“La fotografía miente, crea un artificio. Porque aunque el paisaje captado tenga algo que ver con el real, siempre está manipulado”. Estas palabras de Jordi Bernadó definen las claves de su propuesta. Un trabajo vinculado a la fotografía de paisajes que en los próximos dos meses podrá verse en la sala Senda de Barcelona, en el MACUF de La Coruña y en San Petersburgo dentro de Photo Vernissage.
El viaje de Jordi Bernadó
Por puro azar, como diría Jordi Bernadó, me he encontrado sentado durante seis horas en un tren. Madrid-Almería. Últimos coletazos de un verano tranquilo en el que tuve el placer de entrevistar a este fotógrafo catalán. Seis horas contemplando paisajes que una y otra vez me han recordado sus imágenes y sus palabras tras una sugestiva conversación telefónica, días atrás. Su metodología de trabajo, esa forma de retratar el espacio, de individualizarlo y caracterizarlo, me ha hecho ponerme sus “anteojos” visualizando así lo que durante el viaje he percibido desde la ventana de mi asiento. Ahora, cuando la noche ya me hace imposible distinguir nada más allá de mi reflejo en el cristal, decido encender el portátil y recuperar sus reflexiones y su proceso creativo.
Jordi Bernadó (Lleida, 1966) abandonó la arquitectura años atrás cuando encontró en la fotografía el medio adecuado para definir edificaciones, lugares y actitudes. “Llegué aquí de casualidad. Estudié arquitectura y durante los últimos años de la carrera me empecé a interesar por la fotografía como herramienta para ver de otra forma la ciudad, el urbanismo y la propia arquitectura”. Así comenzaba su idilio con esta disciplina. “El primer interés no era tanto la fotografía, sino su uso como estrategia para observar la urbe y pensarla, introduciendo la narrativa, la ficción o la ironía que como arquitecto me resultaban más difíciles de tratar”.
Jordi se ha lanzado de lleno a una de las temáticas más complejas en el campo de la fotografía: el paisaje. Se me vienen a la cabeza grandes nombres como Ansel Adams y William Eggleston que han inmortalizado mediante parajes impresionantes, emociones y comportamientos humanos. Porque no nos equivoquemos, la fotografía de paisaje, intervenido o no, además de un puñado de nubes, edificios o caminos, es el reflejo íntimo del hombre. “Más que el momento decisivo de Bresson, mi trabajo busca lo que yo definiría como el espacio decisivo. Zonas que hablan mucho de sus protagonistas aunque no lo hagan directamente a través de ellos. Como decía Ortega y Gasset, la apariencia de las cosas puede ser obvia, pero el significado recóndito”. Efectivamente, en su obra no aparecen personas, pero si se analiza cada imagen, su presencia resulta evidente.
El punto de partida
Su modus operandi es sencillo. En la mayoría de los trabajos siempre hay un primer detonante: un encargo. A partir de ahí, estira los compromisos hasta el límite, sintiéndose “cómodo”, según nos dice, con esas limitaciones iniciales. Fotos que además de satisfacer a sus “clientes” tienen múltiples lecturas. Escuchar a Jordi hablar del motor inicial de todas sus obras, me hace pensar en dónde radica la actitud artística. Una cuestión que se evapora cuando vemos que sus imágenes transcienden el significado mismo del encargo. Insistiendo en este asunto, Jordi termina por confesar que está desarrollando proyectos que no parten de los habituales encargos. ¿Imágenes más personales? “Quizá me interesa apartarme de una fotografía que bebe de la tradición realista, documental. Empieza a atraerme no tanto enseñar lo que hay, sino lo que me provoca eso que hay. Lo cual es un paso más hacia la interpretación, que hacia la documentación”. Le pido que se explique. “Estoy revisitando los mismos sitios que he visitado pero con otra mirada. Digamos que por primera vez el encargo me lo estoy haciendo a mí mismo con fotos más libres, desligadas de un número determinado o de un viaje contratado”.
