Por Claudio Molinari
La vigencia del artista Emil Schult como creador de la imagen de Kraftwerk radica en que después de 40 años, el imprescindible grupo alemán sigue convenciendo al espectador de que ellos, y solo ellos, están al corriente de lo que nos depara el futuro. Los músicos de Düsseldorf siempre apostaron por un proyecto basado en melodías frías sobre ritmos electrónicos –particular fusión de Metrópolis y el Space Invaders— y la firme declaración de principios estéticos de Schult. “Mi aportación”, nos dice el pintor, “siempre fue parte de un diálogo artístico más amplio. No se trataba solo de intercambio de ideas visuales, sino de crear conceptualmente en procesos paralelos”.
Ese diálogo dio como fruto un particular cóctel de minimalismo poético, diseño Bauhaus y constructivismo ruso, que aportó a la nueva música la necesaria neutralidad ideológica. No hay que olvidar que la Europa de los años 70, conquistada y destruida militarmente por Alemania solo unos años antes, veía a los nuevos grupos germanos del *Krautrock, y particularmente a Kraftwerk, como una nueva amenaza. Solo que esta vez se trataba de una amenaza cultural. “Comenzar dos guerras mundiales y perderlas tuvo al menos un efecto positivo: lo perdimos todo”, explica Edgar Froese, músico de Tangerine Dream. “Por eso cuando se nos ocurrió crear una música diferente, vimos solo un modo de hacerlo: por medio de la forma libre, de la abstracción”. Y quizá así poder volver a ser alemanes, pero ya sin el nefasto legado del nazismo.
La destilación de la forma y la extirpación del contenido
Karlheinz Stockhausen, pionero de la música electroacústica de posguerra, creía que hacía falta inventar una nueva materia para crear un nuevo arte. Por su parte, Schult estaba convencido de que hacía falta una estética igual de radical y rompedora para presentar una propuesta musical absolutamente alemana en un mundo dominado no solo por el pop inglés y el rock estadounidense, sino además por una ligera aversión a todo producto de la kultur germana. La expresión resultante fue una iconografía ideológicamente neutral, virtud titánica en este caso, que sin embargo no mermaba ni un ápice en cuanto a su poderosa y vanguardista carga estética. A través de románticas imágenes retrofuturistas, Schult consiguió, y sigue consiguiendo, transportarnos visualmente a nosotros -pobres individuos perezosos frente al análisis y fácilmente dados a despeñarnos en el estereotipo— a una Germania alternativa y utópica, alpina y rectilínea, hija de la Deutscher Werkbund. A un país donde el horror de la guerra solo se transluce por omisión, a una nación que nunca existió y que sin embargo hubiera debido ser.
Música aparte, la razón principal de la permanencia y trayectoria del cuarteto de Düsseldorf es el genio de Emil Schult. Y ahora gracias al 3D, a las posibilidades que brinda la imaginería digital, y a una puesta en escena de esencialidad casi binaria, el espectador tiene la oportunidad de disfrutar de una obra de arte viviente que, como dijera Pound, es eternamente fresca. Por eso no sorprende en absoluto que Kraftwerk, referente en cuanto a creatividad, estilo y actitud mediática, sean requeridos por museos de renombre mundial. ¿Por qué no iban a estar en el MoMA de Nueva York o en la Tate Gallery de Londres? Los discípulos de Stockhausen nunca tuvieron como objetivo descorchar champaña en sus limusinas, pero sí convertirse en parte fundacional del arte del siglo XX.
Kraftwerk serán cabecera de cartel en la próxima edición del Sónar y actuarán el viernes 14 de junio.
Fotos cedidas por Sonar y Kraftwerk Office
*Krautrock. De ‘Kraut’. Sinónimo despectivo de ‘alemán’. Término que data de la Segunda Guerra Mundial y sin embargo seguía siendo utilizado en los años 70 por los jóvenes ingleses para referirse a la nueva ola de rock alemán).
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