Entrar en la órbita de Do Ho Suh, surcoreano nacido en 1962, es comenzar una trayectoria de traslación envolvente y fascinante. Sus obras tienen un peso intelectual y emocional que nos traslada, por un lado, a una sociedad numerada y compacta; y por otro, a las áreas de intimidad y nostalgia de su autor.
La relación entre lo individual y lo colectivo es uno de los pilares de su currículum artístico: esa pérdida de identidad a favor del grupo, del anonimato y el espacio interpersonal. Un reflejo de la sociedad militarizada donde creció Do Ho Suh y en la que el grupo tiene un peso importantísimo como representación de la unidad. La unidad de un pueblo frente a la constante amenaza de sus vecinos del norte. Todo ello es muy visible en propuestas como Floor o en Some/One, donde miles de chapas metálicas forman una gigantesca chaqueta militar con estética oriental. Distintivos tras los que se esconde la biografía de aquellos sujetos a los que pertenecieron.
El segundo tema esencial para este surcoreano tiene que ver con sus constantes viajes y su dualidad geográfica. Hablamos del desarraigo por el abandono de su país natal para vivir desde hace años en Nueva York. Hablamos de obras que versan sobre la nostalgia, la soledad o la sensación de no pertenencia.
Observando estos trabajos recordamos una de las escenas míticas de Leolo. Aquella en la que su protagonista, sin más luz que la de la nevera entreabierta, leía un pasaje de El valle de los avasallados de Réjean Ducharme: “Solo encuentro momentos verdaderamente felices en mi soledad. Mi soledad es mi palacio. Ahí tengo mi silla, mi mesa y mi cama, mi viento y mi sol. Cuando estoy sentada fuera de mi soledad, estoy sentada en el exilio, estoy sentada en un país de engaño”.
Esta sensibilidad casi desvanecida es la que se percibe en sus edificios-escultura: creaciones volátiles, translúcidas, frágiles, de una delicadeza y una contundencia brutales. Además de una ejecución técnica impecable, sus propuestas reiteran estas temáticas del autor como un eterno viajero entre dos sociedades y sus contradicciones: la americana y la surcoreana. Piezas que, como raíces desnudas, acentúan la idea de no pertenencia, de inmigración emocional, cultural y política.
De aquí esa obsesión por reproducir sus espacios vitales: Seoul Home, L.A. Home, New York Home o Baltimore Home. Grandes instalaciones realizadas con sedas, telas y varillas metálicas, que constituyen una arquitectura leve: esa casa en la espalda, esa sensación de recuerdo efímero. O lo que es lo mismo, el peso del pasado en un presente que podría deshacerse con un sencillo soplido. |