En el marco de la pasada Bienal de Venecia, Kjetil Trædal Thorsen, uno de los fundadores del estudio de arquitectura Snøhetta, replicaba a las críticas dirigidas a los arquitectos que están construyendo para regímenes no democráticos, insistiendo en que la arquitectura puede ser una herramienta que aliente movimientos políticos a favor de la sociedad. Demostrando esto, culminan el King Abdulaziz Center for World Culture: un edificio espectacular, que elude la banal etiqueta de icono, y que se afirma como potencial eje para el desarrollo intelectual y cultural de Dhahran: una joven ciudad saudí fundada en 1938, con un importante porcentaje de población que aún no ha cumplido los 25 años.
Simbólicamente el proyecto representa la idea de cultura como síntesis de pasado, presente y futuro: concepto que se traslada a la definición estructural y distribución de sus diferentes instalaciones. Desde la profundidad de tres niveles bajo tierra, como imagen del pasado y la abundancia en petróleo que hace próspera a la zona, la construcción asciende hacia el futuro, elevándose a más de 90 metros de altura y materializándose en unos volúmenes con forma de guijarros, recubiertos de una piel metálica reflectante. Semejante a un monolito, la gran torre es el centro de la composición, rodeada de cuatro estructuras menores. Cada volumen se erige individualmente con una forma propia, pero cada uno de ellos se sustenta en los otros, generando un todo indisoluble y reflejando así que la cultura es un conjunto unido de fuerzas y de ideas.
Una plaza de 6.000 m2 actúa como acceso general y se integra en el edificio en la franja intermedia: el presente. El cuidado paisajismo que rodea al centro está formado por varios espacios ajardinados, inspirados en zonas áridas de todo el mundo, y cuenta con un ámbito dedicado a la historia geológica de Arabia Saudí. Todo pensado para enriquecer pedagógicamente el entorno.
