Philippe Starck ha llegado a la ciudad de los canales para poner su inconfundible sello en un antiguo palacio del siglo XVI. Sobre el horizonte del Gran Canal, el diseñador francés recrea su particular modus operandi en un hotel de cinco estrellas para el que extrema aún más si cabe su afilado sentido del barroquismo.
Emanuele Garosci, ex corredor de rallies y propietario de este establecimiento abierto a la imaginación menos prejuiciosa, tuvo el acierto de escoger al renombrado Philippe Starck para crear un espacio sofisticado sin perder la esencia del encanto veneciano. El resultado es un cinco estrellas con veintiséis habitaciones, un acogedor club privado y un espectacular restaurante desde donde ver el luminoso Gran Canal y los rojos tejados de los edificios.
Palazzina Grassi se levanta sobre un edificio de 2.800 m2, que fue en su día una aristocrática residencia y antes, un inmenso baño romano. Cerca se encuentran los principales museos y galerías de la ciudad como la Colección Peggy Guggenheim o la Galleria dell’Accademia. Tal vez por esta proximidad Philippe Starck debió de pensar que todo lo que utilizara como escenografía en esta lujosa casa de huéspedes, sería una obra de arte digna de una colección con personalidad propia. Las futuras generaciones tendrán que decodificar, a partir de ahora, los gustos del siglo XXI interpretando las señas de identidad de unos de los creadores más eclécticos y desorbitados del panorama internacional.
Paso a paso
La fachada, sencilla y limpia, nos recibe con una única pero curiosa señal: una tornasolada cabeza de toro de cristal de Murano. Dentro, nos espera un mundo de espejos, barrocas esculturas de cristal, libros antiguos, objetos vintage, lámparas de diseño enfrentado o numerosas sillas de trazo dispar pero cuidadosamente pensadas por la acelerada imaginación de Starck. No en vano este inventor prolífico y multidisciplinar ha dado vida a todo tipo de utensilios y productos, y ha ideado hoteles y restaurantes en todo el mundo. Sin duda, sabe bien cómo combinar diferentes cánones estéticos para divertir y hacer más agradable el ambiente que nos rodea.
Materiales diversos dialogan en un conjunto que, aunque recargado, no resulta molesto. Una silla de metacrilato, otra con asiento de piel de vaca, otra en hierro forjado… El aliento del francés las crea, la reúne y las ubica en el mismo espacio sin temor al contraste o, por el contrario, para provocarlo. Un sillón de orejas de corte clásico con ribetes oscuros o una silla con forma de corazón hacen compañía a una lámpara de lectura con una máscara de carnaval que parece recordarnos dónde estamos. Alfombras enormes con patrones originales se combinan con estucos de colores vivos y con el tradicional ladrillo de terracota. El interior de los pasillos va del rojo intenso al verde almendra, y el recorrido se transforma en un laberíntico paseo por los sentidos. Como leitmotiv, diversos rostros asoman a los pies de las lámparas, en los asientos o en las paredes de los corredores como si fueran rostros del renacimiento revisitados.
El punto de partida era crear una atmósfera fuera de lo convencional, transgredir el concepto tradicional veneciano pero conservando su espíritu. Por eso las antigüedades de gran valor están presentes en todo el local como un mar de fondo sobre el que se inscriben vistosas piezas contemporáneas. Mención aparte merecen los objetos de cristal de Murano realizados a mano por el escultor argelino-francés Aristide Najean, colaborador habitual de Starck, que interpreta con rigor y pasión el universo del más travieso de los diseñadores.
Filosofía de la hospitalidad
Si la idea de este alojamiento es que los huéspedes se sientan como en casa, no podía faltar un salón de estar sobrio, paredes tapizadas en madera caoba oscuro, butacones de cuero marrón y una amplia biblioteca con costosísimos libros de coleccionista. Los starckianos brazos en forma de cisne son la única nota que distinguiría un hogar de alto standing de un lugar de paso.
Toda esta escenografía se extiende al restaurante y bar PG’s, situados en la planta baja. El bar, para no pecar de sencillo, está decorado con baldosas de Murano rojo, amarillo y plateado, y el restaurante cuenta también con su impronta majestuosa gracias a sus dos grandes mesas de siete metros de largo: este tipo de piezas son una constante en los últimos trabajos de hostelería firmados por Starck. Una es de mármol y la otra de cristal de espejo, y ambas invitan a todo tipo de fantasías, no estrictamente gastronómicas. Sobre ellas, lámparas de vidrio salidas de un cuento de fantasmas. Aristide Najean no se privó de crear retorcidas curvas una vez que tuvo carta blanca de su amigo Starck. El juego cromático del cristal encaja perfectamente con ese mundo de apariencias que intensifican los casi trescientos espejos retroiluminados a lo largo de todo el hotel. ¿Un culto al narcisismo, tal vez?
Hacia uno de los lados de las mesas, los comensales tienen una vista directa de la cocina y la barra, al estilo de las osterias venecianas. Hacia el otro, los íntimos comedores que forman parte del privado Club G se abren al Gran Canal.
En las habitaciones, la decoración es más comedida, delicada y envolvente. Espacios blancos y luminosos, con la cama situada en el centro, se visten con mesas de mármol, sillas de hierro, acero, ónice y feldespato, alfombras suaves o sobredimensionados espejos de marcos plateados y bordes esmerilados. Entre las piezas de mobiliario hechas a medida por artesanos locales, destacan los armarios de cristal transparente: un desafío para los más desordenados y una invitación, por supuesto, a colgar el vestuario de primer orden ¡con las etiquetas bien a la vista!
Los baños de piedra natural con amplios tocadores completan una estética elegante y acogedora a la vez. Pequeñas terrazas con vistas a las típicas ventanas y los coloridos tejados de la urbe nos hacen entender por qué Johnny Depp eligió este lugar para vivir mientras rodaba precisamente The Tourist.