Desconocidos para esos ciudadanos que creen que la ciudad es un escenario creado para ellos, y nacidos en el lugar donde Carabanchel se funde con Aluche, los hermanos Javier y José Luis Díez crecieron en el barrio madrileño de la cárcel. Ese que sus dos orillas separaba un río de metal -el Suburbano y hoy Metro- emergiendo de los infiernos como la única puerta a una urbe palpitante de oportunidades.
La barriada de los blandos duros, confundidos por la circunstancia y el contexto. Los ochenta y la droga. Muelle pintando paredes. Voces corriendo por las calles a la misma velocidad que los fugados de la cárcel. Y de fondo, el estallido de una bomba… Con ese panorama di que quieres ser diseñador. Si te atreves, dilo en alto. Pues bien, ahí están y ahí siguen los díez más de treinta años después. Contundentes y tozudos. De carácter impuramente duro. Sin disfraces de conejo. Brutalmente honestos.
Por su lado industrial, han desarrollado objetos racionales, habitantes de nuestras calles y jardines. Su mobiliario urbano es de lo mejor a nivel mundial (si quisiera exagerar, diría que es el mejor). Por su lado artístico, le han dado a los objetos una dimensión poética que mira a Man Ray o a Joan Brossa. Para mí, como espectador, todo comenzó como un ejercicio de poesía visual: La Taza Tímida. Una taza con el asa reubicada en su interior, y punto. Seguido, porque resultó ser un serio divertimento que hoy equidista de su producción más funcional.
Ellos se quedaron en el barrio, pero pasaron de la industria y las tiendas a las galerías de arte, y ahora al Museo Nacional de Artes Decorativas. Los díez en los campos expandidos es una exposición singular como sus protagonistas. Sin concesiones, como ellos. Sorprendente. Ahí están en el MNAD por obra y magia de su encuentro con Juli Capella y Emilio Gil, que han sabido doblegarse -sin adjetivos- a lo substantivo de los díez: esa complicidad de idea y objeto sin sometimiento a nada que no sea esencial.
Y así nos lo encontramos: el producto a escena o envuelto en papel, tal cual es. Presentado para un público entregado a la exigencia de ir a su encuentro sin tonterías en la cabeza. Porque o se tiene capacidad para lo sorprendente y sensibilidad para lo curioso, o no entenderás nada.
Dicen los invitados en el catálogo de la exposición que su parte poética es esquizofrenia, bipolaridad o arte. Déjate de historias: es el material de lo que ellos están hechos. He sentido su generosidad. He admirado su inteligencia. He saboreado su cerveza artesanal. He aprendido con su cultura. Cuando vi su exposición me sentí privilegiado. De Carabanchel a la gloria.