En los Cárpatos ucranianos, Grybova Hata se presenta como un hongo que crece desde una trama de madera y piedra. Y su diseño, íntegramente tejido de micelio vivo, convierte la arquitectura en un organismo que se expande desde el sabor hasta el aire.
Micelio arquitectónico: un puente entre tierra y mito
Grybova Hata significa “Casa del Hongo”, y ya desde su nombre se nos advierte que en este espacio todo gira en torno al micelio: esa red subterránea que conecta árboles, retiene la humedad y sostiene el ciclo de los bosques. YOD Group lo ha posicionado como protagonista arquitectónico en su reciente intervención, convirtiéndolo en la materia viva que moldea cortinas, lámparas y paneles.

Estas membranas, desarrolladas junto a la diseñadora Dasha Tsapenko, se elaboraron con fibras vegetales de coco y cáñamo y fueron inoculadas con micelio. El resultado es un tejido orgánico que nunca está acabado del todo: crece, se transforma y adquiere distintas densidades. Allí donde la humedad es mayor, el material se expande con blancura porosa y, en otras zonas, permanece más traslúcido, dejando ver la urdimbre inicial. Esa irregularidad se exhibe como el testimonio de un proceso biológico que desborda la idea clásica de control arquitectónico.


El interior se completa con elementos sobrios y cercanos: paredes de yeso texturizado, piedra travertina de Ternópil, suelos de arcilla y mobiliario artesanal fabricado en talleres locales. El conjunto está impregnado de un aire ritual, como si cada silla y superficie hubieran sido dispuestas para invocar la memoria del bosque. De ese modo, el restaurante articula su recorrido alrededor de tres islas culinarias —queso, carne y destilados— que reproducen la tradición gastronómica de la región. Son estaciones de sabor y de sentido que se mezclan con las texturas vivas de las paredes y los biopaneles. Por ello, comer en Grybova Hata se vuelve una inmersión sensorial: cada bocado se acompaña de la conciencia de que el espacio mismo participa de un ciclo natural.

Arquitectura orgánica para un futuro comestible
El empleo del micelio en este caso se presenta como un símbolo de resiliencia —pues los hongos han acompañado a la humanidad desde sus orígenes—, a la vez que como materia experimental que apunta hacia futuros posibles. Esta iniciativa forma parte de una corriente internacional de investigación en componentes biológicos que buscan alternativas a los industriales. En este contexto, YOD Group lo lleva al terreno de lo cotidiano: al de un restaurante que recibe visitantes a diario.


La apuesta es arriesgada, ya que introduce un elemento vivo en un entorno donde la higiene y la durabilidad son críticas. Sin embargo, la respuesta es contundente: funciona y, además, abre una puerta inédita. El restaurante transmite, con su sola existencia, que la arquitectura puede crecer como un espécimen. Frente a los sistemas constructivos rígidos, aparece la flexibilidad de lo vivo; y frente al cemento que endurece, se alza la fibra que respira. En este sentido, Grybova Hata recuerda a los experimentos utópicos de la arquitectura radical de los setenta, cuando se soñaba con casas hinchables, biodegradables o mutables. Pero aquí la utopía ha encontrado un suelo fértil en los Cárpatos y ha tomado forma de setas gigantes que, en lugar de alimentar la imaginación, alimentan literalmente al comensal.


Asimismo, el micelio no es lo único que marca la singularidad del proyecto. La organización espacial refuerza un recorrido envolvente: luz tamizada, rincones íntimos y atmósferas que sugieren estar dentro de una caverna suave como una prolongación de la montaña. La fachada exterior, revestida con piedra y madera oscura, actúa como transición: desde fuera parece una casa campesina; pero al entrar, se despliega un mundo biológico aventurando que comer nunca ha sido un acto ajeno al ecosistema. Un ciclo completo donde materia, cultura y cuerpo se entrelazan.


Y no es casual que esta propuesta surja en Ucrania, un país que atraviesa una gran crisis, aunque mantiene intacta su capacidad creativa y su apego a la tierra. En Grybova Hata, lo frágil se vuelve fértil y el micelio se hace arquitectura y promesa. Un ensayo constructivo y biológico que apunta hacia un mañana donde las paredes podrán crecer, los techos podrán compostarse y los interiores respirarán con la misma cadencia que la naturaleza circundante. Un hongo convertido en casa, un restaurante convertido en organismo.
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