Mécaniques Discursives de Fred Penelle y Yannick Jacquet es una instalación inmersiva, a modo de gabinetes de curiosidades, en la que figuras —familiares y ajenas al mismo tiempo— describen la historia de un mundo sin sentido muy afín al nuestro, donde la artesanía se funde con lo digital. Esculturas en madera y dibujos se dispersan por el espacio, pero también proyecciones y una dualidad de luces y sombras.
Imaginemos por un momento que aquellos populares wunderkammer — o gabinete de curiosidades — ampliasen su escala y dejasen de ser muebles para convertirse en estancias. En ese enfoque fantástico, pasearíamos entre las piezas exóticas de colección sin llegar a descubrir qué son realmente; objetos con formas peculiares cuya utilidad no se conoce a simple vista, pero que, sin embargo, se palpan presentes. Ahora pensemos en el poder de la luz y cómo esta incidiría en sus siluetas, generando otra dimensión distinta en las paredes. Lo que se atisbaba extraño, de repente se transforma en un cuadro potencialmente onírico.
Inmersos en el subconsciente, tendemos a la asociación de imágenes sin ningún tipo de relación entre sí, pero cuando las disponemos de manera secuenciada suelen obsequiarnos con un relato dadaísta. Nuestra cabeza otorga al conjunto irreal un movimiento automático a modo de filme, similar a lo que harían las esculturas cinéticas de Jean Tinguely. Aunque parezca imposible, este juego mental y fantasmagórico fue el germen del que brotó algo real. Como un dispositivo surrealista al estilo de las máquinas de Rube Goldberg, el escenario de Mécaniques Discursives no conoce fronteras psíquicas ni espaciales.
Inserta en el programa Años Luz del 15º aniversario del LEV Festival, esta intervención —que tiene un recorrido de 10 años— invadirá hasta el 23 de enero la sala del LABoral Centro de Arte de Gijón. En ella, resulta fácil dejarse engañar por la ilusión de estar contemplando un vídeo, pero es mucho más. Sus autores, Fred Penelle y Yannick Jacquet, plantearon una instalación inmersiva en la que figuras —familiares y ajenas al mismo tiempo— describen la historia de un mundo sin sentido muy afín al nuestro, donde la artesanía se funde con lo digital. Esculturas en madera y dibujos se dispersan por el espacio, pero también proyecciones y una dualidad de luces y sombras.
Todos estos elementos ilustran un paisaje sonoro y visual que parece recién salido de algún grabado de Ernst o de alguna xilografía de Escher. Rodeado por este atrezo, el público acaba tomando parte activa moviéndose libremente por este imaginario, que alterna la mecánica más tradicional y la más actual en la reproducción pictórica. La simbología que encierra este gabinete de curiosidades invita a intentar desentrañar qué cuentos seremos capaces de leer entre su tejido narrativo. Siempre con la cautela de no caer en el mise en abyme de sus múltiples universos lumínicos y ficcionales.
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