Frente al consumismo global —donde ya estamos más que acostumbrados a vernos—, el estudio belga Gijs Van Vaerenbergh sigue apostando por la reinterpretación austera de los espacios. Hemos hablado con sus dos fundadores, para que nos cuenten cómo descifran la arquitectura y cómo la llevan a otras disciplinas más cercanas al ámbito del arte.
En época de coronavirus confirmamos lo que ya sabíamos: que internet se ha vuelto imprescindible. Para mi charla/entrevista con Pieterjan Gijs y Arnout Van Vaerenbergh —los fundadores del estudio que lleva sus nombres—, me acerco lo más que puedo al router y dispongo mi ordenador en esa dirección. No quiero riesgo de desconexión ni ver pixeladas las caras de estos dos arquitectos belgas. De repente, ahí están, saludándome en un inglés con acento francoalemán. Bromean con el confinamiento: Gijs ha aplicado sus conocimientos para construir a sus hijos una casa en el árbol. Cada uno tiene un fondo distinto, pero en los dos veo libros, dibujos hechos por niños y paredes de color claro. Un tostado cercano al blanco, muy típico de los hogares de Bélgica.
Se puede percibir la confianza que hay entre ellos, casi puedo imaginar la cantidad de horas que han pasado juntos mientras me cuentan que se conocieron en la escuela de arquitectura. Fue después de graduarse cuando comenzaron a trabajar codo con codo y cuando, inevitablemente, se plantearon qué les iba a diferenciar del resto de compañeros de profesión. Fantaseando hasta dónde podían llegar, acabaron alcanzando el campo de la escultura y las artes plásticas. “Somos conscientes de todas las disciplinas que estamos tocando. A veces nos vemos como arquitectos; otras, como artistas. Pero en realidad la arquitectura es nuestro lenguaje, y todo lo vemos a través de ella. Si miras nuestro porfolio, verás que constantemente nos referimos a construcciones arquetípicas, aunque alejados del papel del arquitecto tradicional”.
A lo largo de toda una década han cimentado su identidad sin cuestionarse etiquetas: desde iniciativas comisariales como Pamflet, a piezas site specific como Final Stage o Giant Sculpture, pasando por otras que ya tienen la entidad de arte como Labyrinth. “Definimos cada proyecto como lo que somos: diseñadores-arquitectos-artistas. Pero cada proyecto también nos define a nosotros y marca nuestro siguiente paso. Creo que todos nuestros avances han estado inspirados de esta manera”. Todo empezó con una obra en Leven: Green House. “Ahí encontramos un tipo de trabajo muy concreto entre la instalación, la arquitectura y el modo de expresión que tiene el arte. Después llegaron los encargos”.
Arnout habla extendidamente y Pieterjan mira por la ventana esperando a que el primero acabe. Mientras tanto, pienso en el funcionamiento del estudio: la gran mayoría de sus propuestas les vienen dadas por un briefing, aunque ellos lo tienen claro: “Los buenos arquitectos siempre tratan de redefinir lo que se les pide, llevar lo funcional en la dirección del arte”. Y detrás de todo ello, siempre una idea: hacer la radicalización tan simple como sea posible. Lo vemos, por ejemplo, en Bridge, donde el cambio entre la verticalidad y la horizontalidad del material le da a la estructura otro significado y modifica por completo la perspectiva originaria.
Los códigos del espacio
Como equipo artístico, su capacidad más destacable es la de subrayar de una manera explícita lo que está ya implícito en el contexto, traerlo desde el fondo a un primer plano y descubrirlo como descubren los paleontólogos las pinturas rupestres. En este sentido, para Arnout y Pieterjan el entorno es primordial. O lo que es lo mismo: aprender a leer el espacio para poder transformarlo. “En arquitectura, siempre tiene que haber un diálogo con el contexto: puede ser que la pieza se funda con el lugar, lo confronte o, por el contrario, lo perturbe”. Se refieren, sin duda, a Skylight o a Grotto. La segunda, me cuentan, está fuertemente inspirada por el diseño de jardín. Es un claro ejemplo de juego entre algo que ya existe y algo que ellos han aportado con un nuevo sentido. También es un ejemplo de cómo alterar un proceso creativo, pues esta escultura nace a partir de la destrucción de un monolito de ladrillo para luego reconstruirlo. “Para un arquitecto, Grotto es una demolición; pero para un artista es una creación”.