Lo serio y lo bizarro
El extrarradio de Madrid, las llanuras de Castilla-La Mancha, Despeñaperros, Baeza…. Decenas de “fotogramas” han ido apareciendo ante mis ojos a lo largo de este viaje, mientras imagino a Jordi con su cámara de gran formato enfocando y encuadrando. Un Tío Pepe en unos peñascos me hace pensar en Welcome to Espaiñ (Actar, 2009), uno de sus libros más reconocidos donde ironía, humor mordaz y estereotipos llevados al límite, son sus características básicas. Además, es uno de los pocos proyectos que nació en paralelo a un encargo: Lucky Looks (Actar, 2008). El banco Sabadell le pidió que fotografiara cada una de las ciudades y pueblos españoles donde tenían una oficina. Jordi debía definir la esencia de esos lugares sin críticas dolorosas. Las imágenes, digamos, menos amables son las que dieron cuerpo a Welcome to Espaiñ. Una España de pandereta, goyesca, kitsch pero que, según Jordi, plantea “una aceptación casi positiva de cierto fatalismo alegre. Reírte por no llorar. Estos trabajos son como el blanco y el negro de nuestro país”.
El tren avanza. Y yo continúo pensando en las preguntas y respuestas de la entrevista. Jordi profundiza. “Durante mucho tiempo, de algún modo propuse una visión muy optimista de una situación crítica y triste. Una mirada jubilosa, que no irresponsable. Creo que he estado fotografiando los errores de la humanidad. Y quizá en el libro Europa (Actar, 2010) se empieza a ver un interés mayor por las verdades de la naturaleza. Admitir que la realidad es como es. Algo que también se aprecia en Welcome to Espaiñ”. Europa es otro de los encargos de Bernadó. Rafael Doctor, ex director del MUSAC, le propuso retratar de manera unitaria y global los veintisiete países de la Comunidad Europea. En un par de meses tuvo que moverse por muchos territorios buscando siempre al azar. “Reflejé desde lo solemne hasta la réplica de los iconos. Con ironía en algunos momentos, con seriedad en otros. La serie comenzó en una playa de Chipre donde se supone nace el mito de Afrodita”. En estas secuencias fotográficas, como señala Jordi, “el paisaje ya no es un paisaje natural, sino humanizado, en donde uno puede distinguir dos discursos, uno serio y otro bizarro”.
Final de trayecto
Abro en el ordenador algunas de sus imágenes. Las observo y pienso en lo que hace que un lugar le llame o no la atención. “Pueden ser muchas cosas: un objeto que me cuadra con un trabajo, hasta un color, un aroma. Además, como te decía, me muevo por encargos y es dicho encargo el que de algún modo orienta mi mirada. Cuando ya estás en el sitio, vas paseando y encontrando siempre con una gran dosis de azar”. Me imagino a Jordi Bernadó con su enorme cámara de gran formato. Tan difíciles de manipular, tan pesadas. Tan de fotógrafo de otra época con la película de placas y la tela negra. Hasta hace poco estuvo usando la que compró hace años a Manolo Laguillo: “aparatosa pero increíble para este tipo de trabajos”. Sin embargo, ha ido dejando de lado lo analógico. “Las placas eran muy difíciles de encontrar. Y con el digital esa parte es más sencilla de resolver. Aunque mi modo de trabajar no ha cambiado”. Con un objetivo que equivaldría en las cámaras Reflex a uno de 20mm aproximadamente, Jordi sigue apostando por unas máquinas que destacan por su peso, por su inmovilidad, pero obviamente por su alta calidad.
Levanto la cabeza, el tren está entrando en la estación. Seis horas y media de trayecto. Parece que huele a mar, aunque probablemente más bien sea a cansancio. Recopilo rápidamente todo. Lo repienso mientras el resto de viajeros comienza a levantarse. Crujen huesos, se abren párpados. Ruido de maletas y bolsas. Me quedan varios días por esta tierra. Tiempo suficiente para volver a visualizar espacios. Y tiempo para entrever las historias y vivencias que puedan encerrar. Después de todo, entiendo que tras conocer el trabajo de Jordi Bernadó mis viajes en tren ya no podrán ser iguales.