Leonard Cohen. La voz fértil

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Leonard Cohen, la voz fértil.

Ajeno a las crisis, radiante en su ocaso, certero y sin prisas, Leonard Cohen regala ejemplos y estímulos en su último disco de estudio, Popular Problems. Publicado a finales de septiembre, es una magnífica ocasión para celebrar y evocar su intensa, ceremoniosa y envidiable vida.

Recuerdo la emoción de retirar el celofán del elepé de The Future, el primer disco que me compré de Leonard Cohen. Su portada blanca, negra y azul, obra de Michael Petit, decoró la pared de mi cuarto de alquiler. Creo que fue ese día, esa noche más bien, mientras escuchaba las canciones cuando me convertí en cohenita, utilizando la afortunada expresión de Juan Claudio de Ramón.

Al evocar ese temblor, ahora solo puedo recurrir a lo propio, a mis miedos y a mis ecos, a todo eso que se ha despertado otra vez al escuchar el segundo tema de Popular Problems: Almost like the blues, una melodía que me remite inmediatamente a The Future, el corte con el que comenzaba aquel vinilo de 1992. Y no solo eso: Slow, la canción que abre este nuevo proyecto, me conduce a todas las cosas a las que Cohen lleva cantando más de medio siglo. De aquel álbum a este último han pasado más de dos décadas y menos de mil guerras. De estas apenas recordaremos las que nos hicieron cambiar los rumbos. Las batallas más secretas suelen ser las más crueles. Por eso afectan tanto los silencios, los susurros y los rasguños de las canciones de Cohen. Por eso su voz se va filtrando y creciendo en cada nueva arruga de nuestro ánimo, en cada ceremonia espesa de otra noche muerta.

La edición de Popular Problems, producido por Patrick Leonard, demuestra la firmeza y las ganas de alguien que no presenta signos de cansancio ni ausencia de curiosidad. Junto a las canciones ya comentadas, hay delicias como My Oh My o A Street, o como el único tema que firma en solitario, Born In Chains, en el que afirma llevar trabajando unos cuarenta años. Aunque quizás la más reveladora sea la que cierra el álbum: You got me singing, en la que Cohen confiesa: “Me tienes cantando, a pesar de que el mundo se ha ido, me tienes pensando que debería continuar, me tienes cantando, a pesar de que todo salió mal, me tienes cantando Hallelujah”.

Ese sentido del tiempo, junto a la magnitud de su obra, hace que resulte muy difícil volver a escribir de Leonard Cohen: uno es consciente que ya se ha dicho todo sobre él. Parece inapropiado acudir a una biblia de anécdotas y secretos: todo lo que usted siempre quiso saber sobre Leonard Cohen y nunca se atrevió a preguntar ya está contestado y contado mil veces, y no hay razón alguna para volver a hablar de lo que pasó en el Chelsea Hotel, ni de su grandeza lírica, ni de sus premios, ni de su presencia en la obra de Enrique Morente, ni siquiera de su sombrero.

Esta sequía del que escribe contrasta con la fertilidad del maestro octogenario. Nadie más limpio de sospecha que Cohen en cuanto a sus intenciones comerciales: como es bien sabido, cuando estaba en uno de los momentos más fructíferos de su carrera decidió recluirse durante cinco años en un monasterio zen. Y fue la ruina a la que le condujo la estafa de su traicionera manager, Kelley Lynch, la que de alguna manera le empujó de nuevo al estudio de grabación y a los escenarios. Nunca una traición produjo tan buenos resultados creativos. Popular Problems es el último ejemplo de lo fértil que puede llegar a ser el silencio.

Leonard Cohen, la voz fértil.

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