encuentro.
Cinco piezas, un mismo lenguaje
A simple vista, la geometría de la vivienda parece compleja, sin embargo, cada pieza se rige por un sencillo y repetitivo sistema constructivo. Las cubiertas de madera a un agua se construyen todas con la misma viga de madera. La crujía y sección de todos los volúmenes es constante, variando la longitud de los mismos en función del programa interior. Los espacios de transición entre volúmenes se cubren con una losa plana de hormigón visto. El interior queda definido por la sinceridad constructiva y material del hormigón y la madera.
Una pieza central construida en piedra caliza atraviesa la casa y actúa como eje de articulación de las zonas comunes. En planta baja se sitúa al exterior bajo el porche y alberga un horno de leña, mientras que en la planta superior se transforma en chimenea, integrándose en el interior del salón y generando un punto de encuentro que conecta visual y funcionalmente los distintos espacios.

La organización espacial y material prioriza el comportamiento pasivo de la casa. La compacidad de los volúmenes, la inercia térmica de los muros y las grandes capas de aislamiento aseguran una temperatura ambiente estable durante todo el año. La orientación y dimensión de los distintos huecos propician la ventilación cruzada de todas las estancias al mismo tiempo que optimizan la entrada de luz y la captación solar. Cada una de las cinco piezas funciona también de manera autónoma en términos energéticos, ajustando el consumo según su ocupación y reduciendo así la demanda general.

Un basamento de piedra local salva el desnivel de la pendiente y genera bancales y terrazas que difuminan los límites entre lo construido y lo natural. La percepción de la casa es siempre cambiante según el recorrido. Desde el camino de acceso la construcción queda parcialmente oculta, mientras que desde el arroyo los volúmenes blancos parecen flotar sobre el basamento de piedra y el terreno. Los diferentes planos plegados de la fachada dialogan con el relieve del valle, reinterpretando con modernidad la arquitectura rural pasiega. Más que una casa, es un paisaje habitado: un lugar donde el tiempo se comparte, se protege y se expande en diálogo constante con la naturaleza.
- Estudio
- Estudio Roberto Lebrero



