A su paso por Madrid por motivo del Madrid Design Festival, hemos hablado con Luz Moreno Pinart —que acaba de ser galardonada con el premio One Shot a la artista emergente de Art Madrid 2024— sobre comida, textiles y la fibra vegetal que recorre toda su obra.
Una travesía hasta el Madrid Design Festival
Madrid, febrero de 2024, Sede de Bulthaup en Claudio Coello. Luz Moreno Pinart prepara frenética un pequeño catering para la velada que se celebrará en el contexto del Madrid Design Festival. Se ha desplazado desde París —su ciudad de residencia— para este evento. No es cocinera ni tiene una empresa de catering: Morena Pinart es artista, y ese pequeño ágape a base de mimosa que ofrecerá al público es una expresión comestible de la narrativa de su propia obra.
Al día siguiente de su intervención, nos reunimos con ella en la sede de MINIM —en el Paseo de la Castellana—, donde tiene expuesta una de sus piezas: Up and Down. Allí me cuenta, esta vez con palabras y no con comida, toda la genealogía de intereses que la llevó de la escenografía a esta práctica que explora tanto lo comestible como lo textil; dos disciplinas donde encontró un vaso comunicante que las unía.
Hija de pintora y arquitecto, Luz Moreno Pinart lo tenía todo para nacer artista, aunque basta con que unos padres se empeñen en que su hijo haga carrera en las artes para que termine siendo registrador de la propiedad o viceversa. En cualquier caso, más que seguir los pasos de sus padres, Luz emprendió un camino propio, una búsqueda que —sospechamos— todavía no ha terminado. Para empezar, voló lejos del nido y se instaló en París para estudiar escenografía, sin embargo, había algo en el teatro que le faltaba. Normalmente, la experiencia del público en este ámbito está limitada a lo que ve y oye y, en este caso, a Moreno Pinart lo que le interesa son esos sentidos que consideramos secundarios: el olfato, el gusto y el tacto. Entonces, ¿qué campo creativo le podría permitir trabajar de un modo más inmersivo?
La combinación: Sheila Hicks y Cordon Bleu
Durante una estancia de un año en la Universidad Aalto de Helsinki descubrió el mundo de los tejidos y, con él, la fascinación por la materia. Al terminar, regresó a París y comenzó unas prácticas con la gran dama del arte textil: Sheila Hicks. El clic entre las dos creadoras fue instantáneo, ya que ambas compartían cumpleaños, y no solo eso, Hicks se casó el mismo día que nació Moreno Pinart, algo que tomaron como un buen augurio. Además de asistir a Hicks, también se matriculó en Le Cordon Bleu, compaginando las dos actividades en jornadas maratonianas. Esta sumersión hizo que hallase aquello que ambos sectores tenían en común y que a ella tanto le atraía: las plantas.
Esta materia prima vegetal es el eje sobre el que gravita toda su labor. Su metodología se centra en explorar y explotar todas sus posibilidades en vez de partir de un concepto y buscar los elementos que aporten la mayor expresividad. Es en ese momento cuando se embarcó en una investigación etnobotánica sobre culturas que aprovechan las fibras de las plantas tanto para hacer textiles como para un uso comestible. Lino, maíz, ortiga, mimosa, aloe vera… directamente entró en un universo de opciones infinitas. Y al tirar de ese hilo, se marchó a Reims, donde se impartía el primer programa de diseño culinario de Europa.
La cosa no quedó ahí, pues como alma inquieta, Moreno Pinart continuó explorando. En una residencia artística en Japón descubrió la pequeña producción de aceite de oliva nipón que se encuentra entre los mejores del mundo. Y, junto a otra compañera, desarrolló una performance en torno al aceite y la madera de olivo que se inspiraba en la ceremonia del té japonés. En ese mismo lugar aprendió a tratar el papel —otra fibra de origen vegetal—, y elaboró una red de pistilos que representaban diferentes etapas vitales, un resultado que la llevó a ser la única española finalista del Loewe Craft Prize de artesanía en esta edición.
Luz Moreno Pinart: equilibrio entre lo efímero y lo permanente
Mientras hablamos, observo cómo el entramado de tejidos de su instalación une techo, paredes y suelo, igual que los troncos de árboles cuyas ramas crecen para vincular un punto y otro. Una especie de bosque que parece que va a moverse, a seguir creciendo si dejamos de mirar un instante. Moreno Pinart emplea la fibra textil, haciendo que sus intervenciones jueguen con el espacio, el volumen y el color. La posibilidad de acompañar sus piezas artísticas con una experiencia culinaria le facilita la inmersión sensorial que tanto echaba de menos en el teatro.
Como ella misma cuenta, disfruta trabajando con comida y reconoce que una instalación hecha con ella solo dura lo que tardan los asistentes en masticarla, tragarla y digerirla, por lo que siente que ha dado con el equilibro entre lo efímero y lo que se queda. De esta forma, ha conseguido reconciliar dos pasiones que, para el ojo poco entrenado, pueden parecer lejanas. Y puede que eso sea unas de las cosas más valiosas durante sus años de investigación: la manera en la que, sin ceñirse del todo a los parámetros de cada disciplina, poco a poco ha elaborado la suya hilando, tejiendo sus vivencias para elaborar su obra y encontrar, al fin y al cabo, su propio camino.
En este enlace puedes leer más artículos sobre otros eventos del Madrid Design Festival.