Hace tiempo que las experiencias virtuales llegaron para quedarse. Disciplinas como el arte o el diseño las adoptaron como método de investigación, y se volvieron imprescindibles en el ámbito de la visualización arquitectónica. También nuestro ocio y consumo suceden, cada vez más, en entornos virtuales. Si en este contexto las esculturas digitales del artista Ken Kelleher iban acorde a su tiempo, hoy -roto el consenso de los límites que lo virtual no debía nunca franquear:no sustituir nunca a la experiencia real-, sus monumentales esculturas digitales cobran nuevos sentidos.
Esculturas digitales con sorpresa
Tras tantos esfuerzos pedagógicos para mantenernos ligados al lugar donde se supone ocurren de verdad las cosas, ahora -cuando el formato online se ha convertido en un salvoconducto para acceder o rememorar la experiencia física-, la utilidad de la materialización de los procesos creativos puede ser cuestionada con más interés que nunca.
Ante las imágenes de Kelleher te asalta primero la confusión. “Causan sorpresa”, en palabras del propio artista. Hay algo extraño en ellas, porque conjugan espacios urbanos reconocibles con objetos que no terminan de encajar en la realidad y parecen competir —también en tamaño— con las plazas, los edificios y las avenidas donde se instalan.
Los trucos de Ken Kelleher
Sus piezas aparentan ser hologramas, el truco óptico que también buscaron algunos escultores del expresionismo abstracto cuando ponían en entredicho el carácter representativo del proceso escultórico y componían atendiendo a pesos visuales, a relaciones entre volúmenes y proporciones, en un ejercicio de introspección que transgredía el concepto de realidad.
Kelleher cuestiona el significado de la escultura cuando el proceso de materialización se convierte en una posibilidad residual y remota.
Es curioso que Ken Kelleher, heredero de aquellas prácticas, tenga tan a mano la posibilidad de partir de un ámbito abstracto y aproximarse desde ahí al entorno natural —David Smith habría alucinado—. En sus proyectos utiliza las posibilidades del render —imagen digital creada a partir de escenarios 3D— para emprender una investigación con la que cuestiona el significado de la escultura y del mismo objeto cuando el proceso de materialización se convierte en una posibilidad residual y remota.