Hermann Nitsch pintó con sangre, con vísceras, con aquello que llevamos dentro. Tras una larga enfermedad, el pasado 18 de abril fallecía en Mistelbach (Austria). Es considerado uno de los artistas que de manera sempiterna ha estado más allá de cualquier vanguardia. Despiezamos obra y vida de una de esas rara avis que da la verdadera experimentación, precursor del accionismo vienés, y que deja un reguero —más que un legado— imprescindible para comprender una visión contemporánea del arte.
No deja de ser curioso que todo pequeño sinónimo de vida o de pertenencia a un ser vivo concreto, fuera de este, cobra un significado grotesco, desconcertante, terrorífico. Pero un artista tiene que saber jugar también con esos elementos. Lo descubrió muy pronto Hermann Nitsch, nacido en Viena el 29 de agosto de 1938, durante la ocupación nazi. Llegar al mundo en esas condiciones da una posición de superviviente y otra forma de entender lo funesto, sin querer desperdiciar ningún latido.
De las iglesias al Accionismo vienés
Aunque Nitsch tocaría todas las ramas artísticas —desde la performance a la fotografía, la escritura, la composición musical o el grafismo—siendo además docente universitario, sus inicios fueron su época de mayor explosión por lo radical y polémico que demostró ser nada más desembarcar en estas disciplinas. Era el final de los años 50 y comenzó una serie de primeras acciones que mezclaban la pintura, la ambientación, la música y el teatro bajo la idea de rituales paganos y religiosos. Esto sería el germen de su concepto Orgen Mysterien Theater (Teatro de Orgías y Misterios).
En él Nitsch lo abarcaba todo y conseguía obras performativas tan controvertidas que llegaban a incorporar sangre, carne y vísceras —en ocasiones, como parte de un sacrificio—, entre otros materiales. Esto, por supuesto, no tardó en hacer que grupos ecologistas se le echasen encima, pero él jamás dejó de realizarlas hasta su retirada.
De hecho, fue precisamente esta intensidad roja, esta provocación de sustancias y fluidos lo que le convirtió en uno de los precursores y máximos representantes del Accionismo vienés(Wiener Aktionismus), un breve movimiento artístico de la década de los 60 en Austria en el que el trabajo de los creadores no se entendía sin la transgresión.Establecía un rechazo hacia el arte estático, siendo más comunes las prácticas que confrontaran las convenciones éticas y morales, con falsas mutilaciones y muestras sexuales orgiásticas y sangrientas como un modo de colocar el cuerpo en el centro del relato.
Hermann Nitsch: un castillo, dos museos y mucho ruido
En su propia autobiografía, Nitsch explicaba que si algo le exigía a su audiencia era “una experiencia sensorial directa”, lo que implicaba que “probaran, olieran, observaran, escucharan y tocaran” desde “carne, vísceras y frutas” a “incienso y otros materiales, sangre, combustible, vinagre, leche, orina, gasolina, trementina, amoníaco o agua caliente”. Para el austríaco, esto “superaba el lenguaje”. Pero como estos Orgen Mysterien Theater no podían celebrarse a la ligera, en 1971 compró el Castillo de Prinzendorf, donde pudo dar rienda suelta a sus orquestas ruidosas, con griteríos en instrumentos amplificados, que se volverían la banda sonora de sus piezas a gran escala.
A pesar de que llegó a representar en Viena, Nueva York, Londres, La Habana o Leipzig, y ha expuesto en museos como el Centro Pompidou de París o el Moderna Museet de Estocolmo, hoy en día la mayor parte de su producción se recoge en los dos Museos Nitsch, en Mistelbach y Nápoles, así como en la Fundación Nitsch de Viena.
Sin llegar a su extremo, la sangre sigue siendo un importante motivo artístico, como lo fue en el banco que asemejaba su propio aparato circulatorio, por Hyun Gi Kim.
Además de Hermann Nitsch, entre sus mayores representantes se encuentran Otto Muehl, GünterBurs, Rudolf Schwarzkogler y Abino Byrolle.