Siguiendo esta línea de pensamiento, la ubicación de una pieza es todo un desafío; el alcance de una propuesta cambia dependiendo de que se encuentre en la calle —en el dominio público— o dentro de una galería —en un lugar cerrado—. “Cuando se quiere ver una exposición o una obra, tradicionalmente vamos a una galería o a un museo. Sin embargo, la calle confronta a las personas con algo por lo que no se habían preguntado, algo que no esperaban ver. Para nosotros ese ‘fuera de control’ es muy interesante, puesto que no sabes cómo va a ser recibido lo que hemos hecho. Esta tensión existe por sí misma, tiene su propia vida”. Lo vemos en Reading between the lines, que se concibió con el propósito de ser exhibida durante cinco años y ser desmontada después. Sin embargo, está reinterpretación de una iglesia tuvo tal impacto en la comunidad local, que los protestantes se negaron a su demolición y fue adoptada por la gente.
Para Gijs Van Vaerenbergh, por tanto, es fundamental aprender a leer el exterior y sus condiciones. Transformar un contexto al aire libre en algo nuevo es una fuerte motivación. Lo importante, recalcan, no es trabajar únicamente para gustar, sino trabajar manteniendo la identidad que uno mismo ha construido. Si volvemos a de nuevo a Reading between the lines, vemos que este pequeño templo se convierte en un juego de perspectiva. La edificación es una masa o un conjunto de transparencias, y el secreto está en el punto de mira. De ahí su título, pensado para lanzar un mensaje: “Para leer entre líneas también hay que leer las líneas”.
Identidad flamenca
Además de un lenguaje abiertamente contemporáneo, la producción de Gijs Van Vaerenbergh tiene una fuerte personalidad belga. En nuestra conversación salen los nombres de Gordon Matta-Clark, Francis Allïs y de numerosos arquitectos de apellido complicado. Pero hay más. Con Jan Fabre están conectados por la poética intervención que practicó a edificios clásicos como en Heaven of Delight y The Gaze Within (The Hour Blue). Con Jozef Peeters también, pero por la riqueza de ángulos y colores puros. ¿Y no es increíble cómo la estructura aireada de The house of opportunity de Michaël Borremans recuerda a la propia Reading between the lines? ¡Bendita cultura belga, equilibrio de tradición y vanguardia! Podemos ir más allá y hablar de la escenografía de Solid traces, de Thierry de Mey, la utilización de la luz de Victor Horta o incluso de la multidisciplinariedad de Jacques Brel.
Se despiden de mí hablándome de los proyectos que tienen en marcha. “Hay algo que tenemos entre manos: el diseño de unos jardines botánicos. Es prácticamente un jardín dentro de una isla, y es tan novedoso para nosotros que nos plantea muchas cuestiones sobre paisajismo. Un rasgo de nuestra evolución es estar cada vez más presentes en la naturaleza y hacer arte en sitios abiertos”. Desde luego, es precisamente ahora, en tiempos de coronavirus, cuando vemos que la arquitectura juega un papel fundamental en el entorno público. De ella depende cómo nos relacionamos, nos sentimos y nos queremos.
La privacidad es un bien preciado y la luz, el detonante para cambiar nuestro estado de ánimo. También el urbanismo, también la creatividad. El dúo de Gijs Van Vaerenbergh sabe manejar todos estos elementos. Solo les queda levantar el tono y contarnos entre susurros dónde han escondido exactamente el jugo de sus construcciones.
Antes de cerrar nuestra charla virtual comienzan a rebotarme todas las preguntas que yo previamente les he hecho. Empieza entonces un segundo round en el que los arquitectos belgas me entrevistan a mí.
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