Es difícil entender la destrucción absoluta como una parte positiva de algo, especialmente si tiene que ver con la construcción de un edificio o de una ciudad entera. El pasado 28 de diciembre fallecía Arata Isozaki, arquitecto japonés, ganador del Pritzker en 2019 y uno de los exponentes del postmodernismo, el movimiento que incorporó la ruptura con la tradición sin renunciar a ella.
El arquitecto japonés que renunció al Estilo Internacional
Arata Isozaki tenía 14 años cuando las bombas nucleares arrasaron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Este acontecimiento traumático formó a una generación de arquitectos que tuvo que participar en la reconstrucción de todo el país después de la guerra. Durante estos años, Isozaki trabajó en el estudio de su maestro Kenzo Tange en la elaboración de proyectos que bebían de las ideas del movimiento moderno que se estaban desarrollando en los CIAM. La isla se occidentalizaba a marchas forzadas.
Sin embargo el arquitecto japonés pareció darse cuenta de que había problemas que no podían resolverse desde la contemporaneidad, que había conceptos que necesitaban del pensamiento que la tradición llevaba siglos realizando. En la década de los 70 se independizó de su maestro para abordar estos problemas con su propia perspectiva. Lo hizo a partir de punto de vista teórico ─con las súper estructuras de La ciudad en el aire muy cercanas a las teorías metabolistas─ y desde un lenguaje compositivo y espacial extremadamente ecléctico que destrozaba los cánones clásicos, incluidos los del movimiento moderno.
El posmodernismo y la destrucción del estilo
La trayectoria de Isozaki fue amplia y diversa. Pasó del brutalismo a proyectos donde las formas clásicas ─cubos y columnas─ se entremezclaban con esferas y fachadas de diseño racionalista. En el Centro Civil de Tsukuba (1983), Arata calcó la forma ovalada y el despiece del pavimento de la Piazza del Campidoglio de Miguel Ángel, pero la colocó fuera de cualquier eje de simetría y ligeramente invadida por un graderío y una cascada. El edificio arropa la plaza solo por dos de sus lados, como si estuviera incompleto. El resultado fue desconcertantemente rompedor, la yuxtaposición de elementos destroza la forma única, y sin embargo consigue volver a situarla en el centro del discurso.
La primera aparición que su trabajo tuvo en Estados Unidos fue para la rehabilitación de la discoteca The Palladio (1985). Un proyecto encargado por los dueños del legendario Studio 54 que buscaba utilizar el interior de un icónico teatro y sala de conciertos de Nueva York en un nuevo local de moda.
Para esta ocasión, el arquitecto japonés trazó una malla tridimensional que reorganizaba el espacio de la caja escénica. La estructura ofrecía nuevos niveles con los que llenar el espacio respetando los interiores originales. Los frescos frente a los neones, las yeserías frente a los murales de Basquiat o Francesco Clemente.
La herencia posmodernista
El postmodernismo ─igual que cualquier discurso rompedor─ caducó rápidamente. Con el tiempo pudimos ver cómo el lenguaje arquitectónico de Isozaki se moderaba y desde su estudio se presentaban proyectos en los que seguía existiendo cierta innovación en este sentido ─el centro nacional de convenciones de Qatar o la torre Allianz de Milán─ pero el aspecto resultaba más amable.
El arquitecto japonés no necesitó seguir el discurso de una forma tan purista, sino que supo abandonar ─igual que hizo con el movimiento moderno─ un modelo compositivo demasiado contundente después de que la reflexión se hubiera asimilado. Lo destruyó todo, una vez más, para seguir construyendo.
Fue un arquitecto japonés ganador del Prizker en 2019 y fallecido el 28 de diciembre de 2022 conocido por ser uno de los exponentes del postmodernismo.
Es un movimiento arquitectónico que surge en respuesta al Estilo Internacional del movimiento moderno y que recupera formas clásicas y tradicionales y las combina de forma ecléctica y rompedora.