El hormigón cumple con el fetiche de ser un material que sirve para hacer esculturas gigantes en las que luego se puede vivir. Y eso ocurre en la casa 75.9 de Omer Arbel, que descansa bajo unos grandes paraguas rodeados de muebles para hacerlos habitables. Como si estas piezas llevaran años en la mente del arquitecto y el encargo fuera solo una excusa para financiarlas y poder satisfacer, al fin, ese capricho.
El fetiche de hormigón de Omar Arbel
La arquitectura es el oficio del artista cobarde. Los espacios se piensan para emocionar, pero también —a diferencia de otras expresiones artísticas— para resolver un problema. Las frivolidades suelen ser poco aplaudidas y, aun así, hay días que en la mente de algunos arquitectos el artista se levanta más empoderado que el científico y la mano se deja llevar por la poesía.
Parece claro que la Casa 75.9 —erigida en una granja de heno en la costa noroeste de Canadá— es fruto de uno de esos días donde Omer Arbel prefirió diseñar un edificio hedonista y no uno serio. Se decantó por un lugar que girara en torno a unas estructuras megalómanas bajo unas topografías artificiales, en vez de optar por ambientes diáfanos o soluciones más amables con el paisaje. Prefirió emocionar a toda costa y parece que lo consiguió.
Los monolitos de la Casa 75.9
El proyecto se resuelve en una banda de pocos metros y en dos niveles por encima y por debajo de los pilares-setas. Las estancias se encadenan de manera habilidosa —integrando los grandes pilares—, pero quedando ocultas bajo un relieve que resulta extraño dentro de las formas suaves de la parcela. La propuesta se completa con un cerramiento acabado en madera por dentro y por fuera, que pone fin a un interior que de otro modo sería infinito.
Es difícil valorar cualquier decisión que no tenga que ver con esos grandes monolitos, incluso es complicado entender por qué no tienen más presencia en la imagen que la construcción plasma hacia fuera. Aun así, la forma, el acabado y la presencia que tienen interiormente hace que se perciban como un elemento prexistente, como una ruina de una civilización anterior que se ha decidido respetar, como un poema de hormigón.
Los caprichos en la arquitectura suelen ser costosos y necesitan una justificación más allá de la poética para mantener cierta coherencia. El trabajo que Omer Arbel ha desarrollado en los moldes y las texturas de estas esculturas se acerca más a lo artesano que a lo industrial, y afianza la calidad de una obra realizada en hormigón casi en su totalidad. Quizá el coste o la arbitrariedad no se razonen solo por este motivo, pero lo que sí sabemos es que la Casa 75.9 ha servido, por lo menos, para cumplir con el fetiche de este material.
En este enlace puedes leer más sobre otros proyectos residenciales en hormigón.
En una granja de heno del noroeste de Canadá, en la región de Cascadia.