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Entre las vanguardias del siglo XX, el surrealismo fue sin duda uno de los movimientos con mayor impacto en casi todas las disciplinas creativas. Los años veinte y treinta, su época de auge, marcaron definitivamente el mundo del arte dando una lectura nueva de toda la tradición occidental y abriéndola hacia los nuevos caminos del inconsciente. Esta mezcla entre la revisión de la historia estética y la exploración de los confines del pensamiento fue uno de los caminos elegidos por Salvador Dalí. De hecho, sus obras se han convertido en iconos de la imaginaria universal.

Yann Weymouth, director de diseño del estudio HOK, encargado de concebir el nuevo museo Salvador Dalí de St. Petersburg (Florida), eligió el símbolo de la ruptura que protagonizaron las vanguardias respecto a la historia del arte, y lo ha plasmado en un cubo de hormigón “roto” por el fantástico dinamismo de una figura orgánica.

Salvador Dalí no era un desconocido para el arquitecto. Un tío suyo, fotógrafo de profesión, había trabajado con el artista catalán en los años 40 y 50 en Estados Unidos. Después de hacerse cargo del proyecto, Weymouth se trasladó a Figueres para conocer de cerca la historia del pintor y el otro museo dedicado a su obra. Y con estos datos decidió crear, según él mismo afirma, “una referencia fresca y abstracta”. Además de este homenaje implícito, Weymouth se propuso levantar una estructura que protegiera las obras de las inclemencias climáticas de la costa de Florida, diana de huracanes.

Dicha estructura, robusta y rugosa cual fortaleza moderna, es el elemento cartesiano con el que se funde el Enigma, la forma acristalada realizada con multitud de paneles triangulares, verdadero tributo al mundo del ensueño daliniano. Recordemos sus relojes derretidos, y su admiración por la obra de Buckminster Fuller, pionero en geometría geodésica, amigo del pintor, y a su vez fuente de inspiración para el propio Weymouth.

El aspecto exterior de la construcción es el de una mole atravesada por una corriente de vidrio que genera una tremenda entrada de luz natural desde la planta baja hasta el techo. Por dentro, se subraya este movimiento ascendente mediante una escalera, también de hormigón, en espiral. Con ella se invita a los visitantes a trasladarse hasta el tercer piso donde se sitúa la galería principal. En un atrio de casi veintitrés metros de altura, la escalera se convierte en un guiño a la tremenda curiosidad que sentía Dalí por las figuras geométricas en general, pero sobre todo por la doble hélice del ADN.

Si como comentan desde el estudio, “la arquitectura da una expresión tangible de nuestros valores como cultura”, un museo como éste se convierte en mucho más que en un contenedor de arte; por encima de todo es una manifestación clara del legado que realizó el surrealismo a nuestro patrimonio cultural: audacia para reinterpretar la tradición y libertad onírica para una imaginación creativa.

 

www.hok.comwww.thedali.org

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