Su primera portada se la dio ROOM Diseño hace apenas tres años. Desde entonces el impacto de su trabajo se ha multiplicado por mucho. Hemos hablamos con Fernando Mastrangelo sobre materiales y política, sobre arte y cambio climático y sobre Nueva York como centro neurálgico del diseño de autor.
De padres uruguayos, Fernando Mastrangelo ha vivido en México y en Argentina, y hoy su biografía nos habla de él como un artista de Brooklyn. La conversación con ROOM se desgrana en español e inglés. Y en esa hora larga de intercambio de ideas, queda claro que su lugar de trabajo actual no es determinante en la creación de su imaginario. Es, eso sí, un entorno propicio para la visibilidad, para el despegue profesional, aunque han sido los olores, colores y espacios del México de su infancia los disparadores de su creatividad. Una creatividad que se traduce en objetos escultóricos realizados con sal, arena, roca, café, vidrio en polvo o cemento. Piezas de textura rugosa en las que resalta un cuidado degradé, que a primera vista luce como un trazo de pincel y que forma un corpus de poética singular.
ROOM Diseño.- ¿Qué queda del espíritu latino en su manera de pensar y diseñar? ¿O ya se ha americanizado?
Fernando Mastrangelo.- Para nada. El origen de mi diseño es mexicano. México tiene una tradición maravillosa para hacer artesanías de una manera rica y primitiva. Construyen sus casas con bloques de cemento. Admiro a Luis Barragán y a Ricardo Legorreta. Todas esas formas, de geometrías simplificadas y a gran escala, han influido en parte de mi trabajo. De hecho, tengo una casa así, en Tulum, a donde quiero mudarme de aquí a cinco años para tener taller allí y en Nueva York y, por supuesto, trabajar virtualmente. México es mucho más libre.
Mastrangelo dibujó desde pequeño y su formación lo inclinó inicialmente a la pintura y al vídeo, pero finalmente se dedicó a la escultura. Instruido en el Cornish College of the Arts en Seattle y en la Pilchuck Glass School, fue su Maestría en Escultura en la Virginia Commonwealth University de Richmond (VCU) la que lo empujó a Nueva York. Allí su primer proyecto con Matthew Barney, a quien admiraba, influyó intensamente en la forma de encarar su profesión. “Me inspiró para ver de manera más compleja mis trabajos y mi filosofía como artista, y para entender que lo que haces puede ser un negocio. Hoy, con 40 años, tengo un estudio con 17 personas y sé cómo moverme y sobrevivir en el duro paisaje neoyorquino. Todos entendemos que hay artistas consagrados, pero cómo se llega a ello y cómo gestionar ese crecimiento jamás se enseña en la escuela“.
Esa es su forma de ver el éxito, y es por ello que su firma —antes AMMA Studio y hoy FM/S— cuenta con una galería en la que se realizan exposiciones comisariadas de jóvenes diseñadores emergentes. Un espacio que desarrolla programas específicos y que da rienda suelta -nos dice- a ideas locas y salvajes. “Intentamos atraer el talento y no restringir la creatividad. Las galerías ya no son sostenibles y las ferias son aburridas, repetitivas y agotadoras”. Fernando mira a un futuro en el que la relación entre autor y comprador debe ser directa. “Quiero tener contacto con los clientes y ellos, cuando compran, quieren vivirlo como una experiencia, conocer a los creadores, empaparse de sus ideas también. El mercado está cambiando y yo quiero estar al frente de esa transición”.
R.D.- ¿Cuándo empezó a forjarse en usted ese imaginario en torno a la naturaleza y el paisaje que hoy marca y define tanto su trabajo?
F.M.- Fue en el 2014. En esa época decidí dar forma a objetos más ligados a una funcionalidad, cosa que nunca me había preocupado, la verdad, pero siempre tratando de inventar un material y un proceso que me dejara crear el efecto de la naturaleza y empujar mis ideas conceptuales. Es otro modo de hacer política.
R.D.- ¿De ahí surgen la serie de alfombras tan expresivas?
F.M.- Sí, la propuesta de las alfombras es un lenguaje que me cae muy bien porque tiene mucho que ver con la pintura y el dibujo. Mi inspiración fue un viaje de dos semanas en moto por la Patagonia argentina. Tengo claro que quiero que mis trabajos sean extremamente bellos, pero que cuenten también qué podemos perder si no prestamos atención a los glaciares que se derriten, a los efectos del cambio climático global.
En este camino, nuestro entrevistado fue encontrando su propio lenguaje a través de un fuerte activismo inicial que fue moderando después, aunque sin abandonarlo. “Probando y probando, quería ver en dónde encajaba. Y el trabajo de contenido político, siendo un latino en Estados Unidos, surgió de forma natural porque estaba ligado a mi identidad. Cuando hice mi primera escultura de molde de azúcar, supe que los materiales estarían en el centro de mi práctica. Hoy, al hacer muebles, esos materiales han definido mi voz y mis ideas”, sostiene. Esa materialidad inesperada tuvo luego un apoyo conceptual y una resolución estética.
