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Fotos: Luis Benolier

Las construcciones sacras han sido casi el único legado arquitectónico que hemos recibido de algunas épocas pasadas; un legado que nos ha facilitado los medios para entender la mentalidad y la forma de vida de poblaciones anónimas. En Occidente, las iglesias han funcionado, además, como depositarias de obras de arte relevantes, primero destinadas al culto, y más tarde convertidas en objetos de adoración artística. Ignacio Vicens, uno de los dos creadores de la Parroquia de Santa Mónica, conoce muy bien este tipo de arquitectura y planteó hace dos años en un artículo publicado en la revista Arquitectura Viva las nuevas exigencias de esta disciplina dentro del actual contexto religioso.

Una de sus ideas gira en torno a las necesidades de los templos de adecuarse hoy día, a nivel constructivo, a los requerimientos litúrgicos esbozados en el Concilio Vaticano II. Es decir, se trata, ante todo, de dibujar un espacio centralizado en los lugares de culto para facilitar una mejor integración de todos los fieles. Sin embargo, la parcela que habían cedido en Rivas-Vaciamadrid para este edificio en un barrio de chalets y apartamentos residenciales, presagiaba todo lo contrario, pues el solar era largo y estrecho. El estudio de Vicens y Ramos hizo tres propuestas donde combinaban las premisas del Concilio, la disposición física del suelo y el escaso presupuesto. La solución elegida por el cliente, el obispado de Alcalá de Henares, conforma una construcción única cuyo templo se incorpora en una misma línea a las viviendas de los sacerdotes y al centro parroquial.

La singularidad del proyecto salta a la vista tanto por los materiales empleados como por la forma que adopta. “En el siglo XV los campanarios tenían sentido, pero hoy tenemos teléfonos móviles”, ha afirmado Ignacio Vicens en más de una entrevista. Por eso mismo, el tradicional campanario ha sido convertido en un juego de prismas irregulares terminados en lucernarios: siete brazos geométricos de acero cortén que miran hacia afuera y cuyas aperturas acristaladas dejan entrar el sol en distintas direcciones e inclinaciones sobre el altar. El efecto lumínico no solo propicia un ambiente de suave recogimiento, sino que crea un auténtico retablo de luz. El blanco interior le da al conjunto un comedido minimalismo que nada tiene que ver con la arquitectura sacra hecha en España, más dada a la saturación formal y al oscurantismo que a una simplicidad de rasgos abiertos.

Siguiendo con el interior, para conformar este lugar íntimo y diáfano, se contó con la labor de los artistas José Manuel Ciria, Fernando Pagola y Javier Viver, encargados respectivamente del mural, de los bloques de color en el altar y de las esculturas que parecen flotar por el espacio. En definitiva, un hito en un entorno como Rivas y un hito como ejercicio de arquitectura religiosa. Y prueba de ello es que el proyecto ha sido reconocido con numerosos premios y ha copado las páginas de las mejores revistas especializadas. “La iglesia debe volver a la vanguardia”, mantienen desde el estudio. No hay duda de que con este trabajo Vicens y Ramos han conseguido su propósito.

Para acabar, y como apunte intrahistórico, decir que este centro parroquial no ha dejado indiferente a nadie. Recordemos que Rivas es una población tradicionalmente laica, y que desde el principio ha entendido la construcción como una invasión católica. Por su parte, y desde el otro lado, los creyentes más extremos tampoco la han aceptado. De hecho, la ven como una obra casi sacrílega: su arquitectura les parece poco apropiada… cuando, en realidad, hace años que una iglesia no resultaba tan dramática, tan poderosa, tan espiritual con esos simbólicos siete brazos abriéndose al cielo como una supernova de acero cortén. El día de las fotos hubo que limpiar de las paredes exteriores restos de huevos arrojados por enemigos del edificio: algo habitual, nos cuenta el sacristán, desde la misma inauguración. En fin, resulta sorprendente que a estas alturas una mole de belleza rotunda y oxidada provoque este encono.

Visita la web de Vicens y Ramos

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