La historiadora del arte Esther Choi creó el recetario artístico Le Corbuffet como una especie de efecto colateral a su tesis en historia y teoría de la arquitectura en la Universidad de Princeton. Mientras se documentaba, dio con el menú de la cena de despedida que Walter Gropius —exiliado en Londres durante los años del nazismo— celebró antes de dirigirse a Estados Unidos, donde le esperaba un puesto en la facultad de diseño de Harvard, en Cambridge (Massachusetts).
Choi supo leer en aquel menú muchas pistas sobre el estatus, los gustos culturales y la vida de privilegio de Gropius —en un momento de tremenda escasez, el evento incluía platos tan exóticos como la sopa de tortuga—y, por primera vez, empezó a entrever a la persona detrás del personaje. Este hallazgo la llevó a ser consciente del nivel de información socioeconómica, geográfica y cultural que puede revelar la dieta de cada uno. Alimentarse es un acto universal, pero lo que comemos nos diferencia de los demás en muchos niveles A partir de ahí, Choi no pudo sacarse el tema de la cabeza.
Durante las décadas de los 60 y 70 no fueron pocos los creadores que incluyeron el acto de comer en su obra: Gordon Matta-Clark, Tina Girouard, Carol Goodden. En su libro Journal of Identical Lunch (Diario de comida idéntica), Alison Knowles documenta su performance, en la que animaba a los participantes a ingerir de manera ritual día tras día lo mismo —un sándwich de atún con mantequilla, un vaso de leche o un cuenco de sopa—, en el mismo lugar y a la misma hora. Con esta acción, Knowles reivindicaba la idea de que todos podemos ser performers y, por lo tanto, artistas.
Montó un ciclo de cenas en su pequeño apartamento de Brooklyn para divulgar arte, diseño y arquitectura.
Los objetos artísticos y de diseño están al alcance de unos pocos en un mercado con un sistema de ferias y subastas en los que operan las élites económicas. Hoy, los diseños de Gropius, que respondían al ideal de productos de buena calidad accesibles para las masas, se encuentran en museos y colecciones de todo el planeta. Choi empezó a echar de menos esta relación tan estrecha entre vida y arte, en la que comer forma parte de la creación.
Siguió su instinto y montó un ciclo de cenas en su pequeño apartamento de Brooklyn para divulgar arte, diseño y arquitectura mediante una actividad tremendamente convencional, pero también llena de potencial creativo y asequible. El verdadero reto era traducir la esencia de esas obras en algo comestible. Y ahí es donde se materializa su libro de recetas.
No esperen alta cocina ni nada sofisticado en Le Corbuffet. Aquí se trata de degustar ideas y planteamientos más allá de la experiencia gastronómica en sí. Choi da rienda suelta al ingenio con juegos de palabras para nombrar sus recetas que muestran una cercanía desprejuiciada y sin pretensiones. Sin ningún afán de sentar cátedra, nos ofrece platos como una Rem Brulé, Banani Albers, Quiche Haring, Superstewdio o Andrea Branzini.
Le Corbuffet de Esther Choi se posiciona como un trabajo artístico en forma de recetario que explora los rituales como un espacio de esparcimiento e invención y cuestiona lo cotidiano, como lo hicieran antes Marinetti o Dalí. Con él, Choi pretende incorporar de nuevo el arte a nuestro día a día y burlarse un poco de esa alta cultura, donde gastronomía y arte confluyen en el colmo de lo esnob.
Visita la web de Esther Choi.