Hasta el 1 de septiembre, el Palacio de Velázquez del parque del Retiro acoge la exposición James Lee Byars. Perfecta es la pregunta, donde la obra del artista norteamericano convierte el propio espacio en una performance silenciosa.
El Palacio Velázquez se llena de arte conceptual
Recorriendo la muestra James Lee Byars. Perfecta es la pregunta en el Palacio Velázquez no paraba de acordarme de esta frase de Raimundas Malasauskas: «Las obras de arte son también comisarias de exposiciones». Esto no significa que el trabajo del curador, Vicente Todolí, haya sido innecesario o superfluo, todo lo contrario. Sus gestos sutiles han conseguido que la marcada simetría del lugar acoja las 17 instalaciones como una coreografía de interrogantes en perfecto diálogo con el espacio del parque del Retiro. Si perfecta es la pregunta, a la perfección se acerca el propio diseño expositivo del proyecto.
Excéntrico, enigmático, misterioso. Esos han sido algunos de los adjetivos que han ido construyendo la historia de James Lee Byars (Detroit, 1932 – El Cairo, 1997): uno de los artistas conceptuales más singulares de la segunda mitad del siglo XX. Y tras la exhibición organizada por Kevin Power en 1994 en el IVAM, ha vuelto a España para desplegar, una vez desaparecido, toda una serie de cuestiones que dejan el Palacio de Velázquez en silencio. Aunque la historia de Byars con España comenzó antes.
James Lee Byars: un paseo por España
Vestido con un traje completamente dorado o con los ojos cubiertos por una venda de color negro y un sombrero de copa alta, James Lee Byars se paseaba por Granada en la que fue una de sus más importantes visitas al país. Invitado por Mar Villaespesa y BNV al proyecto Plus Ultra —basado en intervenciones dentro de edificios singulares de Andalucía—, en el momento del fervor y los fuegos artificiales de 1992, Byars insertó La esfera dorada (1992) en el Palacio de los Córdova. Una acción realizada tras la negativa por parte de otras instituciones de su emplazamiento en el patio del Palacio de Carlos V, donde la circularidad de su propuesta establecía sinergias con la propia geometría de la arquitectura renacentista.
Dos años después, La esfera dorada era derruida y de ella solo queda el recuerdo de la voz de Miguel Benlloch cantando en su interior María de la O, un fragmento de escayola cubierta de pan de oro —que el artista granadino conservaba en su casa de Loja— y el vídeo O Donde habite el olvido, que se presenta en una de las salas de documentación de la exposición junto a otras performances de Byars. Compuesta por una selección de esculturas e intervenciones de los años ochenta en adelante, casi se puede entender la muestra como una reparación a esa memoria destruida, a la que —de un modo enigmático— se suma el propio autorretrato del artista (Self-portrait, 1959): sentado sobre el suelo, apoya su pequeña cabeza en la pared y descansa entre todos aquellos interrogantes.
Esferas y silencio
Al entrar en el Palacio Velázquez, los visitantes se topan con Red Angel of Marseille (1993), una pieza formada por mil esferas de vidrio de color rojo que configuran un patrón antropomórfico reducido a su mínima esencia. Un ángel nos abre las puertas a este juego de figuras geométricas que, planteadas en materiales como el mármol, la seda, el pan de oro o el cristal, nos interpelan sobre la propia trascendencia del arte para reflexionar más allá de la lógica y la mística.
Junto a la rotundidad de obras como The Golden Tower with Changing Tops (1982) —tótem dorado de casi cuatro metros de altura que recoge las investigaciones del artista sobre la inmutabilidad—, destacan diálogos entre creaciones como los que surgen entre The Door of Innocence (1986-1989) y The Figure of Question is the Room (1986). También los que se establecen entre The Rose Table of Perfect (1989) —esfera con capullos de rosas rojas— y The Tomb of James Lee Byars (1986) —de piedra arenisca— o The Hole for Speech (1981). Este último es un dispositivo en cuya parte central aparece un círculo dorado que se activaba con la propia voz de Byars, pero en la actualidad se ha vuelto un agujero para voyeurs y carne de stories y fotografías para Instagram.
Como acompañamiento a todo este repertorio, llama la atención la sala dedicada al trabajo performativo del norteamericano. Desde Kassel a Venecia, se presentan diferentes registros audiovisuales, elementos de vestuario y enigmáticas escrituras, que el próximo 29 de junio serán reactivadas por una serie de performers, reviviendo las preguntas del artista en un contexto en el que solo el silencio que queda tras el ajetreo de turistas que visitan el edificio puede ser la respuesta.
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Hasta el 1 de septiembre.