Todavía con la resaca de la Primera Guerra mundial, Europa está sumida en un periodo de hedonismo y disfrute máximo que no va a durar mucho. En este impás, una señorita irlandesa, aristócrata y afincada en París, existe muy por delante de todo lo que le rodea, creando un universo propio al que el destino no alcanzaría hasta muchos muchos años después. Hablamos Eileen Gray. Pocos nos acordaremos de ella al pensar en los grandes nombres del diseño del Siglo XX. A la mayoría de nosotros nos vendrán a la mente irremediablemente los Eames. Es posible que tengamos también referentes nórdicos como puede ser Alvar Aalto o algún pope Bauhaus como Marcel Breuer o Mies van der Rohe. Pero no muchos de nosotros invocaremos a Eileen Gray, y no invocar a esta señora es no tener ni idea de qué va el diseño del Siglo XX..
Eilleen vivió como quiso y diseñó en consecuencia. En su obra hay pintura, fotografía, lacados orientales aplicados a principios del diseño europeo, diseño industrial, hasta llegar finalmente a la arquitectura. Una transición natural y gradual de las dos a las tres dimensiones. Nos impresiona lo cómoda que se encuentra en el racionalismo abstracto viniendo del art decó. Tengamos en cuenta que ella llega al periodo de la Bauhaus cuando tenía alrededor de 50 años, siendo totalmente rompedora y disruptiva en su propuesta, con cada nuevo diseño, parecía pasearse por los distintos movimientos y épocas sin apenas despeinarse. Todo lo absorbía y pasaba a formar parte de su persona. Estamos ante una voz propia que no nos habla, nos susurra con elegancia: nos descubre la posibilidad de una funcionalidad audaz llena de belleza sutil. Espacios creados para el disfrute absoluto, comodidad y relajación a la vez que un refugio para los ojos que huyen de lo obvio. Es frugal y contundente al mismo tiempo. ¿Ejemplos? Sus biombo lacado lleno de dinamismo discreto, la silla Bibendum de formas orgánicas que no llamaría la atención en un catálogo de Ron Arad, su práctica y elegante mesita auxiliar hecha para su hermana y pensada para comer o leer en la cama. O la butaca Inconformista, tan loca que podría ser la abuela de la silla Bel-Air de Peter Shire, hija del movimiento Memphis.
Y ya en arquitectura, destacar su casa E1027. Sólo decir que provocó de un rabieta histórica al mismísimo Le Corbusier, que acabó pintando las paredes con sus propios dibujos. No hay que ser un psicoanalista experimentado para ver qué había detrás de semejante pataleta…
Un artículo en la revista Domus en 1968 relanzó su carrera cuando cumplía ya 90 años. Tres exposiciones retrospectivas en París y Nueva York en 2013, y la apertura de su casa en mayo de 2015 como museo la colocan finalmente en el lugar que merece en la historia. No sé hasta qué punto Eileen había sido olvidada o simplemente no estábamos preparados para asimilarla en todo su esplendor.