La ciencia agrupa en ecosistemas a una comunidad de seres vivos para entender su funcionamiento. Se trata de traducir todo lo que ocurre en un ámbito concreto a través de cadenas de interacciones y causalidades. Ese misticismo de la vida convertido en un vector de ingeniería se encuentra en The perpetual transit towards the present, la reciente obra de bioarte de Miguel Moreno Mateos.
El bioarte de Miguel Moreno Mateos
La ciencia realiza un ejercicio de abstracción —como casi siempre— altamente inspirador. Miguel Moreno Mateos pone la atención en este punto con su trabajo The perpetual transit towards the present (23 de marzo al 8 de agosto en Cidade da Cultura de Santiago de Compostela), donde entiende que en esa respuesta de relaciones existe un potencial que se puede resolver de manera creativa.
La propuesta de bioarte usa el agua como hilo conductor del discurso. Esta se introduce limpia —depurada con un filtro UV— en un circuito abierto, y se traslada por diferentes recipientes de diversas formas y tamaños de los que arrastra pequeñas partes de su contenido. El fluido actúa de vehículo conector de distintas piezas que de otro modo permanecerían aisladas y se convierten en un todo. Finalmente desemboca en una superficie donde crecen plantas comestibles para concluir que el objetivo último de cualquier ecosistema es la proliferación de seres vivos.
La metáfora del agua funciona a varios niveles. Visualmente, se aprecia cómo se contamina con el interior de las peceras y su claridad se reduce después de cada parada. El líquido ejemplifica con este trayecto la perspectiva de interconexiones que aporta la ciencia y pone de manifiesto la importancia que tienen estos vínculos. El agua se percibe como canal y catalizador de la vida.
Ingeniería y arte en una probeta
La estructura de la instalación favorece su lectura. Las burbujas de vidrio se identifican claramente como los lugares donde se producen estos intercambios y las mangueras de látex trazan el camino que se seguirá a continuación. El artista incide en recuperar una versión de la clepsidra —un reloj de agua— para incorporar el tiempo como una variable más del proceso, con la intención de entender que los ecosistemas— y con ellos cualquier ser vivo— no pueden subsistir estáticos, sino que necesitan el dinamismo constante de las interacciones: el tránsito perpetuo hacia el presente.
Aunque el final del circuito no varíe, es interesante comprender que la naturaleza de esta obra de bioarte permite que se produzcan otro tipo de relaciones si se cambia el orden o el contenido de los recipientes. Encontramos cápsulas llenas de restos vegetales que brotan o se descomponen, otras con pequeños animales acuáticos o algunas con componentes electrónicos —un cargador de móvil— más difíciles de descifrar dentro del conjunto.
El bioarte de Miguel Moreno Mateos: del laboratorio al museo
La interpretación de Miguel Moreno Mateos sobre los ecosistemas transforma el espacio expositivo en un laboratorio. La imagen invita a experimentar, a probar combinaciones. Todo lo que sucede en un hábitat se traduce a un lenguaje con el que podamos trabajar y sobre el que resulta más fácil especular, es decir, el cometido principal de la ciencia y del arte.
Es un reloj de agua. Se utiliza el tiempo que tarda un recipiente en vaciarse como unidad de tiempo.
Para poner de manifiesto que el discurso necesita mantenerse en movimiento constante.