La arquitectura industrializada puede ser la respuesta adecuada al desafío de un proyecto de rehabilitación en un núcleo rural, y también una solución radical, eficiente y sostenible para afrontar las necesidades de vivienda de los nuevos habitantes de la España vaciada. Así lo demuestra el estudio Hombre de Piedra en el proyecto Casa Escondida, ubicado en Medinilla, Ávila.
Arquitectura industrializada: el leitmotiv de Hombre de Piedra
En los últimos años, el estudio sevillano Hombre de Piedra ha asumido con verdadero entusiasmo el papel de abanderado de la arquitectura industrializada en España. Por acotar el término, cabe precisar que nos referimos a construcciones que se fabrican totalmente —o en su mayor parte— en un sitio distinto a donde se emplazan y que se montan in situ. En nuestro país, la aplicación de estas estrategias está mucho menos extendida que en el resto de Europa, y casi se limita a soluciones más o menos estandarizadas de casa unifamiliar.
No obstante, la oficina de Juan Manuel Rojas y Laura Domínguez las lleva a cabo en proyectos inmobiliarios y de vivienda colectiva e, incluso, en dotaciones de cierta complejidad y escala respetable, como la terminal de pasajeros del puerto de Sevilla, quizá su obra más justamente celebrada. Son muchos los debates abiertos en torno a estos enfoques, y no es este el momento de entrar en ellos. Baste aclarar que Hombre de Piedra no los rehúye y que insiste sobre todo en dos aspectos: su ajuste a las máximas exigencias de sostenibilidad y su adecuación a las de personalización y carácter, propias de cualquier propuesta arquitectónica ambiciosa.

Por más que en esta ocasión se trate de una residencia de pequeñas dimensiones (158 m2), diseñada en colaboración con el arquitecto Juan Ignacio Vilda, lo insólito de su contexto pone a prueba todos esos asuntos candentes al aplicar la industrialización intensiva a un trabajo de rehabilitación. La actuación se produce sobre un portal, una construcción tradicional de piedra originalmente destinada a albergar ganado en un pueblo del interior de Ávila. Medinilla, que llegó a tener 3000 habitantes en los años sesenta, apenas registra hoy 78 en su padrón.

La Casa Escondida en un pueblo de Ávila
El edificio estaba muy deteriorado, con la planta superior casi derruida y la cubierta perdida. La reconstrucción era prácticamente inviable por la falta de oferta de oficios en un entorno tan despoblado, así que se decidió rehacer solo la envolvente y colocar en su interior una vivienda cápsula: un alien industrial producido a partir de contenedores de mercancías en los talleres de Cimpra, en Utrera. La reutilización de estos volúmenes para estos fines es una solución ampliamente ensayada que el estudio ya había tanteado con éxito a gran escala en la terminal portuaria sevillana. Su dimensión es la máxima transportable por carretera, lo que resultaba conveniente por la mala accesibilidad del pueblo, y su carácter modular resolvía también la estrategia del planteamiento.

Casa Escondida está compuesta por varios módulos, que se introdujeron con una grúa en el interior del portal y se apilaron en dos plantas. Abajo, en sentido transversal, se dispuso el salón y la amplía zona compartida por cocina y comedor; arriba, longitudinalmente y en voladizo, dos dormitorios orientados a norte y sur, dos baños y un estudio. Los dormitorios, discretamente elevados sobre la altura de los muros, se abren a las vistas con dos grandes ventanales, pero apenas se perciben desde la calle. El hueco entre la cápsula y el interior de la construcción da lugar a una suerte de patios que permiten disfrutar de la integridad de su fábrica original, que de otro modo tendría que haberse cubierto por la necesidad de aislamiento e impermeabilización.


Los contenedores se revisten de listones de fibra de madera, cuya paleta de grises y dorados entona con la mampostería del edificio rural; quizá el único guiño que vincula ambos elementos. Bien al contrario, lo que los arquitectos buscaban era una convivencia neta de contrarios, porque “las personas que habitan hoy” estos pueblos de la España rural “son muy diferentes de los labradores originarios”. La oposición se articula, sin embargo, desde el respeto: los nuevos habitantes integran en su modo de vida la memoria del lugar que impregna los viejos muros y el intersticio con los bloques fabriles, y así la imagen urbana del pueblo se preserva y se salva. Los beneficios de un hogar con clasificación energética A compensan la huella de los procesos industriales y de transporte. Y, lo más importante: cualquier opción estratégica o tecnológica se legitima si se despliega al servicio de la inteligencia proyectual.

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