¿Qué ocurre cuando la luz deja de ser un simple recurso escénico o decorativo para convertirse en materia, lenguaje, arquitectura y coreografía? Hasta el 31 de agosto, la exposición Into the Light da una respuesta rotunda en la Grande Halle de La Villette de París. 15 instalaciones que articulan una travesía envolvente donde el visitante deja de ser espectador para convertirse en parte del set up.
Del trance digital a la contemplación celeste en la Villette
A medio camino entre lo técnico, lo creativo y la percepción, Into the Light transforma 3000 m2 en un laboratorio sensorial de luz, sonido y arquitectura emocional. En esta exposición, comisariada por el estudio TETRO, las obras repartidas en cinco etapas replantean la relación entre cuerpo, espacio y espectador a través de un circuito inmersivo que diluye los límites entre disciplinas. Y el resultado es un ensayo visual en movimiento que dialoga con lo inefable; un viaje de lo tectónico a lo efímero que celebra el cruce entre arte, tecnología, ficción, ciencia y espiritualidad.

Este itinerario multisensorial dinamita las formas tradicionales de creación contemporánea, y reúne a doce artistas y colectivos que operan en las fronteras entre arte lumínico y digital, música experimental, desarrollo tecnológico y experiencia multimedia. Un mapa de luminiscencia, algoritmos, sombras y pulsos, que traza un retrato en tiempo real del light art europeo.



Into the light: la luz como coreografía y arquitectura
El punto de partida no es una pieza, sino una consigna: aquí no hay objetos que se observan, sino entornos que se atraviesan. Por eso la exhibición arranca con la fuerza de Beyond, del estudio español Playmodes: un túnel audiovisual —de casi veinte metros— que juega con la sinestesia, la ilusión óptica y el ritmo sonoro. Seguidamente nos topamos con Diapositive, de Children of the Light, una escultura giratoria suspendida en la niebla que irradia el destello de un eclipse artificial. Y, en la sala contigua, de Guillaume Marmin responde desde lo cósmico con Oh Lord: alimentada por datos astronómicos reales, esta intervención mezcla ciencia y mística, como un altar lumínico consagrado a lo intangible.



Por otro lado, Narcisse, de NONOTAK, sugiere una meditación especular y mitológica sobre la identidad; este conjunto de espejos en movimiento y luces rítmicas desestabiliza la percepción del yo y logra difuminar la identidad entre reflejos múltiples. A esta visión le sigue Halo, de Karolina Halatek: un anillo tridimensional que encierra al visitante en una bruma de fulgor deslumbrante. Mientras que Olivier Ratsi desarticula la percepción espacial en Negative Space; una sala vaporosa atravesada por haces verticales donde todo parece emerger y disolverse en un bucle perpetuo.

Y Christopher Bauder y Robert Henke sincronizan la luz y el sonido GRID: una estructura monumental con forma de exoesqueleto que flota, respira y muta su tensión electrónica en una suerte de ballet digital incandescente. La sensación de trance se mantiene igualmente en Spiraling Into Infinity, donde nuevamente Children of the Light envuelve al público en un vórtice de luz giratoria sin centro ni fin. Un ejercicio que lo prepara para transitar por ORBIS2, de 1024 Architecture: un cubo levitante de láseres y proyecciones mutantes que borra las líneas entre lo físico y lo proyectado.

Light art de códigos lumínicos y trances digitales
Todo ese vértigo alcanza su clímax en Abîme, de Visual System. Esta brecha vaporosa —confeccionada en ledes— absorbe al asistente antes de que sucumba a la calma que emana de One’s Sunset Is Another One’s Sunrise, de Jacqueline Hen. Este paisaje de arena azul y esfera solar funciona como un recinto de meditación compartida. Una energía que aprovecha Quiet Ensemble para trasladarnos a los confines del universo en Solardust: una peculiar nube estelar que cuelga del techo y vibra al ritmo de una partitura musical celeste, que transmuta el cosmos en una escultura 3D fulgurante.

La tensión entre naturaleza y artificio se condensa en Nautilus, de Collectif Scale. Sus formas orgánicas —aunque inmóviles— generan la ilusión de un movimiento cimbreante al compás de una melodía frenética. En Passengers, de Guillaume Marmin, se atraviesa un pasaje especular donde la imagen se multiplica hasta perderse. Y el cierre lo evoca Carnaval, la fiesta de luz y sonido de Collectif Scale con banda sonora de Lucie Antunes, que despide al visitante en un estado de euforia febril.

Into the Light propone un manifiesto contemporáneo sobre el poder perceptivo, simbólico y emocional de la luz. Demuestra que el light art ya no es una rareza ni una moda efímera: es un campo en plena madurez que fusiona tecnología, poética, diseño y emoción. Y la muestra no solo confirma que lo lumínico puede ser un modo de arte total, sino que deja claro que estamos ante un método de narración expositiva donde la mera contemplación ya no es suficiente.

En este enlace puedes leer más artículos sobre arte lumínico y digital.