Hasta el próximo día 15 de marzo, podemos ver en el Museo Nacional de Artes Decorativas la exposición Pablo Reinoso. La vida se mueve, primera muestra en Madrid del creador francoargentino. El artista es reconocido internacionalmente por su trabajo donde arte y diseño se hibrida en objetos cotidianos, que mutan hasta perder su funcionalidad originaria para ofrecernos una visión inquietante y rupturista de estos.
Museo Nacional de Artes Decorativas: un escenario para la disidencia del objeto
Me cuesta imaginar una exposición en la que el vínculo entre continente y contenido puedan llegar a tener mayor pertinencia y grado de conexión como la que nos ocupa. Para explicar esta concordancia, imaginemos por un momento a un cadencioso flâneur matritense o a un acelerado turista accidental o, incluso, al consabido extraterrestre que aterrizase en nuestro planeta con su nave. Pensemos que cualquiera de ellos, por puro azar, se encontrase ante la fachada Museo Nacional de Artes Decorativas (MNAD) y leyese el nombre de la institución. Seguramente, a cada uno de nuestros protagonistas le vendría a la cabeza una serie de imágenes de objetos, enseres y cosas ligadas a tiempos pretéritos en los que tuvieron cabida conceptos tan escurridizos como artes menores, artes suntuarias o artes ornamentales.

Pero si entrasen y visitasen la muestra Pablo Reinoso. La vida se mueve sufrirían un cortocircuito mental del que, para bien, les costaría recuperarse. Esto se debe a que el museo se ha convertido —desde hace ya algunos años— en un maravilloso cajón de sastre donde planteamientos como los de transversalidad e hibridación atraviesan su programación. Allí podemos encontrar exhibiciones tanto de diseño industrial como de ilustración, de artesanía como de electrodomésticos, de moda como de publicaciones; además de conciertos, instalaciones o intervenciones, convirtiendo en obsoleta, anacrónica y reduccionista la nomenclatura que lo identifica en su frontispicio.


Es este marco programático el que hace del MNAD el perfecto entorno expositivo para presentarnos la obra de Pablo Reinoso, cuya trayectoria vital y planteamiento multidisciplinar abarca los campos de la escultura, la instalación, el diseño, la arquitectura o la pintura. En este recorrido encontraremos piezas que entroncan con lo que en la Europa de los años setenta del pasado siglo —en especial en Francia— se denominó Nuevo Realismo, siendo Arman Pierre Fernandez —al menos en su vertiente objetual— su figura más representativa. Dicho movimiento artístico tuvo como eje vertebrador en el ámbito material o “escultural” —más allá de sus orígenes pictóricos o fotográficos— el uso del objeto corriente como base de su creación. Aunque frente al uso que el pop art norteamericano hacía de los bienes de consumo industrializados y las imágenes de los mass media, el Nuevo Realismo halla en lo cercano y cotidiano y también en las imágenes de lo íntimo y lo personal su materia prima.

Las formas expandidas de Pablo Reinoso
En el caso de Reinoso, hay una serie de rasgos recurrentes que se convierten en seña de identidad distintivos de su práctica. Por ejemplo, en cuanto a la utilización de dos tipologías de mobiliario en específico, como sucede con los bancos públicos o las sillas en madera curvada de la marca Thonet. Ambas nociones nos remiten precisamente a dos de las ideas apuntadas por George Steiner, en su publicación La idea de Europa, como definitorias del espíritu que ha conformado el carácter identitario del viejo continente. Por una parte, el banco alude al concepto del parque y, por extensión, del espacio público que, según Steiner define “el paisaje caminable, la geografía hecha a la medida de los pies» en relación a la ciudad europea. Por otra parte, las sillas Thonet se vincularían a “ese café (…) inseparable de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas del Occidente”. Y, en ambos casos, encontraríamos subyacentes las sensaciones de pausa y lentitud.


Pero tal vez sea una visión concreta —formalizada y expresada de diversas maneras— la que hace identificable y distinguible gran parte de la obra de Reinoso. Esta consistiría en una especie de “desmaterialización” del objeto que, mediante un proceso de sublimación, haría que este se volatilizase en volutas, curvas, contracurvas y espirales… En formas que podrían evocar la frase que —más allá de su disección filosófica y política— Marx y Engels expresaron en el Manifiesto comunista: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”; y que muy bien podría tener en el “pensamiento débil” de Gianni Vattimo esa conexión con la posmodernidad ochentera del pasado siglo, y cuyo correlato actual podríamos encontrar en la “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman.

Cualquier visitante de esta exposición debe estar preparado para adentrarse en un territorio donde confluye lo figurativo y lo abstracto, lo visible y lo insinuado, lo concreto y lo indefinido. Teniendo el trabajo del autor francoargentino un componente proyectual innegable, sus quimeras podrían verse como la captación del instante, del “momento decisivo” en palabras de Cartier Bresson. Ese que, trasladándonos al cosmos noetos —mundo inteligible— de la filosofía platónica, materializa estas ideas en el cosmos aiscetós: la dimensión sensible y física que percibimos con los sentidos. Sea como sea, es indispensable que cualquiera que pasee por esta magnífica muestra lo haga con la quietud y serenidad con las que merecen ser apreciadas las obras que en ella se presentan.

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