Despedirse a la francesa es marcharse de algún sitio subrepticiamente, sin decir adiós. En inglés eso es hacer una French exit, título elegido para su última instalación por Tadas Cerniauskas —Tadao Cern para el arte—, un arquitecto lituano devenido artista a partir de 2010.
Una instalación artística nada banal
Todo gira en torno a la idea de los últimos momentos, su explicación no deja dudas: “La humanidad tiene una necesidad constante de pensar acerca de la extinción, de las distintas variedades que podría adoptar la apariencia de los últimos días (…) He intentado centrarme, sin embargo, en lo que más podríamos echar en falta durante los últimos segundos antes de irnos. Mi impresión es que podría ser algo banal, como los campos de trigo al atardecer. La banalidad es el resultado de un amor y un afecto tan fuertes por alguien o algo que incluso puede llegar a hartarte. Y colgarlo todo del techo crea la ilusión de flotar para el espectador, como si fueras transportado al cielo”. Y más aún: “Lleno páginas del libro de nuestra memoria colectiva por si tenemos que marcharnos sin una despedida apropiada”.
Más que a la francesa, Tadao Cern se despide por anticipado, por si acaso. Todas estas explicaciones tienen interés, pero la melancolía suspendida de French Exit se sostiene también sin ellas. El planteamiento es sencillo: una masa de vegetación desecada pende del techo de una habitación y la llena casi por completo de un modo que bien pudiera ser abrumador para quien se coloca debajo. La ejecución es compleja: una iluminación cálida y matizada, como de puesta de sol; un volumen orgánico y esponjoso, pero bajo un control formal tan estricto como en un parterre. Por eso el visitante no se ve abrumado sino transportado, aligerado.
Tadao Cern vs Tadas Cerniauskas
Todo es muy profesional, muy limpio. Se echa de ver el oficio de arquitecto y aun el de interiorista meticuloso. Siempre es así en las instalaciones de Tadao Cern, que menciona entre sus referencias a Walter De Maria, Alberto Burri o Michael Heizer, a pesar de que nada tengan de ese aire astringente del arte povera. Cierta complacencia sensual y escenográfica no se desdeña en absoluto. La idea de pradera invertida remite en este caso al land art de Heizer, aunque el paisaje se circunscriba a una habitación, que es tanto como convertirlo en una visión individualizada, intransferible.
Como ocurre en las obras que merecen la pena, su capacidad de sugerencia se abre más allá del propósito explícito del autor y se sitúa en el campo del público. Para hablarnos de la extinción, la experiencia que nos depara Tadao Cern es extrañamente seductora, lenitiva, hasta tranquilizadora. Y quizá por eso más inquietante.