Olvidemos las nociones de orden y percepción. Esther Stocker nos propone revaluar la conceptualización de nuestro entorno. Una invitación formal para romper con proporciones y perspectivas, y para descubrir que nada es lo que parece.
Escribir sobre Esther Stocker requiere una concentración intensa. Su obra aparenta cierta simplicidad formal: una estética sencilla que, sin embargo, esconde una retórica compleja en la búsqueda del desconcierto y la desorientación del espectador. Pero para entender bien su trabajo, hay que saltar a sus orígenes. Stocker ya debutó en los años noventa con una serie de pinturas abstractas donde proponía un discurso geométrico de signos y formas octogonales, y una paleta monocromática en la que solo había cabida para blancos, negros y grises. Eran los precedentes lejanos de las instalaciones que tiempo después comenzó a desarrollar, y que hoy día son sello caracterizador de sus creaciones. Porque aquellas pinturas, a posteriori, saltarían literalmente fuera de los lienzos invadiendo techos, paredes, suelos y creando una percepción distorsionada de las arquitecturas que albergan los trazos maestros de esta mujer nacida en 1974 en Silandro (Italia) y formada en el Art Center College of Design de California.
Definir su labor como instalaciones posiblemente sea demasiado reduccionista. Según ella misma nos cuenta, sus piezas no deberían tener un nombre específico. “Digo muy a menudo instalaciones, pero en verdad es más apropiado hablar de pintura: pintura espacial o pintura escultórica”. En realidad, habla de un concepto que busca dar la tridimensionalidad a aquello que en origen es bidimensional.
Espectador engullido
Si la contemplación de sus pinturas conllevaba un tipo de espectador pasivo, este estatismo saltó por los aires cuando Stocker decidió extender sus colores más allá de la tela. Porque los sentimientos que generan sus intervenciones se aceleran bajo la alienación que provoca la envolvente abstracción de su autora. Cautivar al espectador, rodearlo, engullirlo, obligarlo a interactuar con sus propuestas. Ese es el objetivo. Y todo mediante elementos simples: generalmente líneas negras con diferentes direcciones y tamaños. Después de deconstruirlo y volverlo a construir, el espacio se transforma en algo incierto y desconocido, y sus límites físicos se desdibujan expandiéndose más allá de las paredes que lo conforman. Es más, estas intervenciones desintegran el lugar y destruyen su perceptibilidad, para que la ambigüedad y la incertidumbre se apropien del área expositiva. “En la obra de Stocker, su camuflaje no se oculta, sino que se revela a través de muchas redes irregulares que se expanden por galerías y museos, convirtiéndose en estructuras sensoriales”, comenta la periodista Daniela Legotta.
Depender de recintos diferentes convierte sus propuestas en una realidad cambiante y siempre nueva. Para conseguir sus propósitos, Stocker ha tenido muy claro en quien inspirarse. La referencia más clara tal vez sea Gianni Colombo y su espacio “elástico”, aunque el cubismo es también fuente importante. Sin olvidar los rasgos surrealistas tipificados en esa búsqueda de la “invisibilidad” a la que somete el entorno. “Todo me viene bien -nos dice-. Cubismo, surrealismo. También Bauhaus o vanguardia rusa. Me valgo de todo lo que me permite apropiarme del contenedor”.
Números y geometrías
El mundo de Esther surge de un proceso muy artesanal, muy manual. No usa medios informáticos ni programas. La complejidad que podemos ver es fruto de su imaginación transformada en bocetos. “Parto de una idea, imaginando propuestas y posibilidades. Después hago dibujos. No uso nunca medios informáticos, sobre todo uso las manos como instrumento mental, cognitivo”. Un proceso arduo que la llevó a los márgenes tridimensionales de la arquitectura. Algo que consiguió “con dosis de humor y cierta desesperación. La desesperación de tener siempre un límite, de existir sobre una superficie plana en vez de poder entrar en ella”.
Estas propuestas minimalistas construidas bajo la tutela de una ecuación o patrones lineales irregulares nos llevan a pensar en los números, un elemento destacable en su idioma creativo. “En mi investigación he meditado mucho sobre las cifras. No podemos liberarnos de ellas, sobre todo si nos movemos en términos de geometría. Por ejemplo, cuando mido un espacio o cuando uso la cinta adhesiva que tiene una determinada dimensión”. Una reflexión que ella conecta con la filosofía donde la línea es un asunto existencial. “En mi trabajo la línea es un signo originario, primitivo. Es un signo de nuestro deseo de expresión, de imaginación. Puedo imaginarme el mundo completamente basado en la línea. Más líneas crean una estructura, un esqueleto que puede ser considerado como el todo en donde cada uno de nosotros vivimos”.
Nos encontramos ante el territorio de una artista con la capacidad de provocar el vértigo y el desconcierto en un espectador tragado literalmente por su obra. Un ejercicio emocionante e intelectualmente intenso que han vivido los visitantes al Islamic Arts Festival en el emirato de Sharjah el pasado mes de enero. En esta edición, Stocker presentó The Vagueness of Exact Forms y Some Thoughts About the Grid. Dos piezas para dejarse aturdir mientras se descubre el armazón conceptual que sostienen los cimientos de sus instalaciones.