Pocos como Gregory Orekhov para lograr un inesperado centelleo mental en quien observa sus obras. Mediante la sencilla anexión de una idea a un reflejo preciso con el que nunca antes había sido aproximada, consigue sacar a la luz una alegoría que siempre estuvo ahí.
Cuando se tiene que definir a sí mismo, no es extraño que Gregory Orekhov diga que es escultor, arquitecto e “hijo y padre”. Él sabe que allí donde ha llegado ha sido, en parte, porque es vástago de Yuri Grigorievich Orekhov, afamado artista soviético que incluso recibió la Orden de Honor de su país. Gracias a él, desde muy temprano Gregory entró en contacto con muy diversas ramas del arte. Por eso, a la vez que aprendía la lengua, también se le enseñaba el idioma de las figuras, las texturas, la independencia, lo palpable y lo contemporáneo. Este primer maestro cinceló la creatividad de su hijo hasta que este consiguió ver el mundo con sus propios ojos.
El arte ruso, reflectivo y reflexivo de Gregory Orekhov
En sus instalaciones al aire libre, Orekhov es capaz de manipular el metal para que el espectador no solo vea lo propiamente moldeado, sino también el entorno circundante. Estos juegos visuales generan metáforas colosales, como Black Square: un homenaje al pintor Kazimir Malévich que integra y conecta dos grandes volúmenes a través de la naturaleza y del reflejo, creando un pasadizo eterno entre el pasado y el presente; o como harvest —aunque originalmente no tiene título—, donde ubica por todo un campo multitud de barriles de petróleo. En el primero, hacía desaparecer al individuo ante la inmensidad; en el segundo, defendía la importancia de la ecología ante la magnitud de la macroeconomía con un solo golpe de vista.
En Stainless Steel, el artista hace dialogar a diferentes paneles de acero inoxidable como si fueran un pequeño jardín inmortal, así como conseguía que paneles muy parecidos fueran el público de un falso partido de ping-pong en su obra para la feria de arte contemporáneo Cosmoscow de este mismo 2021.
Mención especial merece Crossroads. Si ya de por sí un paso de peatones es una invención humana para continuar el camino, colocar uno por encima de un río le servía a Orekhov para poner de manifiesto cómo somos incapaces de parar, poniendo el foco en la cuestión social y ética del medioambiente. Tenemos la capacidad de decidir si queremos seguir o no esa ruta.
Formas puras, metáforas visuales
En ocasiones, a Orekhov solo le hace falta una forma sencilla para multiplicar su significado; como al querer salvar Venecia de su continuo hundimiento con cientos de salvavidas pop-up en globos metálicos en 2019, o en Another reality, donde trasplantó su magic bed —una pieza anterior consistente en una hamaca de playa hecha de metal reflectante— y acrecentó su inutilidad instalándola al por mayor en un interior.
Por último, hay que entrar en un cubo. En un cubo rojo. Es una manera de ver con filtro bermellón lo que nos rodea. O quizá es al contrario: un modo de enseñarnos como, desde nuestra celda, miramos el mundo desde una perspectiva determinada. Y sin embargo siempre hay una salida, un hueco enmarcado por lo ficticio, que nos da una muestra de pura realidad, la más increíble de las metáforas.
Por su experimentación, quizá también interese lo que hace en el diseño gráfico con sus carteles expresionistas un artista como Peter Bankov.
Nacido en abril de 1927 y fallecido el 18 de julio de 2001, Orekhov fue un renombrado artista y escultor soviético, al que se le concedió el Premio Estatal de la URSS, el Premio Lenin, así como la Orden de Honor en 1997. Es autor de algunas de las obras más reconocidas del arte ruso como los monumentos a Yuri Gagarin o Aleksandr Pushkin.
La Cosmoscow International Contemporary Art Fair es una feria de arte que tiene lugar todos los años, en septiembre, en Moscú, y que reúne tanto a coleccionistas, galeristas y artistas rusos como de otras partes del mundo. Suele durar cuatro días y recibe entre 15 000 y 20 000 visitantes.
