Contraste, paradoja… Las palabras brotan al observar el trabajo de Matteo Casalegno. El arquitecto y diseñador italiano une materiales y formas que coexistirían a duras penas en un matrimonio de conveniencia, pero que con su trabajo consiguen una fusión perfecta. Casalegno da vida al oxímoron cuando define su discurso: “la imperfección perfecta, que une las antípodas para lograr un resultado emocional”. El objetivo es claro: conseguir una sacudida sensorial tal como lo definía André Breton en el primer Manifiesto del Surrealismo: “Cuanto más lejanas y acertadas sean las relaciones entre dos realidades contrapuestas, más fuerte será la imagen, y más potencia poética tendrá.”
Los objetos de Casalegno impactan la retina. La mesa Essenza es una estructura nítida de acero pulido como un espejo, tan brillante y perfecta en su cara interna, como desigual en su superficie exterior. Ahí lucen tablones de madera reciclada, como un parqué a medio decapar que exhibe sus años, sus cicatrices. Esta interactuación entre materiales también la vemos en el aparador Lucida Follia, donde el brillo del metal se mezcla con unas cajas envejecidas. En él, Casalegno vuelve a enfrentar elementos alejados para crear realidades desconcertantes y a la vez entrañables.
Por último, hemos de hablar de la Volumi Sospesi, donde unos cajones de madera se insertan en dos hojas de cristal transparente de 1,8 de ancho por 2 metros de alto. Aquí los cajones-estantes han perdido su fondo, han sido limados levemente pero sin perder la pátina de su anterior vida, y quedan levitando en la pared gracias al cristal. “Beauty is true”, decía el poeta Walt Whitman, y no hay duda que la emoción estética que nos despierta Casalegno lo es también.