En In Situ, Refik Anadol convierte al espectador en receptáculo de datos, luz y memoria. Una exposición en el Museo Guggenheim Bilbao hasta el 19 de octubre donde asistimos a una coreografía inmersiva de la conciencia digital del artista turco.
El abismo sensorial de Refik Anadol
Definitivamente, la era de las imágenes ha mutado: ya no se trata de representar el mundo, sino de generarlo. En este marco, el carácter inmersivo del campo artístico se ha alzado como una alteración propia del medio, reconfigurando nuestro modo de estar en el espacio museístico. Las piezas se hallan ahora entre lo real y lo sintético, y por eso susurran en los pliegues de nuestros ojos o retumban en nuestra caja torácica. Un intersticio donde el cuerpo no distingue lo visto de lo sentido y donde surge una nueva gramática para la disciplina creativa.

Como gran alquimista y demiurgo de la inteligencia artificial, Refik Anadol ha sido uno de los nombres que con más potencia ha empujado esta deriva. Su práctica se canaliza en instalaciones que, directamente, constituyen ecosistemas digitales: millones de datos que flotan en nubes etéreas y que han sido rescatados de archivos climáticos, florales, sonoros o museográficos. Su lienzo es la máquina y, su paleta, el algoritmo. Hasta el 19 de octubre, podemos presenciarlo en In Situ, su reciente exposición en el Guggenheim de Bilbao: 1800 m2 de proyección inmersiva que engullen al espectador en un paisaje pulsante. Como si Frank Gehry hubiera edificado una gran criatura dormida que, al contacto con la obra de Anadol, despertara y comenzara a latir.

Respirar código en el Museo Guggenheim Bilbao
In Situ no presenta una narración lineal ni figura ni fondo. Es un compendio de corrientes, vórtices y flujos que se dejan como un remolino desplegado sobre nosotros.
Para dar rienda suelta a este clima artificial, Anadol ha recogido más de 400 millones de datos relacionados con la biodiversidad y, valiéndose de IA generativa, los ha convertido en un entorno audiovisual que parece tener vida propia. Una selva de píxeles que respira, se pliega, se expande y nos observa. Y una pregunta sobrevuela la muestra como un zumbido eléctrico: ¿puede una inteligencia no humana producir belleza?

Más que teórica, la respuesta de Anadol parece visceral, pues nos lanza al centro de la cuestión y nos deja allí, suspendidos entre la fascinación y el extrañamiento. No cabe duda de que el arte inmersivo no se dirige tanto al intelecto como al sistema nervioso, por ello su percepción se convierte en trance. Y, sin embargo, detrás de ese trabajo técnico se alberga la profundidad poética: el intento de que la máquina sueñe con la naturaleza, produciendo una versión paralela con su propia sensibilidad.

La exhibición no se cierra sobre sí misma porque su lógica no es museográfica, sino atmosférica; así, Refik Anadol nos guía como un chamán por sus mapas de luz y por un mundo que no existe. Y, mientras tanto, In Situ nos confronta con la gran paradoja: cuanto más artificial es el medio, más orgánico parece el resultado. ¿Será que la inteligencia artificial, en manos poéticas, ha dejado de replicar para inventar? Y, sobre todo, ¿habrá aprendido a emocionar con intención o será solo puro accidente?

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