“Me gustan los elementos que tienen una narrativa incorporada”, explica. De ahí su fórmula mágica: forma, contenido y materiales; tres ingredientes que cuando se alinean en armonía dan a Mastrangelo posibilidades ilimitadas. Y el proceso, aunque luego laborioso y complejo en su ejecución, es sencillo. “Elijo un contenido sobre el que quiero reflexionar e incidir, y luego elijo la forma y el material para expresarlo de la mejor manera posible”.
R.D.- Es curioso que el cemento se haya transformado en uno de sus elementos admirados; algo tan rudo, con tantas imperfecciones…
F.M.- Como te dije al inicio de nuestra charla, me gusta el cemento. Lo uso para moldes y cosas que hago en mi estudio. Para imitar el mármol o la naturaleza. Cuando lo trabajas bien se ve muy poroso, y cuando le pongo mis propios colores alcanza mucha profundidad. ¡Me parece tan bonito!
R.D.- ¿Y hay algún material en el horizonte que le motive a innovar?
F.M.- Estamos trabajando ahora en una propuesta que va a ser la tierra del planeta Marte, algo rojiza, rocosa. Mezclamos varias cosas: arena, distintos tipos de polvo… ¡Nos encanta experimentar! Puedo elegir las decisiones artísticas muy de prisa. No necesito mucho tiempo para pensar una idea, así que ya veremos a dónde me lleva todo esto…
En sus obras consideradas más “políticas”, experimentó con elementos no convencionales como la ceniza humana, la pólvora o la cocaína. Así nacieron Avarice, recreación del calendario azteca con maíz blanco y harina de maíz en referencia a la producción masiva del cereal en México y su relación económica con los Estados Unidos; Felix, su escultura de un trabajador agrícola de la coca realizada con cocaína que apunta a la economía secreta de las drogas ilegales y que llamó la atención de la D.E.A.; o La Salvamara, una serie de esculturas que reproducen los tatuajes de la banda MS 13 utilizando pólvora y cenizas funerarias.
Ya esos gestos se han calmado, hay menos rabia, más contención; y su discurso se plasma en abstracciones y geometrías más amables ligadas a otro tipo de reflexiones que le preocupan, como el cambio climático o nuestra manera de estar y pasar por el mundo. Es lo que Mastrangelo llama “versión casi fotorrealista de la naturaleza”: sus espejos, bancos, mesas – colecciones como Flood, Drift o Escape – representan formas tridimensionales que aluden a la contundencia de la tierra, la montaña, el agua y el mar, pero también a su sino de paisajes cambiantes. El objeto decorativo se transforma veladamente en una llamada de atención.
R.D.- Y hablando del proceso creativo, cuando afronta nuevas propuestas, ¿qué intuición creativa es más fuerte ahora, el impulso hacia el diseño o hacia la escultura?
F.M.- Odio cuando la gente dice “no veo la diferencia entre el diseño y el arte”. Está claro que ambas miradas pueden complementarse, pero no son lo mismo. Puede ser que como escultor ya estuviera pensando como diseñador. Pero de eso me doy cuenta ahora, después de 10 años de trabajo. Hoy quiero ir más allá del objeto, pienso en espacios, en cómo la gente se mueve por ellos; imagino edificios, sus paredes y cómo puede vivir un mueble entre ellas.
R.D.- Es a eso a lo que se refiere cuando habla de “interiores escultóricos”, como los que realizó para la boutique Thakoon y la de Stella McCartney
F.M.- Así es. Y este año hice The Vallée, una instalación para la marca de relojes Audemars Piguet en Art Basel. Utilicé nuestras técnicas con la fuerte idea de traer la naturaleza al interior de un espacio, interpretando el tiempo como una manifestación geológica. Me gusta empujar los límites para que, estando dentro, nos sintamos fuera. El Programa Espacial del estudio es un nuevo proyecto colaborativo para trabajar con interiores. Y lo voy a aplicar en el apartamento que me acabo de comprar en Nueva York, en donde incluiré piezas mías y de muchos jóvenes cuya obra me gusta. ¡Cuando esté listo, os lo mostraré!
R.D.- ¿Cree que su trabajo va a envejecer bien con el tiempo, tanto física como conceptualmente?
F.M.- Si son bien tratados, los materiales que estoy usando van a sobrevivir. En cuanto a lo conceptual, sí que me lo he preguntado estos años. Creo que mi labor ha pegado fuerte y rápido en el mundo del diseño —y eso no le pasa a tanta gente—, tengo un estudio grande y bastante influencia en Nueva York con la que tratar de ayudar a los creadores jóvenes. No sé si en 10 años estaré en la vanguardia, pero podré decir que en ese tiempo que estuve en lo más alto hice todo lo que quise hacer. Puede ser que, si lo hago bien, la gente recuerde mi trabajo.